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Por Alejandra Burró de Pappalardo
Entre los momentos más gratificantes del año precisamente debo poner en práctica organizar el viaje familiar. Es el momento en que me siento a conversar, a tratar de ver qué es lo que más o menos les gustaría conocer a cada uno de los integrantes de la familia. De hecho, mis hijos han tenido la oportunidad de viajar muchísimo desde pequeños y están muy habituados a lo que es preparar las maletas y alistarse para los viajes con el mayor de los entusiasmos.
En los últimos años hemos retomado la costumbre de viajar en familia con mis hijos ya adultos con sus esposos, esposas, novios o novias, y desde el año pasado se ha sumado mi nieto Pietro, con tan solo 9 meses.
Uno de los muchos destinos que encuentro fascinante en Europa es obviamente Sicilia, no solo por ser uno de los lugares maravillosos que hay que conocer en Italia para disfrutar, sino, sobre todo, por el interés de todos nosotros en el sentido de que es el sitio de donde provienen los Pappalardo. Es indescriptible la sensación de ver a mi nieto Pietro tan pequeñito poder visitar ya la tierra de sus bisabuelos y tatarabuelos.
El lugar elegido como hospedaje fue una casa sobre el mar con suficientes habitaciones para comodidad de todos. Eramos un batallón de personas. Me encanta aglutinar a toda la familia y sobre todo hacer que en estos viajes en familia todos lo pasen bien. Es muy importante tener en cuenta todos los detalles en un viaje; los gustos de cada uno, preparar para el disfrute todos los días de una actividad diferente, de no demasiadas horas, sino las suficientes como para conocer los puntos de interés, descubrir, saborear las comidas, la cultura y luego compartir las experiencias en las reuniones en torno a la piscina o en el beach club.
Otro destino inolvidable para la familia Pappalardo Burró es Mykonos, en Grecia, donde la experiencia de disfrutar al máximo se repite en un hotel sobre el mar. Siempre son determinantes los lugares donde haya mar y estar bien cerca para poder disfrutar del agua, que es lo que a todos nos gusta y a mí me fascina.
Cuando uno viaja en familia, nunca hay que condicionar con los horarios. En eso hay que ser flexibles para que cada uno aparezca en el momento que quiera. Algunos son más tempraneros porque quieren aprovechar el día, pero otros necesitan descansar un poco más tras una intensa jornada anterior. En la flexibilidad está el dar gusto y el pasar bien y esto es lo que a mí realmente me llena de satisfacción como mamá y como suegra. Cuando los hijos son grandes y se casan, se pierde un tanto esa proximidad cotidiana, por tanto los viajes en familia son un buen momento para recuperar ese contacto.
Hay que hacer que un viaje sea divertido en todos sus momentos, en la previa, la organización, definir las actividades, tener todo programado con antelación para sacarle el mejor provecho.
Es importante intentar que tu viaje no solo esté dotado de servicios, sino también que haya esa calidez, esa parte humana, donde haya sorpresas, algunas actividades fuera de lo común para sorprender a todo el grupo. Esta es una parte que me encanta y es lo que hace que al final del tour, al retorno, tengamos siempre varias ocasiones y momentos para reunirnos y comentar sobre esa experiencia inolvidable. Allí está la clave, en la parte emocional, que es esencial en el emprendimiento de un viaje familiar para que los buenos momentos perduren para siempre. Anímense y a preparar las maletas para unas vacaciones en familia.