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Su leitmotiv es la música clásica, eso es indudable. El nombre de su orquesta Johann Strauss, “el más grande de los grandes”, sostiene, lo dice todo. El violinista y director de orquesta André Rieu ha sabido trascender en el tiempo y la tecnología para llevar su arte a todas partes del mundo mezclando la música culta con el recorrido pop, la llave que hasta hoy le garantizan fans y taquilla llena adonde quiera que vaya.
Tal fue el caso del Movistar Arena de Santiago de Chile, que se transformó en el escenario ideal para que el maestro André Rieu conquistara a todos con su deslumbrante presencia a mediados de septiembre con cuatro fechas bajo la cúpula que gobierna el parque O’Higgins de la capital chilena.
Abuelas con nietas, madres e hijas, hermanas, parejas de enamorados y alguna que otra promesa se arropaban bajo la expectativa de ver al espigado músico de canas alborotadas llegar al escenario por entre los pasillos al ritmo de “La entrada de los gladiadores” despertando la locura de la gente que se emocionaba filmando a esa estrella que tantas veces había visto en videos.
Rieu, que empuñaba su violín en una mano y saludaba al público con la otra, era seguido por su peculiar orquesta. Las mujeres vestidas con pomposos trajes de época y los hombres de riguroso frac, también saludaban a la multitud desplegada en los cuatro puntos del lugar.
Con un estilo desenfadado por momentos, y en otros haciendo homenajes a cantantes y compositores, el show siempre mantuvo una vibra alta. De manera sutil, también contribuyó con su granito de arena para hacer un llamado a la paz al presentar a Ana Rekker, soprano ucraniana. “Ella me dijo que su madre es de Ucrania y su padre, de Rusia, y que se han amado profundamente toda la vida”, dijo Rieu al presentarla, desencadenando un silencio cómplice de admiración y apoyo a los ucranianos.
Otras músicas que sonaron fueron: I will survive, Can’t stop falling in love y Life is life, temas de estilo pop que se mezclaron con Blaze away, Volare, Nessum Dorma, Circus Renz, Voila, Think of me (del Fantasma de la Ópera), Los niños del Pireo, Nitsch Jaka, La viuda alegre. Uno de los momentos más esperados fue Danubio azul, así como Aleluya y El Mesías.
Con más de cuatro décadas de carrera, André Rieu ha sabido consolidarse como uno de los músicos más queridos alrededor del mundo. Su fórmula inigualable fusiona interpretaciones de piezas clásicas con arreglos populares, todo envuelto en un show visualmente espléndido que ha enamorado a millones de fanáticos.
En su más reciente presentación en Chile, Rieu, consagrado como el Rey del Vals, en compañía de su Orquesta Johann Strauss, transportó al público a un universo mágico donde la música se transforma en un lenguaje común que trasciende edades y culturas. Su dominio del arte del espectáculo es tal que logra una sincronización perfecta entre sus interpretaciones musicales y una atmósfera festiva que captura la imaginación del público.
El repertorio de la noche deslumbró con obras clásicas, valses vieneses, bandas sonoras y canciones populares, ejecutadas con la destreza y fervor inconfundibles de Rieu. Los arreglos orquestales, llenos de color y sensibilidad, acentuaron la belleza de cada pieza, mientras que las interpretaciones vocales de sus solistas añadieron un toque emotivo que tocó los corazones de todos.
Sin embargo, lo que realmente definió el concierto de André Rieu fue su capacidad de hacer que el espectáculo sea una experiencia que va más allá del sonido. Su puesta en escena, con trajes y coreografías de época, creó un ambiente romántico y festivo, transportando a la audiencia en un viaje que despertó todos los sentidos.
La conexión que Rieu estableció con su público fue palpable desde el inicio; su carisma y humor genuinos hicieron que todos se sintieran parte del espectáculo. Las ovaciones del público no solo reflejaron el aprecio por su música, sino también el cariño hacia su carismática personalidad que hace que cada asistencia sea algo especial.
En definitiva, la actuación de André Rieu en Santiago de Chile fue una noche memorable que dejó una huella profunda en quienes asistieron. Rieu, con su inigualable personalidad y destreza musical, reafirmó por qué sigue siendo una de las figuras más influyentes y queridas de la música clásica contemporánea.