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El martes pasado, 19 de setiembre, empezaba con una noticia triste para el arte nacional: Michael Burt, el eterno apasionado por los colores y la arquitectura, fallecía en un sanatorio capitalino. Justo el mismo día en el que estaba prevista una exposición organizada por la Alianza Francesa para honrarlo, por sus años de trayectoria.
Tenía 86 años, pero un espíritu tan peculiar que llegó a hacer creer a sus allegados que, así como sus obras, él y su sonrisa serían eternos. Michael trabajó hasta sus últimos días, además de la exposición mencionada, para esta semana estaba previsto el lanzamiento de una colección de textiles nacionales con sus diseños. “La semana pasada vio las muestras y estaba feliz”, comenta Ángela Soerensen, diseñadora de la marca nacional con la que trabajó. No existe mejor forma de describirlo; la pasión por el arte era su motor.
Para él, según nos contaba en una entrevista en el 2014, el arte debía ser para todas las personas, ya que es una forma de abrir la mente y crecer. “Todas las personas tienen derecho a contar con una obra de arte, pero lastimosamente, muchas veces, no se puede por el factor económico; así como todos los que consideren tener talento deberían poder pulirlo y dedicarse a hacer lo que aman. Es el secreto para vivir muchos años llenos de felicidad”.
Justamente por esto, su arte no se quedó en los lienzos, Michael firmó contratos con varias empresas para hacer serigrafías, pinturas en cuero o sobre pequeñas superficies que llegarían con mayor facilidad a las personas de distintas clases sociales.
P: ¿Y hasta cuándo pensás pintar, Michael?
MB: Yo tengo muchos proyectos, voy a pintar mientras tenga fuerzas. No creo que me jubile, no me imagino una vida sin hacer lo que me apasiona.
Más allá de sus logros en el mundo del arte, Michael fue una persona sencilla y cordial, sus jornadas cuasi eternas en el atelier al fondo de su casa se interrumpían ni bien alguno de sus amigos lo convidaba a algún evento o actividad: amaba juntarse con la gente, los paseos, las meriendas, y no hacía distinción en cuanto a lugares o estratos sociales. Si bien en los últimos años este ritmo decayó y su mente empezaba a disminuir la marcha, las conversaciones con él seguían tan entretenidas como siempre.
Era tan entusiasta que hace 10 años —muy cercano a la séptima década— se inscribió a un curso de fotografía, sus compañeros bien podían ser sus nietos, y aunque estaba claro que hacía bien en dedicarse a la pintura y no a las cámaras, era el alumno más aplicado. Las tareas que le daba el profesor Mario Franco y que sus compañeros entregaban en un pendrive, él las llevaba impresas. Junto a la cámara Nikon D40 que se compró, iba a las clases prácticas, subía cerros, caminaba y disfrutaba como un niño de las meriendas que se hacían al terminar los paseos, y en los que por su forma de hablar parecía el más joven de todos.
Al año siguiente, tomó clases de cerámica para las cuales todos los fines de semana debía trasladarse desde Asunción hasta Areguá. Disfrutó de las clases, pero tampoco perseveró, siempre volvía a sus amados pinceles.
Su “puntualidad inglesa” frente a la famosa “hora paraguaya” le causó algún que otro disgusto que luego olvidaba rápidamente. Puntilloso y detallista, amable y consejero, se declaraba fan de la Coca Sarli, especialmente en una icónica escena de la película La burrerita de Ypacaraí.
A sus exposiciones llegaba siempre del brazo de su amada Deidamia Sampaio, a quien conoció mientras estudiaba arquitectura en São Paulo, Brasil, y con quien llevaba casado 57 años. Ella fue madre de sus hijos John y Verónica, y esta última fue la encargada de cuidarlo durante este último tramo de su vida, con una paciencia infinita.
No solo el arte vio partir a uno de sus mejores exponentes, el país también se queda sin uno de sus hijos más entusiastas, optimistas y alegres. Michael, el artista, se fue a pintar cielos azules en primera persona: Michael, el amigo, se fue a regalar sonrisas y ocurrencias al cielo de los artistas.
Trayectoria (*)
Arquitecto y pintor. Nació en Asunción, el 28 de junio de 1931. Estudió arquitectura y artes plásticas en el Brasil, de donde regresó en 1959. Su pintura sigue una corriente aproximada al expresionismo abstracto y al pop norteamericano. Desde 1962 expuso en Asunción y en muestras realizadas en el extranjero. En 1966 fue uno de los fundadores del Museo de Arte Moderno de Asunción. En 1975 obtuvo la Medalla de Plata en el Salón del Automóvil Club de Río de Janeiro. En el 2009 fue distinguido como uno de los Maestros del Arte, por el Centro Cultural de la República El Cabildo, del Congreso de la Nación. Falleció en Asunción, el 19 de setiembre de 2017.
*Biografía de Luis Verón.
Fotos: ABC Color/Archivo.