¡Bienvenidos los cambios!

Para crecer como personas y ser más felices hemos de abrazar y aprovechar los cambios de rumbo y giros, a veces bruscos, que surgen en nuestra vida. Temerlos es contraproducente y paralizante; evitarlos ¡es imposible!

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Cuando el viento y las olas cambian de dirección o se agitan hay que ajustar las velas y dar un golpe de timón. Intentar que en el barco permanezca igual o no hacer nada para adaptarse a la nueva situación, sólo aumenta la zozobra y el riesgo de naufragar. Algo similar ocurre en la vida de las personas, cuando se avecinan o producen cambios importantes, según Miriam Rocha Díaz, sicóloga clínica y docente del Instituto Terapéutico de Madrid, ITEMA (www.itemadrid.net).

“En general cualquier cambio produce incertidumbre porque implica una modificación en las contingencias o circunstancias de nuestro entorno a las que estamos acostumbrados. Y la incertidumbre genera cierto temor, al menos al principio, hasta que volvemos a conocer y a tener control sobre la nueva situación”, explica Rocha a EFE.

Según esa sicóloga especializada en modificación de la conducta, “lo que conocemos, nos tranquiliza (al saber cómo debemos actuar), pero lo que se desconoce, inicialmente, resulta amenazante porque puede ser potencialmente negativo, al menos hasta que se demuestre lo contrario”.

Para esta experta (www.miriamrochadiaz.wordpress.com) esa es la razón por la que “cualquier cambio inicialmente suele generar desasosiego y temor. Esta sensación la tenemos tanto en aquellos cambios que sobrevienen repentinamente, como ante los que decidimos emprender de forma voluntaria. Los primeros pueden conllevar una dosis de temor añadido por el hecho de ser inesperados y no habernos ido preparando para ellos”.

“Todo cambio nos genera cierto miedo o activación porque nos obliga a adaptarnos a las nuevas condiciones del entorno. Ese temor puede aumentar si, además, el cambio se vislumbra negativo, pues habrá que prepararse para seguir adelante en circunstancias peores a las precedentes, lo cual supone un coste adicional para la persona: emocional, físico, en calidad de vida, bienestar y seguridad…”, asegura Miriam Rocha.

“Pero incluso aquellos cambios que consideramos que serán algo beneficioso y deseamos emprender suelen generar ese desasosiego o activación interna pues, aunque sospechamos que el desenlace será positivo, siempre existe ese factor de “riesgo” ante la decisión de dejar algo conocido por algo nuevo, e incertidumbre ante el resultado”, añade la experta de ITEMA.

Además –de acuerdo a Rocha- adaptarse a un cambio buscado o sobrevenido siempre cuesta un esfuerzo, que será mayor o menor, dependiendo de diversos factores, como las circunstancias externas a la persona, los recursos de afrontamiento que haya desarrollado y si dispone de apoyos que le ayuden en el proceso de adaptación.

Afrontar en vez de evitar

“La mejor actitud para enfrentarse a un cambio es enfrentarse a él de forma activa, en lugar de evitarlo”, explica la psicóloga clínica. “La evitación consiste en dar la espalda a los problemas, en mirar hacia otro lado como si así fueran a desaparecer, pero en la mayoría de las ocasiones, los problemas no se resuelven solos y no siempre hay otros que puedan solucionarlos, por lo que es mejor esforzarse por abordarlos uno mismo”, aconseja Rocha.

En cambio, “el afrontamiento activo consiste en mirar al problema de frente y buscar soluciones. Esto se puede hacer de forma más o menos racional y planificada y con más o menos garantías de éxito, según cada persona y en función de si se utilizan métodos de toma de decisiones estructurados”, añade.

“Solo enfrentándonos a los cambios y a las nuevas decisiones podemos aprender a perderles miedo y hacerles frente, a ser más fuertes y a estar más preparados para tolerar la adversidad y la frustración y a sobreponernos a ella”, enfatiza esta profesional.

Además, “aceptar y enfrentarse a los cambios, circunstancias y decisiones como una parte connatural a la vida nos ayuda a disfrutar de los logros y consecuencias positivas que se deriven de ellos, mientras que evitarlos nos convertirá en objetos a expensas de los factores externos”, según Miriam Rocha.

Según la docente de ITEMA, “en la vida vamos a tener que encarar muchos factores que escapan a nuestro control, a muchas condiciones favorables y desfavorables, previstas o imprevistas, pero lo que sí podemos controlar y decidir, es el modo en que queremos afrontarlos”.

“A medida que nos exponemos a situaciones que requieren estrategias de afrontamiento para salir hacia adelante, vamos aprendiendo, pero si eludimos esas circunstancias, nunca aprenderemos nada y siempre nos veremos abrumados por los problemas, las decisiones a tomar y las responsabilidades a asumir”, señala la experta.

Esta sicóloga ha comprobado que “ante la incertidumbre que genera el cambio, solemos anticipar sus resultados, pero muchas de esas anticipaciones son erróneas y, cuando se fundamentan en nuestros miedos, nos pueden bloquear, dejándonos anclados en lo que ya conocemos o a expensas del vaivén de las circunstancias”.

“Hay que perder nuestros miedos, descubriendo nuestras capacidades y aprendiendo que en la mayoría de ocasiones aquello que temíamos no se cumple”, señala.

Visión realista y positiva

Según la sicóloga, “también será de gran ayuda adoptar una actitud realista y positiva, entendiendo el cambio como parte de la vida y no como un obstáculo insalvable, en vez de repetirnos a nosotros mismos ideas negativas y anticipaciones catastrofistas que nos impedirán analizar adecuadamente la situación y reaccionar ante ella del modo más beneficioso”.

“Lo que está claro es que dejar que nuestros miedos nos paralicen puede cortarnos mucho las alas e impedirnos descubrir lo que otros modos de vida (situaciones, parejas, trabajos…) nos deparan”, remata Rocha.

Para el sicólogo Guillermo Leone (www.guillermoleone.com) docente del Centro Gestáltico San Isidro, CGSI, (www.cgsi.com.ar), en Buenos Aires, Argentina, perder el miedo al cambio es un modo de apostar en pro de la felicidad, algo que no es fácil, pero sin embargo es posible.

Según Leone, el ser humano trata de vivir según la ley del menor esfuerzo y un cambio le obliga a reconfigurar el mundo conocido; cada persona “tiene mapas o interpretaciones del mundo que conoce y cambiar le obliga a hacer una nueva cartografía, lo cual requiere un gran gasto de energía”.

“Todo corte o cambio en la vida, como dejar un trabajo, un vínculo o cualquier actividad que nos saque de nuestra cotidianeidad, representa un triple duelo: “por lo que tuve y ya no tengo, por mi cotidianeidad presente y por lo que soñé y ya no será”, ha explicado este profesional.

Según este sicólogo, el miedo al cambio tiene una raíz fisiológica que se implanta al nacer, ya que “en el vientre materno nuestras necesidades están satisfechas, no sentimos hambre ni presiones y todo es armonía y, de golpe, nos sentimos oprimidos y atravesamos una experiencia extrema: el parto”.

Según este profesor del CGSI, “el bebé sufre la compresión del nacimiento, que queda grabado en su memoria como un prototipo fisiológico del cambio”.

Más adelante, cuando ya somos jóvenes o adultos, sentimos angustia ante los cambios porque nuestro cuerpo recuerda aquella primera experiencia angustiante de la angostura del canal del parto, y experimentamos “otros concomitantes fisiológicos como la falta de aire, el nudo en la garganta, la opresión en el pecho y la aceleración del ritmo cardíaco”, de acuerdo a Leone.

“Cualquier cambio, incluso positivo, produce incertidumbre porque implica modificar las contingencias o circunstancias de nuestro entorno a las que estamos acostumbrados. Y la incertidumbre genera cierto temor, al menos al principio”, explica a EFE la psicóloga clínica Miriam Rocha Díaz

EFE Reportaje

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