Al pie de las letras

El pasado viernes se cumplieron 127 años del nacimiento de uno de los paraguayos que, por medio de su silenciosa tarea, ayudaron a construir la Historia grande de nuestro país: el paleógrafo José Doroteo Bareiro Aguilar.

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En un rincón del Archivo Nacional de Asunción, don Aníbal Solís sigue con una apasionante, aunque nada lucrativa actividad, pues su paga no es atractiva, lo que hace que, cada vez, sea más difícil encontrar gente que quisiera seguir con la profesión. Más todavía cuando que la jubilación está a la vuelta de la esquina y no se perfilan candidatos para seguir hurgando en polvorientos y ajados folios con historias de siglos en sus renglones.
Don Solís es el heredero. Su maestro fue don Doroteo Bareiro, un personaje de nuestra historia a quien, paradójicamente, luego de desempolvar tantos datos escondidos entre los enrevesados caracteres de viejos legajos, casi nadie le recuerda. Vaya ironía, ¿no?
Así como Solís lo viene haciendo desde hace décadas, así también don Doroteo, durante gran parte de su vida, se dedicó a deslizarse por los recovecos de la historia y a descifrar los intríngulis que se esconden detrás de cada letra, de cada palabra, de cada frase. Y fue don Doroteo, quien, por intermedio de Solís, prolongó los beneficios de su sapiencia en bien del rescate de la memoria colectiva, a partir de los miles y miles de documentos descifrados y que ayudaron a dilucidar un sinnúmero de hechos históricos que, por medio de los historiadores, fueron desgranándose hasta ponerse al alcance del público.

Don Doroteo Barreiro fue el más importante paleógrafo con que contó la historiografía paraguaya. Había nacido cuando aún las cenizas de la guerra no se habían enfriado, ni sus secuelas desaparecidas: el 6 de febrero de 1877, en Quyquyhó, un pueblito de la campiña paraguaya, cercana al río Tebicuary.
Sin la infatigable tarea de don Doroteo Bareiro, muchos de los episodios de nuestro pasado no se hubieran conocido nunca. Muchos, tal vez, quedaban ocultos en la noche de los tiempos, si no se los hubiera hallado y descifrado a tiempo, pues sabido es que así como el Archivo de Asunción es el más antiguo de la región, así también es el más desprotegido y el que más despojos sufrió a lo largo de los años. Durante la gran guerra, sus legajos sirvieron inclusive como lumbre y cobijo de los soldados de la Triple Alianza, en el crudo invierno de 1869.
Don Doroteo Bareiro se inició en la actividad en el humilde puesto de escribiente del Archivo Nacional de Asunción, allá por 1902. Empezó a hacer carrera en la institución, llegando al cargo de director del Archivo Nacional. A lo largo de su dilatada carrera, se dedicó a descifrar numerosos documentos, dando a la luz importantísimos documentos que constituyeron, en sí, valiosas piezas para ir armando la historia paraguaya y regional. Así también, fue el eficiente colaborador de muchos estudiosos e investigadores, aunque, casi siempre, la ingratitud fue la moneda con que se retribuía su desinteresado trabajo.
Uno de sus mayores aportes fue la composición de un Catálogo o Indice de Testamentos y Codicilos. Para realizarlo tuvo que revisar miles de documentos, clasificarlos y ordenarlos, lo que significó un valioso aporte para los investigadores.
Aquellos testamentos, reunidos, descifrados y clasificados por el paleógrafo, no sólo reúnen datos genealógicos, sino también encierran interesantes informaciones sobre diversos aspectos de la vida en los años de la conquista y poblamiento del país, las que ayudaron a construir el andamiaje de nuestra memoria histórica.
De acendrado patriotismo, rechazó honores y deslumbrantes ofrecimientos en metálico, para ir con sus bártulos a otros países que, interesados en su sapiencia, pusieron ante su persona interesantes ofertas que rechazó sin dudar nada. Prefirió seguir en su modesto gabinete, sirviendo a su país de manera silenciosa y sin aspavientos ni egoísmo. Fue generoso con los investigadores, a quienes ayudaba sin esperar emolumentos, guiándolos, poniendo a su disposición los valiosos documentos, ayudando a descifrar folios cargados de años, de siglos.
Fue, en su momento, y según lo atestiguaron calificados historiadores, el mejor paleógrafo que se conocía en el Río de la Plata. Por medio de su silenciosa labor, realizó grandes aportes a la República, como el descubrimiento de las primeras expediciones al Chaco boreal desde Asunción, lo que permitió, en su momento, reforzar los derechos del Paraguay sobre aquel territorio, entonces disputado por la república boliviana.
Luego de una fructífera vida dedicada a desentrañar los centenarios mensajes contenidos en añejos legajos, y cansado de años, el paleógrafo José Doroteo Bareiro Aguilar, falleció en la ciudad de Luque, donde vivía, el 25 de abril de 1950.
Su hijo don Aníbal Bareiro Fretes heredó su afición por la historia y las enseñanzas de la técnica para descifrar el pasado por medio de las documentaciones. Don Aníbal Solís es otro de sus herederos y en quien se prolonga la vida y el aporte que durante tantos años don José Doroteo Bareiro fue escardando y uniendo los hilos que componen la trama de los hechos pasados, componiendo la urdimbre de la historia. Su mayor legado: el conocimiento de nuestro pasado histórico, destinado a la comprensión de nuestro presente.

Qué es la paleografía
La Paleografía es una actividad científica que surgió de una manera espontánea en el momento en que alguien posó sus ojos en un viejo pergamino o papiro e intentó descifrar su contenido.
Como tal, esta actividad se inició con Jean Mabillon, quien utilizó por primera vez este término en su obra De re diplomática libri sex, publicada en 1681.
Unos años antes, se había suscitado una gran polémica entre investigadores jesuitas y benedictinos en torno a un tema de crítica documental. Daniel van Papenbroeck, jesuita, publicó en ese año una obra en la que calificaba de falsos los documentos pontificios y de los reyes merovingios expedidos en favor de la abadía benedictina de Saint-Denis. Fue entonces cuando Mabillon, un benedictino, publicó la obra antes citada. En ella estableció las bases científicas de la diplomática y el papel auxiliar de la paleografía en relación con la crítica documental. Aquella obra fue, fundamentalmente, un tratado de diplomática, pero en ella se abordaban cuestiones paleográficas. En ella, señaló la distribución geográfica en Europa de las diversas clases de escritura, su distinción y el uso de escrituras en documentos y en códices. Su aporte más significativo fue la distinción entre escritura libraria y escritura documental.
Mabillon inauguró el estudio de la escritura de modo sistemático, sentó los principios basados en la observación de gran número de piezas escritas, utilizando el rigor científico.
Etimológicamente, la palabra se forma con dos términos griegos: paleo: antiguo y graphos: escritura. La paleografía es la ciencia que estudia las escrituras antiguas, pero sólo las ejecutadas de manera manual (por lo tanto, no estudia los documentos impresos), en cualquier tipo de materia escriptoria, ya sea dura (como en un trozo de mármol) o blanda: papiro, pergamino y papel.
Tres son las facetas principales de esta disciplina: la que ayuda a leer lo que está escrito en los documentos y posibilita transcribirlos; la de ayudar a resolver el problema de dónde y cuándo fue escrito el documento, y el estudio de la evolución de los signos gráficos.

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