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En el taller y pequeña gran exposición que Muschi Lange posee en su casa no solo hay creaciones de barro o cerámica, sino también bocetos, herramientas, pinceles y una pila de estantes con gran cantidad de tarros de pinturas de todos los tamaños y colores. Una pieza de cerámica es el resultado final de un proceso muy pensado y en el que intervienen todas las artes plásticas en general.
Es imprescindible saber pintar y combinar los colores, así como dibujar a la hora de emprender cualquier tipo de proyecto y, obviamente, tener una gran habilidad con las manos. Las creaciones de Muschi y su sobrina Monika Lewkowicks están llenas de forma, movimiento y frescura. Son moldeadas con mucho cariño y esmero, como una masa de pan para la familia, pero, también, han sido pensadas hasta el mínimo detalle, probando todas las posibilidades que brinda la imaginación. Son piezas con gran sentido de la estética, en las que ambas saben conjugar –con la perfección que da la práctica– numerosas técnicas, explorando y superando los límites de la cerámica tradicional, mediante la inclusión de nuevas formas y colores, de los que surgen obras de gran belleza.
“Me inicié en 1991, en el Centro de Estudios Brasileros, y me fascinó todo lo que se puede producir con tan poca cosa, como es la arcilla”, cuenta Muschi. Las dos son paraguayas, pero de padres alemanes. “Por eso el acento”, aclara. Estudió con Carlos Quintella, quien trajo la técnica del Brasil. “Lastimosamente, falleció muy joven”, menciona.
La artista revela que tuvo que romper muchas piezas hasta tener el secreto del dominio de la burbuja de aire. Esta, por más pequeña que sea, produce muchos desperfectos que hace explotar la pieza, por lo cual hay que tener mucho cuidado. “Comencé a trabajar sola en casa. Quintella me dejó sus herramientas. Nadie las produce más y en el extranjero no las conseguimos. Las que hay son más pequeñas y débiles; las nuestras son más artesanales”, relata.
A Monica siempre le fascinó todo lo que sea pintura y arte. De la mano de Muschi, desde un principio, se volcó hacia la cerámica. Le gustó desde la primera vez que tuvo la arcilla en sus manos, al tomar conciencia de que podía hacer muchas cosas con ella. “Es impresionante”, resalta. Ella también comenzó con Quintella, pero solo tres meses. Luego de una larga pausa, retomó unos años después en el taller de Muschi, ya con un grupo de señoras.
Muschi vive, prácticamente, en su taller. Monika, por su parte, como es ama de casa, suele llevar las piezas a su hogar y, en cualquier espacio libre de tiempo, toma su pieza y empieza a trabajar.
Ambas se reúnen en el taller una vez a la semana, a la tarde, para trabajar. Elije las piezas y las termina. “También, si voy a una exposición, trabajo allí. Es emocionante ver el entusiasmo cuando estás creando delante del público. Pienso que eso se debería hacer más. Los artistas no solo tienen que exponer, sino trabajar delante de la gente, que muestren su arte y cómo hacen las cosas”, dice. “La gente, además, quiere aprender, pero no hay mucha oferta”, destaca Muschi.
Para el esmaltado, utilizan productos importados: chilenos, brasileños, argentinos, americanos y alemanes. “Con los años, cada vez iba trayendo más cosas. Los más fáciles de usar son los esmaltes americanos; es como pintar una pared: tres manos y al horno”, expresa Muschi.
Las artistas se inspiran, por ejemplo, de acuerdo al tema de la temporada. Ahora que se acerca Navidad, están preparando iglesias, casitas que rodean el pueblo, pinos, con velitas o sin ellas. Todos estos productos venden en la iglesia alemana a principios de diciembre. “Son piezas caras porque demandan mucha energía y trabajo. El horno consume G. 50.000 cada vez que lo prendo y el esmalte es costoso también”, puntualiza Muschi.
Las artistas coinciden en que esta actividad es una excelente terapia para las personas que sufren de estrés. “Además del contacto con la arcilla, uno se concentra en la pieza. Hay que pensar en el objeto; hasta se hace el plano de la obra. Es todo un proceso. Uno se abstrae completamente; está en otro mundo”, dice Mushi. “¡Prueben! Hagan las piezas que les guste. Se puede cocer en el tatakua. Ni siquiera se precisan herramientas específicas: solo una cuchara y cuchillo”, señala Mónica.
El proceso
Se empieza con un bodoque de arcilla, el cual se golpea para extraerle todas las burbujas. Con él se pueden realizar diferentes piezas. “Se hace un hueco y, con una espátula, se le da forma hacia adentro o afuera. Se puede abrir o cerrar y toma la forma de un cacharro, vasija y florero, o hacer una placa y realizar una casita”, explica Monika. Muschi habla de la técnica de la viborita, que consiste en hacer una viborita de arcilla e ir enrollándola hasta darle forma a la pieza. “Se pega con una mezcla de arcilla con agua. Esta técnica se usa para armar piezas grandes”.
Después, se deja secar al aire libre –no al sol, porque se agrieta– hasta llegar a un estado cuero. Esto depende mucho de la humedad del ambiente. El secado puede tardar unos siete días. “Cuando llega al estado cuero, se trabaja con unos desvastadores, que son como unos anillos con los cuales, suavemente, se va alisando la pieza hasta que quede perfecta”, continúa.
No utilizan torno. Luego, se lleva al horno eléctrico para la primera cocción a 800°, que es el bizcocho. “Son las piezas rojas que solemos ver en Areguá”, refiere. Una vez que sale el bizcocho del horno, se le pasa el esmalte y se vuelve a llevar al horno a más de 1000° y queda perfecto. “La temperatura varía de acuerdo a lo que se quiere lograr. El horno está totalmente computarizado. Y de allí sale la pieza totalmente terminada”, aclara Mónica.
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