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Si bien Arturo nació en nuestro país, su vida transcurrió en el Uruguay, en el exilio. Fue allá donde volvió ni bien culminó la última obra que vino a dirigir en el Paraguay. “Ya estoy jubilado”, exclama con una amplia sonrisa.
Fue una decisión muy meditada, tanto que recién el año pasado decidió ponerla en práctica con el firme pensamiento de que fuera en el Paraguay el lugar de la última dirección teatral. “Estiré mucho el retiro, pero, para mí, es un alivio... Ya venía postergando esta decisión ineludible”, confiesa.
Retrocedamos. Arturo Fleitas es paraguayo. Nació en la ciudad de Ybytymí, un pequeño pueblito, a 120 km de Asunción, en el departamento de Paraguarí. “Era un pueblito precioso, ahora está convertido en una ciudad. No teníamos luz eléctrica, todas las calles estaban cubiertas de pasto y era todo verde. Vivíamos en relación con la naturaleza; nos bañábamos en un tajamar, todos desnudos, y en el mismo tajamar, también, se bañaban los chanchos, vacas y caballos. No había contaminación de nada, éramos todos sanos”, dice.
Pero hubo una situación dramática que marcó su infancia: la guerra civil del 47. Tenía seis años. “Ya era consciente de lo que pasaba, así que todo el terror lo viví muy de cerca y fuertemente... Vengo de una familia liberal. Recuerdo que rodearon mi casa, y mi madre, en una actitud heroica, le pidió a su compadre por la vida de sus hijos y la suya... ‘Che jukáta piko, compadre, che ména pore’ỹme’, le había dicho y ese parlamento, hizo que los hombres se retiraran del lugar. Inmediatamente, mi madre preparó las maletas y nos trajo a Asunción. Todavía recuerdo esa imagen llegando a la estación del tren y la despedida de nuestra casa, fueron momentos muy traumáticos”, revela Arturo.
En medio de esa infancia, los juegos eran las bala pire de fusil. “Nuestros juguetes eran las vainas, las balas que caían de los disparos que perforaban las casas porque estaban por todo el pueblo”, revela.
Estas situaciones marcaron su vida e hicieron que se convirtiera en un luchador de la verdad, de la justicia. “A los 14 años ya era un militante contra la dictadura y este hecho me llevó a la cárcel”, rememora.
Una vez recuperada su libertad, el exilio le esperaba. De ese modo, fue al Uruguay. Apenas llegado a Montevideo se enamoró de El Galpón e ingresó a su Escuela de Arte Escénico, en la que realizó toda su formación y cuyo elenco estable pasó a integrar. “Mi familia eligió el lugar, me llevó directamente a la embajada y, bueno, allá continué desarrollando mi pasión por la actuación”, dice.
Claro que sus habilidades actorales afloraron en nuestro país, en grupos vocacionales. “Participaba de pequeños papeles”, cuenta. Fundó con otros jóvenes el Teatro Experimental Mburikaó. “Queríamos llamarle Teatro Experimental José Asunción Flores, pero no se pudo también por su ideas políticas; luego fuimos presos por nuestra militancia y me asilé en la Embajada de Uruguay”.
La lección fue la primera obra en aquel país. A partir de esta, el prestigio de Arturo Fleitas estuvo en alza, aunque ya dio que hablar también en nuestro país. El círculo de tiza caucasiano es una puesta importante en su carrera. El burgués gentilhombre y las dos versiones de El avaro, de Molière, también nutren su currículum y muchos otros títulos. Cincuenta y cuatro años de carrera y talento aportan mucho al arte y la cultura.
Del Uruguay pasó a la Argentina, siempre como exiliado. “Voy a Buenos Aires que era una trampa mortal, porque la gente desaparecía en un abrir y cerrar de ojos. Eran años de la Operación Cóndor. Otros compañeros fueron a México, donde crearon nuevamente El Galpón. No tardaron en llamarme y fui junto a ellos”, rememora.
Regreso y rumores
El exilio en México tenía el ingrediente del reencuentro con sus compañeros. Durante su estadía realizó teatro itinerante, visitando pueblos y ciudades de todos los estados. Finalmente, ¿qué le llevó a radicarse en el Uruguay? Tantos países visitados gracias a la actuación en América y Europa. Hizo el intento de volver al Paraguay, pero, después de 10 años decidió regresar, sintió añoranza de sus compañeros de El Galpón. “Muchos rumores corrieron sobre mi regreso al Uruguay. Algunos decían que fue la falta de reconocimiento, otros decían que económicamente no estaba bien, pero nada era cierto, simplemente, sentí ganas de reencontrarme con mis compañeros y empezar de cero, porque eso fue lo que hice, ganarme nuevamente mi lugar. Es un espacio muy estricto, había sido hasta secretario general, un cargo muy importante, pero tuve que comenzar de cero; presenté una carta de aspirantía hasta que me aceptaron de vuelta, con voz y voto”, relata.
Desde el 2000 hasta su retiro se mantuvo ligado al grupo. De hecho sigue siendo funcionario, pero ya no con tantas responsabilidades. Una carrera coronada de éxitos, de brillantes actuaciones e incontables premios. “Hice muchísimo más de lo que nunca imaginé que pudiera hacer. Entré al teatro muy modestamente, solo quería que me aceptaran y hacer algunos papelitos de vez en cuando. Eso me dejaba satisfecho, de lo contrario iba a continuar siendo revolucionario, felizmente, todo se juntó en El Galpón, la actuación con lo subversivo”, expresa entre risas.
La familia
Llegó triunfante a todas sus metas. Afirma que la vida le fue dando mucho más de lo que aspiraba. En lo personal, también tiene una vida plena de realizaciones. “Tengo una familia divina, una mujer brava como toda uruguaya, pero es la que elegí; unos hijos muy amables con sus padres y una nieta. Soy un tipo muy feliz”.
Ahora desea vivir tranquilo y resguardar su salud. Y preservar a su mujer e hijos de la constante preocupación. “El corazón es traicionero. Hace tiempo que los médicos me vienen diciendo: ‘Aflojá, Arturo, aflojá’ y, bueno, llegó ese momento. Quiero vivir feliz, en paz y haciendo felices a los que me rodean”.
Su breve estadía en el país le deja una reflexión: admiración hacia los jóvenes secundarios y universitarios que salieron a pelear por sus derechos. “No veo una solución inmediata, pero el despertar es esperanzador”, dice. “Esto dejó en evidencia los niveles de corrupción que sabíamos que existían, pero no de tal magnitud. Tiene que haber una reacción muy grande de toda la gente para avizorar un cambio, ya que hay muchos sectores muy deteriorados”, añade.
Finalmente, el teatrista y director paraguayo afincado en el Uruguay, reconoce que cada actuación es única e irrepetible. Quedó atrapado por la forma y diversidad que ofrece el teatro. Y surgió el amor, la pasión. Fue plenamente libre desde lo creativo, y todo sumó y aportó a su vida. Ya retirado, busca disfrutar de las cosas simples de la vida, con la familia y los amigos. El público paraguayo le aplaudió de pie en la primera función de Voces de amor y lucha, con la magistral actuación de Margarita Irún, Alicia Guerra y Ana Ivanova. “Fue un periodo extraordinario de mi vida. Estoy agradecido con la ilusión que siempre pusieron en mi trabajo, pero me encuentro feliz con la decisión tomada. Nada que agregar a mi vida y mucho que agradecer”, concluye.
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