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Cada cual posee su propia versión de la felicidad. Padres y madres suponen un mundo de bondad para su prole que, tal vez, anhela una vida muy diferente a las de sus progenitores. Gobernantes, autoridades y políticos, casi siempre barajan ideas muy distintas de aquella felicidad que la ciudadanía espera.
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Para el poeta, la felicidad es frágil, etérea, pasajera, como una pluma que el viento va llevando por la calle. Para el científico investigador, es una tendencia genética y alguna gente ya viene con ciertos agentes químicos incorporados en sus genes, como las endorfinas, que confieren predisposición natural para ser felices.
Se sabe que se puede estimular la producción de endorfinas a través de ejercicios físicos, de la relajación mental y de una actitud positiva ante la vida.
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Desde lo espiritual, la felicidad es concebida como un estado de armonía del interior de cada humano en resonancia con lo exterior. La óptica sensible se refiere a un sentimiento, estado de ánimo personal, sin edad, fuera del tiempo, que puede contener tanto la tristeza como la alegría.
Si se emite opinión desde lo racional, la felicidad es un derecho posible y legítimo ahora y en la Tierra. Para la mística espiritualidad oriental, la felicidad puede alcanzarse en un estado de paz interior eliminando el ego; mientras que los occidentales, estimulados por sicólogos pensadores, proponen fortalecer el ego, elevar la autoestima, para alcanzar la realización personal.
Desde 1938, la Universidad de Harvard investigó sobre lo que el psicólogo William James consideraba la preocupación más importante de la vida: la felicidad. Sus principales conclusiones tienen que ver con el papel de los vínculos que construimos y de la actividad física para hacernos más felices.
El estudio está centrado sobre una pregunta esencial en la vida: ¿qué nos hace felices a los seres humanos? La principal conclusión es que la felicidad depende de las relaciones que construyamos a lo largo de la vida. La calidad de nuestros vínculos determina, en buena parte, lo felices que seamos. Se podría afirmar que si queremos pronosticar si una persona vivirá más feliz y largamente, más importante que saber si tiene el colesterol alto es conocer si tiene muy buenos amigos, si comparte con ellos y con familiares tiempo, ideales, vino, música, actividades y conversaciones. Como dicen los aimaras: pobre es el que no tiene comunidad.
Una segunda conclusión del estudio de Harvard tiene que ver con la actividad física. Las personas que viven felices se enferman menos, practican más deportes, permanecen menos días al año con problemas físicos y les hacen menos intervenciones quirúrgicas. A mi, tal vez, ocurrente modo de ver, un estado de felicidad se puede lograr con cosas pequeñas y maravillosas que ocurren en la vida cotidiana. ¡Feliz 2025!
carlafabri@abc.com.py