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Uno de los poemas que aprendí de memoria en mi infancia pertenece al poeta español José De Espronceda y dice así: Me agrada un cementerio/ de muertos bien relleno/ manando sangre y cieno/ que impida el respirar/ y allí un sepulturero/ de tétrica mirada/ con mano despiadada/ los cráneos machacar. Otro similar es el poema atribuido a Gustavo Adolfo Bécquer, que proclama: No son los muertos/ los que en dulce calma/ la paz disfrutan de la tumba fría/ muertos son los que tienen muerta el alma y viven todavía.
Mi querida amiga L cuenta que vino de visita una amiga extranjera que vivió cierto tiempo en nuestro país, con su familia, y tenían un panteón en La Recoleta, donde reposaban los restos de su padre. La amiga invitó a L a acompañarla para comprobar el estado de aquel panteón. L, siempre muy organizada, preparó una canasta lonchera, en la que cargó elementos de limpieza, agua para beber y algunas frutas que cubrió con un lindo mantel bordado. Así pertrechadas enfilaron hacia el campo santo, donde se encontraron con la desgraciada sorpresa de que malvivientes habían profanado el panteón, robado el féretro y dejaron tirados por allí los huesos del papá de la amiga extranjera.
Ante tal situación, L colocó en la canasta de picnic los huesos del extinto y los cubrió con aquel mantel bordado, mientras fueron a denunciar y a adquirir otro cajón. Cuando regresaron al día siguiente, de vuelta encontraron los huesos tirados y, esta vez, los delincuentes ¡se habían llevado la canasta con el mantel bordado! ¿Se puede ser tan hereje?
Las personas no reaccionamos de igual manera ante la muerte. Por eso, hablar de la muerte es naturalizarla, es comprenderla, perderle el miedo.
No sé si en nuestro país ya existen doulas de duelo o de final de vida. Son profesionales de la salud mental que brindan apoyo emocional, espiritual y práctico a quienes están en proceso de morir o que perdieron a un ser querido. Mientras que los cuidados hospitalarios y los cuidados paliativos se centran en el tratamiento del dolor y los síntomas en los pacientes, las doulas del fallecimiento pueden ayudar a quienes se enfrentan al final de la vida a fallecer de la mejor manera, permitiéndoles vivir el tiempo que les queda con valor, significado y en compañía.
La palabra doula del griego significa “mujer de servicio” y fue adoptada por quienes guían a las mujeres en el proceso del parto. Nadie nos entrena para nacer, tampoco para morir bien. Contar con la compañía y experiencia de una doula de duelo puede proporcionar paz emocional, espiritual, tanto para la persona que está en proceso de agonía como para apoyar a los familiares a sobrellevar el duelo.
carlafabri@abc.com.py