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El evangelio del Miércoles Santo se refiere a la traición de Judas Iscariote, quien entrega a Jesucristo por 30 monedas –denarios– de plata y sella su felonía con el mítico beso al hijo de Dios, mediante el que delató a Jesús de Nazaret en el huerto de Getsemaní.
Este discípulo ha pasado a la historia como el traidor por antonomasia, y la animadversión popular hacia este personaje se expresa en la quema, apedreamiento o linchamiento ritual de numerosos muñecos llamados Judas en numerosas festividades que tienen lugar en Semana Santa, en España y América.
En Sevilla, España, por ejemplo, una cofradía se denomina “La Hermandad de El Beso de Judas” y su “paso”, es decir, la imagen de Cristo que desfila en las procesiones de Semana Santa, representa el momento inicial de la Pasión, el del traidor Iscariote besando a Jesús.
“Una traición es una situación que quebranta los sentimientos de confianza, lealtad y reciprocidad del ofendido”, explica a EFE la psicóloga María Beatriz Pereira, de ISEP Clínic Barcelona, España, (http://barcelona.isepclinic.es).
Según Pereira, las traiciones más habituales se realizan alrededor de los seres queridos o en los entornos más cercanos y, generalmente, se trata de temas de infidelidad, rivalidad en los ámbitos de la amistad, familiar o académico, codicia dentro del ambiente profesional y laboral, y venganza por perjuicios causados en el pasado.
“Una persona traiciona a otra, sobre todo, debido a una baja autoestima, inseguridad, falta de confianza en sí misma, temor al rechazo, vergüenza, miedo al castigo, pérdida y a la crítica. En muchos casos también por insatisfacción con la situación actual, resentimiento, ansias de poder y sentimiento de superioridad”, añade esta experta.
“Desde la perspectiva psicológica, la traición es uno de los comportamientos más destructivos en las relaciones humanas, que se produce por una necesidad de que el traidor debe cubrir, y que pone en evidencia su incapacidad de satisfacer dicha necesidad por medios justos, así como sus problemas más profundos de autoconcepto y seguridad personal”, añade.
¿Puede extraerse alguna lección positiva de una traición? “Siempre, aunque al principio es difícil verlo”, responde Pereira. Para esta profesional, ser traicionados “nos da oportunidad de madurar emocionalmente, dejando a un lado la posición de situarnos como víctima ante los hechos y exhibir la superioridad moral de ser el que lleva la razón”. “Sentirnos víctimas nos estanca en el rencor y el sufrimiento, alejándonos de la pregunta clave: ¿Prefiero tener la razón o ser feliz?”, matiza la experta.
Por otra parte, vivir una situación de traición “nos permite aprender que la confianza ingenua en el mundo y las personas solo responde a un ideal de seguridad, confiabilidad y resultados satisfactorios, que no es plausible en su totalidad”, añade.
Esta experiencia puede dar paso a “la confianza real, basada en la capacidad de evaluar, de forma equilibrada, a una persona o situación, preguntándonos: ¿Hasta qué punto es segura? ¿Cuán realistas son mis expectativas en cuanto a esta relación?”, explica.
Sufrir una traición, según Pereira, también posibilita que nos flexibilicemos con nosotros mismos y con el otro, al intentar comprender a quien nos engañó, reconociendo aquellas partes de nosotros que también son capaces de realizar deslealtades y, por tanto, dando cabida al perdón, las segundas oportunidades y el deseo de continuar hacia adelante dejando atrás sentimientos negativos.
Para la experta del ISEP, lo primero que hay que hacer cuando nos sentimos traicionados por una persona cercana o querida es recordar, ante todo, “que quien traiciona es también un ser humano, con sus defectos y virtudes”.
“El orgullo, la avaricia, el egoísmo y otros tantos sentimientos son meras características de la humanidad y, por tanto, pueden presentarse en las personas según qué ocasiones o circunstancias de la vida”, añade.
“A continuación –en opinión de Pereira– es importante tomarse un tiempo para ‘enfriarse’ y calmar todas las emociones y reacciones negativas que surgen al momento inicial: ira, odio y necesidad de hacer un reproche inmediato”.
“Luego, lo adecuado es tratar de ponerse mentalmente en el lugar del desleal para ver qué pudo haberle llevado a comportarse de esa manera, ya que así se puede valorar con mayor objetividad la gravedad del daño”, sugiere.
Qué hacer
“Posteriormente, la persona que se siente engañada está en su pleno derecho de manifestar sus emociones y sentimientos al otro, así como asumir las consecuencias que acarrea su acción”, reconoce.
Aunque para Pereira, “se debe evitar la manifestación exacerbada de emociones negativas, así como las expectativas de recibir unas disculpas inmediatas o explicaciones que justifiquen el daño cometido”.
“Si somos traicionados, tampoco debemos permitir que el resentimiento y dolor invadan el resto de ámbitos de nuestra vida, ya que solo mermaría nuestro estado de ánimo, autoestima, productividad y bienestar en general”, señala.
Por último, según esta psicóloga, ante una felonía “es recomendable prescindir de la venganza, ya que con ella solo se consigue aumentar el malestar, prolongar el rencor y vivir en un pasado que ya no puede ser cambiado”.
¿Cómo podemos perdonar a quien nos ha traicionado de modo que ambos quedemos en paz? Para conseguirlo, luego de atravesar el proceso de duelo psicológico que implica la traición, Pereira señala que: “Hay que estar dispuestos a curar las heridas del pasado, enterrar figurativamente ese acto de agravio, desprenderse del dolor emocional, aprender de la experiencia y seguir hacia delante, más que por olvido, por superar la experiencia negativa”.
Y es que, según Pereira, el rencor causa muchas veces más dolor al perjudicado que a la persona que lo ha lastimado y, paradójicamente, une más a estas dos personas de lo que el ofendido desearía.
“Tanto perdonar como pedir perdón implica desarrollar una actitud comprensiva y flexible, a partir de la cual se acepta la posibilidad de equivocarse”, destaca.
Para esta profesional, es importante saber que el perdón no tiene que ser un acto verbal, pues más allá de una formalidad, se trata “de un estado mental”.
“Poder perdonar se vincula con la posibilidad de renunciar a sentimientos de enojo y resentimiento y liberarse de un vínculo de apego negativo e infructífero con aquella experiencia traumática, neutralizándola o dándole un significado positivo para el futuro”, concluye.