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Nuestra sociedad, como ninguna otra anterior, nos exige conseguir el éxito. Frases que suenan estimulantes pero a la vez cargan negatividad: tú puedes lograrlo. Si yo puedo, tú puedes. No hay alternativa, es una demanda que genera falsa expectativa, angustia, obsesión, cuando resulta esquivo alcanzar lo que nos proponemos, nos sentimos víctimas desesperadas del desaliento. Y si logramos hacer realidad nuestros sueños, puede aparecer un vacío interior, como cuando se acaba la fiesta. ¿Ahora qué? ¿Esto era todo? Es que cualquier final significa el principio de otra cosa. Si fracaso y toco fondo, ahí me quedo. Por su parte el éxito tiene escasa profundidad. Aparece en el estado de ánimo una especie de frustración por el triunfo. A lo mejor es lo que le pasó a nuestra compatriota, la excelente nadadora Luana Alonso, quien en el pleno de su carrera y tras haber conseguido participar nada menos que en los juegos olímpicos, tal vez se frustró, por eso renunció a seguir compitiendo y se retiró de las olimpiadas. Un desenlace que a lo mejor tuvo que ver con la fuerte presión que ejerce la competición. Además no debe ser fácil luchar con perseguidores interiores que reclaman insaciables mejores records, más y más aciertos. El suicidio de Marilyn Monroe en el momento culminante de su carrera, fue el epílogo de una serie de circunstancias muy complejas, pero no hay duda de que en ese desenlace tuvo que ver la presión que le causaba la fama. El pánico de la cumbre. Se podría decir que, en muchos casos, es el mismo triunfo el que causa la zancadilla que impedirá alcanzar la meta. El fenómeno es habitual como llamativo y no es extraño que él haya despertado la curiosidad de Sigmund Freud, quien en un trabajo breve, Los que Fracasan al Triunfar, analizó esta peculiar conducta humana. “Así pues, quedamos sorprendidos y hasta desconcertados, cuando en nuestra práctica médica descubrimos que hay también quien enferma precisamente cuando se le ha cumplido un deseo profundamente fundado y largamente acariciado. Pareciera que estos sujetos no están en condiciones de soportar su felicidad.” Para esta gente hay un gran atractivo en el fracaso. De tales seres con vocación de catástrofe están pobladas las grandes obras trágicas. El éxito, al final, no es más que una de las delicias del árbol de los deseos y es sabido que por sucumbir a sus reclamos, Adán y Eva conocieron la caída, el fracaso original.
No hay éxito sin la posibilidad de fracaso. Y hasta es admisible que el éxito nos produzca una dosis natural de temor. Pero todos estos son gajes del oficio de vivir. Obstáculos que sirven a la vez como acicates. Si el aire no le opusiera resistencia la paloma no podría volar.