Carta de Un León a Otro

Escribo en plural por las muchas personas que soy, y por un sentido de pertenencia histórica. Somos viejos leones de la noche. En ella crecimos, y de ella hemos vivido. Por eso me siento obligado a escribir a mis colegas para implorarles una reflexión en medio de la dura tarea de la supervivencia. Vivimos en la misma comarca de la fatídica República de Cromagnon. Ykuá Bolaños es nuestro temible vecino que nos observa como un espectro. Kheyvis es otra palabra que golpea nuestra conciencia, aunque ya ni recordemos lo que aquel nombre simbolizaba.

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Todos los que vivimos de la noche sabemos de qué se trata, aunque nadie quiere hablarlo. Es un secreto a voces. Un extraño pacto de negligencia compartido por padres, propietarios y, por supuesto, clientes. Todos los locales bailables del país tienen graves problemas de seguridad con respecto a incendios. Las puertas de emergencia habilitadas semanas después del Ykuá Bolaños se han vuelto a cerrar o están bajo candado, lo que da igual. Las medidas preventivas no existen. El hacinamiento sigue siendo el común denominador. El desborde y los excesos son la norma.

Las discos de Asunción y el resto del país son verdaderas trampas mortales. Allí enviamos sumisamente a nuestros jóvenes todos los fines de semana rogando que no les pase nada. Sin embargo, una vez pasado ese temor, a nadie parece importarle. Muchas veces ni siquiera los dueños están muy enterados del funcionamiento de sus boliches. Los empleados regulan las normas de seguridad sin ninguna capacitación para ejercer tal función. Las cocinas, los equipamientos de luz, las instalaciones de gas y electricidad no son objeto de inspecciones periódicas. En realidad, todo funciona "a lo Paraguay" y porque "Dios es grande".

Uno que trabaja habitualmente en ellas, o que incluso administra una, sabe que el tema pende de un fino hilo. Ante la menor emergencia puede sobrevenir la catástrofe. Con salones vip ubicados en la parte más vulnerable (en los altos de la disco), y entradas parecidas a bretes, la posibilidad de escape de más de cien personas de un mismo lugar por una sola puerta ante una emergencia parece improbable. La salida de mil es directamente imposible. No habrá matafuego o extinguidor capaz de sofocar el pánico. La muerte baila a nuestro lado todos los fines de semana. No importa si es en ritmo dance, electrónico, cachaquero o reggaetón. La estamos tentando en todos los idiomas.

Sin embargo, todos damos la vuelta la mirada y preferimos ignorar el tema como si con ello ahuyentáramos a la mala fortuna. Somos Paivas o Chabanes en potencia mientras confiamos en voz baja que a nosotros no nos va a pasar. Miramos el brillo de la noche festiva sin imaginar ni un solo instante en el infierno conocido de los cuerpos calcinados y los gritos de terror. No vemos más allá de nuestra imperiosa necesidad de recaudar para salvar el negocio. Y contamos con la complicidad de autoridades, familias enteras y alegres bailarines que ni siquiera preguntan por dónde irán a escapar si pasara algo. ¿Para qué? Si a nosotros nunca nos va pasar. Hasta que pase.

Y cuando ocurra será demasiado tarde. En ese momento de nada servirán los llantos de perdón ni la culpa echada a Dios. Muy poco valdrán los caros abogados ni los jueces y fiscales siempre predispuestos. Ante la mirada acusadora de las víctimas y sus desconsolados familiares, no habrá manera de negar lo que hoy queremos ignorar. Ni siquiera servirá este artículo aguafiestas y falsamente premonitorio. Se viene el invierno, y la gente joven disfruta todavía más de los encierros masivos para bailar toda la noche. La clase política está ocupada de otras cosas "más importantes". La autoridad municipal y policial, como se sabe, es fácilmente vulnerable con el poderoso argumento de la coima. La verdad es que nada parece detenernos en el camino directo al infierno. Sin embargo, el tema es tabú y es "mala onda". Es mejor no hablar de ciertas cosas.

"Perdón, hermano, si te digo que ganas de escribirte no hetenido, no sé si es el encierro, no sé si es la comida, o el tiempo que llevo en esta vida", dice la canción "Carta de Un León a Otro", de Chico Novarro. A mí me pasa igual muchas veces. ¿Para qué hablar de algo que nadie quiere escuchar? La respuesta debe estar en la conciencia de cada uno. Lo que provenga de allí dará como resultado lo que hagamos o dejemos de hacer con respecto a este delicado, pero al mismo tiempo, evitado tema. Y si llega a ocurrir, bien sabemos que todo lo que se diga después, será inútil.
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