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Un hombre de barba larga y turbante abre la escena en la que –nada más al ingresar al recinto del templo Gurdwara Bangla Sahib– se escuchan canciones que adentrará a la visita en un mundo impensado de emociones, mientras él dirige el culto acompañado de hombres y mujeres como parte del rito del sijismo –fundado por el gurú Nanak Dev–, que es una de las tantas religiones que se profesan libremente en la India, aunque las principales son el hinduismo y el budismo.
Todos parecen rezar o meditar, según prefieran, en torno al espectacular edificio construido en el siglo XVI y por el que pasaron al menos diez gurús, que inicialmente sus arquitectos lo diseñaron para ser un palacio. Lo llaman también el Templo de Oro.
Cuenta con varias dependencias: el templo propiamente, una cocina, una laguna sagrada y una galería de arte en la que se expone parte de la historia, del nacimiento de este movimiento religioso y de sus fundadores. También hay una sección dedicada a una escuela.
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Muchos consideran el Gurdwara Bangla Sahib un centro de peregrinación.
De hecho, algunos hindúes, al igual que los sikh o sijes –como se llama a los seguidores de este movimiento– lo visitan para peregrinar girando alrededor de su laguna sagrada. Decenas de voluntarios ofrecen agua que se bebe un poco con la mano y luego se unta sobre la cabeza.
El sikhismo es monoteísta, es decir, creen en la existencia de un único Dios al llamar Waheguru. Y aquí el guía sijes enfatiza que “el sikhismo es armonía, equilibrio. Servicio a la humanidad, que es el servicio de Dios”. Sus puertas siempre están abiertas, las 24 horas.
Una vez dentro, a cada paso toca maravillarse ante la imponente infraestructura. Pero a la vez despertar la curiosidad por los detalles.
Por ejemplo, dentro de lo que algunos llaman Gurdwara Bangla Sahib y otros el Templo Dorado, los discípulos portan cinco piezas esenciales que se pueden ver a simple vista, pero hay una en particular que genera interés de quienes poco o nada conocen de esta religión y que es el Kirpan, un arma simbólica, pero con mucho poder espiritual. “Las reglas son claras: no se utiliza para atacar”, puntualiza uno de los guardianes.
Así como los católicos cuentan con su Biblia o los musulmanes con el Corán, los sijes también tienen su sagrada escritura el Gurú Granth Sahib. Hay una réplica en el centro del edificio y bajo la gran cúpula dorada.
El salón principal es ceremonioso, pero a la vez suntuoso por sus espectaculares paredes de oro. Se recorre en silencio en el sentido de las manecillas del reloj, haciendo una pequeña inclinación con la cabeza y las manos en posición de oración. Esta sección contrasta con el ala del comedor comunitario muy sencillo, donde ricos y pobres comparten la comida sentados en el suelo.
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Todos son bienvenidos, “no importa de qué religión, casta, estatus social, nacionalidad o cultura seas”, explica uno de los guías luciendo un turbante que cierra en triángulo y los pies descalzos, barba y cabello largo. Los discípulos no se cortan el pelo ni se rasuran la barba. El único requisito para ingresar es taparse la cabeza y sacarse los calzados, lavarse los pies y dejar abierta el alma para sentir la libertad del espíritu.
La experiencia es, por donde se la mire, enriquecedora.