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“Tiene que ver con Olga y con mi viejo”, empieza contando Lia Colombino, autora del libro e hija del gran artista Carlos Colombino. La escritora hoy rinde homenaje a una casa que alberga el paso de encuentros y desencuentros, en una historia no lineal del museo.
Bajo el título Este museo no es un museo. Museo del Barro: historias, mito y comunidad, Colombino desglosa las particularidades de un recinto cultural que alberga tres espacios dedicados al arte indígena, a piezas correspondientes a producciones mestizas desde el siglo XVII en adelante que comprenden tallas en madera, tejidos, encajes, cerámica y orfebrería, una colección de 300 piezas de cerámica precolombina procedentes de todo el continente americano, y la única colección permanente de pintura, dibujo, grabado, instalación, objeto y escultura actual del Paraguay, provista de un acervo de aproximadamente 3.000 obras, que incluyen además la producción de artistas latinoamericanos y españoles, según se puede leer en el portal web del Centro de Artes Visuales/Museo del Barro. Además, cuenta con una tienda y café en el que se puede adquirir arte urbano, indígena y popular del Paraguay.
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A ella le interesaba que la gente entendiera que esta es una institución con un montón de historia, una institución un poco sui generis que en muchos aspectos es parte de la vida de las personas que la llevan. “No hay separación, tanto entre la vida de estas personas y el proyecto Museo del Barro”, comenta Lia en referencia a quienes crearon este espacio, casi como proyectos de vida.
Erigir este recinto hasta llegar a lo que es hoy fue y sigue siendo “un trabajo de hormiga, con mucho esfuerzo, pero sobre todo con una pasión desmedida”. Desmedida porque es mucho más grande de lo que alguien pueda imaginar; lo conforman casi 10.000 objetos, más el archivo y una historia de prácticamente 50 años. Entonces, sostener eso, que se construyó con esa desmesura, no es fácil, enfatiza.
Se perdió el miedo al museo
La autora comenta que tiene una presencia en el museo de forma sistemática hace 23 años, y en esos años pudo mirar el paso de todo tipo de público. Recuerda que antes se tenía un poco de miedo a entrar al museo, la gente pasaba por enfrente y no entraba. Eso responde un poco al pensamiento generalizado de “ese lugar no es para mí, porque yo pues no sé nada de eso”. Hoy está un poco más asentado en el imaginario que no hace falta que sepas nada para ir a un museo; uno puede ir de paseo al museo.
También recuerda las continuas visitas de colegios que se daban antes, situación que hoy en día cambió mucho. Estudiantes universitarios sí hay más hoy en día, sobre todo de quienes cursen carreras de arte o afines, como arquitectura, diseño gráfico e industrial también.
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¿Por qué este museo no es un museo? “Quizás no cumplimos con todas las normas, por un montón de cuestiones que tienen que ver con la escasez de fondos, pero a veces el Museo del Barro hace más también que museos en el mundo, por ejemplo. Y hay algunos ejemplos que doy yo en el libro. Por ejemplo, en los 80, desde el museo y las personas involucradas con el mismo, se hizo lo que se llamó la Comisión de Solidaridad con los Pueblos Indígenas”, comenta y agrega que ello tuvo que ver sobre todo con una comunidad en el Chaco, que se quedó sin tierra y estaba prácticamente desapareciendo, hasta que esta comisión logró unas tierras para ellos.
Los precursores
En el libro también explica de dónde venían las personas que estuvieron desde el inicio en el museo: Carlos Colombino, Ticio Escobar, Osvaldo Salerno e Ysanne Gayet, así como también Olga Blinder. Y también que hoy, como se ve a la cerámica o a la artesanía en general, tampoco hubiese sido lo que es si no había todo ese trabajo previo de antes. La realidad es que existió el trabajo del Museo del Barro, alrededor de un trabajo muy sistemático en torno a la cerámica popular, y lo mismo pasa con cuestiones de arte indígena, que tiene que ver también con una valoración en términos artísticos. “En el museo siempre hubo una profunda preocupación por la cuestión política, por la micropolítica; no por la política partidaria, sino digo lo político en términos de hacer cosas, hacer que la cosa llegue a un objetivo”.
Agrega que este “es un trabajo que se hace por una necesidad personal de un montón de gente, una necesidad de una comunidad de personas, de artistas que creen en algo”.
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Por supuesto, la autora no puede abstraerse de toda esa historia, porque al final de cuentas también forma parte de su historia. “Para mí, el Museo del Barro ha sido mi escuela principal; a mí ningún título me dio lo que me dio trabajar acá. En ese primer año que entré a trabajar acá, venía de miércoles a domingo, de tarde, en el año 2000, y al inicio empecé a hacer unas fichas a máquina todavía, porque había una sola computadora acá, entonces las fichas se hacían a máquina, y empecé a copiar unas fichas de unos cuadernos. Ahí me empecé a adentrar en ciertas cuestiones más técnicas”, recuerda.
Añade que fue a partir de ese ordenamiento de la documentación que construyó una pequeña historia del museo. Como anécdota, cuenta que la gente piensa que ella creció ahí y que jugaba con las piezas del museo, pero ese es quizá uno más de los mitos alrededor de este recinto con tanta historia. Sí a partir del momento en que va a trabajar al museo, a los veinte y pico de años, puede decir que creció ahí, en una especie de largo aprendizaje.
“La autora postula una lectura acerca de la política de las imágenes que define los modos de hacer y mostrar del museo; discurre sobre sus alcances y jurisdicciones; y trata de responder a quien se debe este, qué tipo de comunidad crea en movimientos alternos que delimitan las fronteras de un nosotros, ora incluyente ora excluyente, en función de los artistas que entablan relación con el museo, las obras que se encuentran en la encrucijada museográfica y los programas que se relacionan con un afuera de la institución”, comenta Damián Cabrera.
En las páginas del libro, Colombino también habla del seminario Espacio Crítica. “Yo, la verdad, estudié muchas cosas, pero lo que creo que es mi principal formación es el museo y el seminario; esas son instancias de formación real, donde yo más aprendí”. Habla de esto en algún punto del libro, ya que “esta también es una historia afectiva del museo”.
Tampoco deja de lado la narración de cómo se hizo, cómo se construyó, de quién era el terreno, en una época en la que los alrededores de lo que hoy es una zona en gran crecimiento urbano en vertical no veía más que charcos de agua y muchísima vegetación que crecía sin control. Interesantes imágenes documentales acompañan la parte gráfica del libro.
Más info
Dirección: Grabadores del Cabichuí 2716 e/ Cañada y Emeterio Miranda. Asunción - Paraguay
museodelbarro.org
Instagram: @museodelbarro @liacolombino