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El monumento escultórico de Loma Tarumá fue realizado en homenaje a las Galoperas de Punta Carapá, que cada 24 de septiembre, Día de la Virgen de la Merced, llegaban hasta la colina para brindar su arte a los asuncenos.
La obra fue realizada por los artistas Lorenzo Romero y Marco Reynaldi, siendo la cuarta escultura instalada en el país. Marco Reynaldi comenzó a desempeñarse como aprendiz para la elaboración de esculturas a través de las enseñanzas del artista Lorenzo Romero, quien ya poseía una trayectoria más larga en el campo escultórico. Este último ayudaba en sus obras al escultor Francisco Javier Báez Rolón en el Departamento de Parques y Monumentos del Ministerio de Obras Públicas
La escultura da realce a una de las siete colinas de Asunción. El investigador Pedro Gamarra Doldán nos hizo llegar un escrito titulado Una buena relación de la Loma Tarumá en el que expone la importancia de este promontorio natural de privilegiada vista en 360 grados.
Refiere que tras la fundación de Asunción, el 15 de agosto de 1537, luego de la creación del Cabildo –con lo cual nace la ciudad–, en septiembre de 1541, y, sobre todo, con la llegada de los moradores de la primera Buenos Aires, en 1542, la población asuncena orillaba los 600 habitantes. Obviamente, el núcleo poblacional con semejante cantidad de residentes requería de alimentos.
El centro urbano de Asunción –prosigue Gamarra Doldán– en el año 1600 estaba delimitado entre Colón, Independencia Nacional, la costa del río y la calle General Díaz. Desde esa Asunción salió gente para refundar Buenos Aires, Santa Fe y Corrientes, lo que la convirtió en “Madre de Ciudades”. Para ese momento también ya estaba consolidado el mestizaje, y la población asuncena superaba cuatro veces más a la cantidad inicial.
De esos primeros tiempos –el investigador también menciona–, los caminos reales partiendo del núcleo asunceno se internaban hacia el interior y eran muy utilizados por los indígenas cedidos en encomienda a los españoles por la Corona. Los principales eran tres: primero, el que hoy sigue el trazado de la avenida Artigas, por el que se llegaba a los sembradíos de Tapua, hoy Mariano Roque Alonso y Limpio; segundo, el que llegaba a Lambaré siguiendo casi una recta hacia el río y una tercera, también en dirección hacia Lambaré, que seguía las zonas altas y tierras correspondientes a la hoy avenida Gaspar Rodríguez de Francia a la altura de la Loma Tarumá.
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Juan Bautista Gill Aguínaga habla de la Loma Tarumá, que debe su nombre a la abundancia de esta variedad arbórea y delimitado entre las actuales calles Tte. Fariña, avenida Quinta, Estados Unidos e Independencia Nacional. “Tal vez la altura más prominente que subsiste luego de las decantaciones y urbanizaciones, y la más grande en radio geográfico que abarcaba unas 20 a 25 hectáreas”, apunta Gamarra Doldán.
El inglés y los libertos
Agrega que hasta 1850, la zona era un “reservorio agrícola-ganadero”, señalados como tal porque el Estado vende hacia 1857 al ingeniero principal al servicio de Carlos Antonio López, John William Whitehead, 4 o 6 hectáreas. En la cima construye una casa de estilo colonial paraguayo con corredor jere. “Whitehead compra también varios esclavos que le atendían su casa y sus tierras. El ingeniero era soltero y un trabajador infatigable en las diversas obras públicas que le encomendaron. Cuando este se suicida, en julio de 1865, al no tener herederos, las tierras fueron absorbidas por el Estado, al igual que la negritud a su servicio, quienes ya se volvieron libertos por las leyes de la nueva República”, detalla Pedro Gamarra Doldán.
Básicamente –continúa– frecuentaban la loma los libertos que quedaban en el lugar y los que provenían de la ermita de San Blas. Este oratorio para mestizos y libertos fue erigido hacia 1880 en la esquina de Río Blanco (Caballero) y la avenida Colombia (hoy Mariscal López). Allí estos feligreses festejaban la fiesta a la Virgen de la Merced (Patrona de los Libertos) cada 24 de septiembre, tras el rezo del novenario.
El festejo se trasladaba hasta la casa de Whitehead, cuando ya la propiedad pertenecía a la familia Recalde Recalde. La celebración congregaba cada vez a más y más gente. “Incluso, se dice que hasta el varón meteórico, Albino Jara, solía concurrir para mostrar sus dotes de bailarín”, sostiene Pedro Gamarra.
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“Desde 1920 hasta 1930, la fiesta alcanzó su punto más alto, y ello acreditan las músicas de Cardozo Ocampo y la crónica de Sánchez Quell, entre otros artistas involucrados en ese festejo. Al terminar la fiesta, la imagen de la Virgen de la Merced era trasladada a la cárcel pública, ubicada detrás de la Catedral y del entonces Colegio La Providencia. Venían a las fiestas los exlibertos, sus descendientes, los mestizos y los vecinos de la zona, por el jolgorio simple que ella tenía”, rescata el investigador.
Sostiene que la Guerra del Chaco (1932-1935) marca “el comienzo del fin, puesto que no podían estar bailando mientras esposos o hijos estaban en el frente de batalla”.
Con el tiempo, la ermita de San Blas desapareció sin que quedara vestigio. En 1937 empezó el empedrado de la calle México, calle por la que las galoperas y bailarinas subían descalzas desde las adyacencias de la Chacarita, en una tradición que iba bien al gusto de los paraguayos. También para 1940, la familia Recalde se muda del lugar y se instala la Intendencia del Ejército. La misma institución es sostenida en 1950, hasta 1965, por el Liceo San Carlos.
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El rescate de un patrimonio
Por todas estas razones, la Loma Tarumá ha sido rescatada como espacio de memoria de celebración religiosa y popular con festejos, procesión, bendición, bailes, karu guasu y otros números artísticos, donde volvieron a participar vecinos y amigos de la loma, explican desde la Fundación Asunción la promotora cultural Teresa Pozzoli y Pedro Gamarra Doldán.
Por ello representa un testimonio especial la colocación de una escultura en homenaje a las “fieles galoperas”, que desde hace diez años bailan de nuevo con la actuación especial del ballet a cargo de la profesora Lilia Doldán.
El monumento a la Galopera lleva una placa con código QR, en el que se reprisa el último festival.
La actividad también marca el 30 aniversario de la Fundación Asunción que luego de realizar varios proyectos culturales y dar continuidad al espacio cultural y biblioteca ha recibido reconocimientos para quienes cooperaron muy de cerca en el rescate de la memoria de la Loma Tarumá.
Para este año se prevé la inauguración de una serie de murales con el proyecto La Loma Tarumá se viste de Bellas Artes que incluirá un ciclo de seminarios y charlas para vivenciar la cultura urbana.