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En el Paraguay, el apellido Vinader lleva a pensar automáticamente en la danza. Y no es para menos, ya que no existe festival que no cuente con la participación de, al menos, una de las academias de los cuatro hermanos Vinader Ale: Zully, Petronita, Nito y César.
Los cuatro hijos de don Emiliano y doña Magdalena son propietarios y figuras de las más renombradas escuelas de baile. Zully, la mayor de los hermanos, celebra este año sus bodas de oro con pasión y tiene la satisfacción de haber sido una de las primeras en abrir una escuela de baile en Asunción.
“Mi padre era un bailarín frustrado, fue boy scout del Pa’i Pérez; amante del arte en general y nos inculcó ese amor desde nuestros primeros pasos, ya que crecimos rodeados de arte. No había otro futuro posible”, explica Zully, quien recuerda que desde muy pequeña, junto con su hermana Petronita, tomaba clases de arpa e iniciaba su carrera. “Soy profesora elemental de teoría, solfeo y piano”, dice mientras se acomoda en un rincón de la sala de su casa, en Barrio Obrero, donde también funciona la academia.
“De bailar, bailé toda mi vida, pero ya era un poco más grandecita cuando me decidí a tomar clases seriamente. Tenía 11 años y fui a la única academia que había: la de la profesora Reina Menchaca, una mujer increíble que me ayudó y formó desde esos primeros pasos. Me recibí de profesora y, luego, fui a hacer una especialización en danza española. Volví dos años después, en 1966, y ahí abrí la academia”, dice mientras van llegando varios de sus nietos, a quienes citó para las fotos.
A pesar de los años, ella sigue enseñando. “Los lunes, miércoles y viernes estoy con las chiquitas del preballet. Les enseño español y latino, pero no para pasearse por la pista; hacen pasos de verdad, coreografías completas. En estas clases van teniendo sus primeras nociones del baile y, para mí, es un placer estar ahí”.
En los últimos años —dice— la pregunta que más escucha es: “¿Hasta cuándo vas a enseñar”, pues su marido y sus tres hijos, Édgar y los mellizos, Macarena y Cristian, se lo dicen todo el tiempo. “Maca es la más severa, me dice: ‘Mamá, dejate ya de enseñar’. Ella tiene también su propia academia, con varios premios internacionales y todo, pero se preocupa por mí al igual que sus hermanos, pero yo les digo que estoy bien; puedo hacer los pasos y agacharme. Me siento bien. Es más, creo que el día que deje de enseñar y bailar es más probable que me enferme... Esto me llena de vida”.
Público fiel
Si hay algo que siempre la impulsó sobre los escenarios, dice Zully, fue saber que en todas y cada una de sus presentaciones estuvo acompañada. “Desde mi primera presentación, siempre estuvo mi papá. Me llevaba adonde sea, sus últimos 23 años los pasó en una silla de ruedas a causa de un aneurisma, pero eso no le impidió acompañarme... Mientras vivió, me acompañó y yo podía ver su rostro lleno de orgullo en cada presentación. Varias veces nos llevaba, todavía con el grupo de Reina, hasta Encarnación u otros lugares donde teníamos presentación. Todos lo admiraban porque era un incansable”.
“Años más tarde, tuve la suerte de encontrar un hombre tan cabal como mi padre, mi esposo Francisco González. Entre las compañeras, hasta ahora me dicen que tuve suerte, y yo me siento bendecida. Desde que nos casamos, me acompaña a cada actuación, concurso o festival; él va conmigo incansablemente. Días enteros esperando, acompañando, ayudando con el vestuario y brindando la serenidad que representa para mí su compañía. Me considero una mujer muy afortunada, porque hoy disfruto de esto. Nunca fui sola a una presentación, tal vez sea mi cábala”, señala sonriente.
Zully es alegre y radiante; de camino a los salones de clase, donde haremos las fotos, saluda a cada alumna por su nombre y con una gran sonrisa. Para las fotos se acomoda con soltura, denotando toda su experiencia. Las alumnas, quienes asistieron con sus mejores trajes, la rodean con entusiasmo y, para el momento exacto de los clics, pronuncian al unísono: “Leche”, palabra con la cual reemplazan al tradicional whisky. “Es que somos sanas”, comentan sonrientes las alumnas más grandes.
Tras la sesión de fotos, Zully continúa relatando con emoción las anécdotas de su vida como bailarina y maestra, una profesión que la llevó a pisar escenarios en varios países del continente y de Europa, ganar incontables premios internacionales, y formar alumnas y profesoras de danza con ahínco en su academia. El baile también la llevó a conocer lo más importante: su propio país. “Acá, en el Paraguay, nos fuimos a casi todos los lugares a los que se pueden llegar. Desde los primeros años, cuando viajar era una auténtica aventura porque no había caminos ni hoteles para quedarnos, nos íbamos con la emoción de llevar nuestro arte y, a veces, teníamos que cruzar ríos en canoa; son recuerdos maravillosos, porque siempre fuimos ovacionados en cada una de nuestras presentaciones. Hasta ahora nos vamos a aniversarios de pueblos pequeños y lo hacemos con la misma emoción de siempre, y por ahí da más gusto, la gente se prende, les gusta. Eso es lo que tiene la danza, le da alegría a la gente y, a mí, me llena el corazón”, finaliza.
mbareiro@abc.com.py
Fotos ABC Color/Gustavo Báez/Gentileza.