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Era la cumbre de la Guerra en Vietnam, la rebelión parisina 1968 tenía apenas un semestre, y si eso no bastara, siempre se podía aprovechar para protestar contra los regímenes militares que recibieron a Rockefeller como jefe de Estado.
Al llegar a Paraguay, el 16 de junio, la tierna podredumbre estronista (copyright Eugenio A. Garay) le dio una engañosamente calurosa bienvenida en el aeropuerto, llamado para entonces, natürlich, Alfredo Stroessner. Hasta aquí, vamos bien, habrá dicho el gobernador.
Pero, entró a tallar el otro populismo. Ser Rockefeller traía nefastos recuerdos en Asunción. Se afirmaba que Standard Oil (ESSO) había financiado a Bolivia la Guerra del Petróleo y que solo tuvo su conclusión cuando el desfalleciente Ejército paraguayo se acercó en demasía a los pozos, en 1935.
Poco importaba que Bolivia no era Venezuela en cuanto a reservas de crudo y que, al rechazarle, en 1934, la ESSO un préstamo mientras todavía se combatía, el Altiplano expulsara a la ESSO para reemplazarla por la YPF curepí. No era manera de tratar al financista. De todos modos, Bolivia pronto se quedó sin petróleo. Sus yacimientos no eran sauditas.
Que vivan los estudiantes
Las protestas no se hicieron esperar. Los secundarios y universitarios organizaron tribunas libres para despotricar contra Rockefeller y Stroessner. Los ejes eran Filosofía de la UC e Ingeniería. La Policía los corrió a bastonazos. Los perseguidos hallaron refugio en la religión, o por lo menos en los templos, no muchos fueron a la confesión.
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El de Cristo Rey, poblado de jesuitas rebeldes, que el Generalísimo “Paco” Franco había alejado de España solo para que estos descubrieran la Teología de la Liberación, una curiosa mixtura de velado marxismo y catolicismo. Con gusto abrieron las puertas, previo traslado de las hostias consagradas, presumiblemente.
La Policía se sentía no menos católica que los estudiantes y también ingresaron al templo, pero en una actitud relativamente menos jesucristiana. En lugar de ofrecer la otra mejilla, golpeaban con la otra cachiporra. Escándalo. El Chaco y la ESSO, a segundo plano, incluso al olvido.
El frente arzobispal
Stroessner siempre tuvo un firme aliado casi partidario en el arzobispo Aníbal Mena Porta. Por ese lado, estaba tranquilo. Pero invadir un templo consagrado no es minucia, como no lo fue para Francisco Solano ejecutar al obispo Palacios. Para desgracia de Stroessner, la institución católica pasaba por cambios dramáticos.
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Si bien el arzobispo era el príncipe romano de la diócesis, el Concilio Vaticano II le había recortado poderes, trasladándolos a las conferencias episcopales. Todo eso fue ratificado en la célebre Conferencia Episcopal del Celam en Medellín, el año anterior. El misionero monseñor Ramón Bogarín Argaña fue una de las estrellas del “nuevo” catolicismo, más permeable a los intereses laicos y menos afectos a que la pobreza es una bendición del cielo.
Stroessner no solo condonó la acción policial en el Cristo Rey, también ordenó un tratamiento áspero a los jesuitas revoltosos, incluyendo algunas expulsiones someras a Clorinda, a bordo de las amplias Caperucitas Rojas.
Mena Porta pretendió no enterarse, pero la Conferencia Episcopal, con sus nuevos poderes, sacó las garras y excomulgó al ministro del Interior Sabino Augusto Montanaro, quien se hizo eco de aquello de “Tenemos un problema, Houston”. Su hija estaba a punto de casarse y un excomulgado no puede ser padrino de boda religiosa. Tampoco queda bien para un régimen militar de fuerza que el padrino excluido solo vaya a la fiesta en el Centenario.
La gauchada a cambio del palio
Ante la insistencia de Stroessner y los suyos, el octogenario arzobispo le levantó la excomunión al ayudante represor del presidente. Boda tranquila, fiesta alegre y dicharachera. El catolicismo recuperó una oveja descarriada, pero como no se había arrepentido de sus pecados, la Conferencia Episcopal no le perdonó a él ni a Mena Porta. Los obispos le jaguarearon al Papa y este habló ex cathedra, “Mena Porta, arrivederchi”. El latín había dejado de ser obligatorio con el Vaticano II.
Uno de los errores más egregios de Ezequiel González Alsina y sus cerebros legales a cargo de diseñar la Constitución de 1967 para permitir las reelecciones de Stroessner fue la negligencia de incluir el Patronato Regio, herencia de Isabel La Católica, mediante el cual el Presidente debía enviar a Roma tres candidatos a arzobispo y el Papa no podía nombrar a nadie fuera de la lista presidencial.
Por ello, la sucesión de Mena Porta se convertía exclusivamente en un asunto católico doméstico, sin injerencias políticas. Stroessner habrá pensado, “qué pésima servidumbre la mía, no valen para nada” (sic).
Se suspenden las procesiones
A partir de 1966, Caacupé se convirtió en una diócesis y eligió como obispo a un salesiano discreto, Ismael Rolón Silvero. Este pronto introdujo cambios. La misa del 8 de diciembre se rezaba en el horario previsto por la Iglesia y no cuando Stroessner y su séquito aparecían. La homilía era discutida y aprobada por la Conferencia Episcopal. La Iglesia sabía que era su momento político anual cumbre, que podía sermonear nada menos que directamente a los oídos del propio Segundo Reconstructor, a la vista de toda la feligresía.
Todavía en secuela de la visita de Rockefeller, el 9 de noviembre, monseñor Rolón anunció que serían suspendidas las aguardadas procesiones de la Virgen de Caacupé del 8 y 15 de diciembre próximos, por la violación de los templos religiosos y persecución policial del sacerdocio. Era una manera de decirle públicamente a Stroessner, “sorry, pero no vas a llevar sobre tus hombros a la Virgen esta vez”.
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Era un acontecimiento inédito. Ni en guerra civil, las procesiones se suspendieron. De hecho, la única vez que no se aglomeró gente en Caacupé, con protestas de la Iglesia, fue por la prohibición total de actos públicos, en 1899, en medio de la pavorosa epidemia de peste bubónica. De haberse respetado la misma, el joven Dr. Blas Garay hubiera seguido con vida, pues la fiesta pública a la que asistió para ser asesinado, tuvo lugar el siguiente 17 de diciembre. Pero, el cumpleañero era el ministro colorado de Guerra y Marina, Juan Antonio Escurra y para él no valían las vedas. Podía festejar a su gusto.
Rockefeller y el cambio de arzobispo
La perspectiva que quedó de la visita de Nelson Rockefeller no fue política, ni militar ni social o cultural. Más bien tuvo tinte religioso y fue curioso que los mayores cambios en la fe católica fueron propiciados, nada adrede, por un protestante bautista.
La familia Rockefeller tiene peculiar historia en ese sentido. El fundador de la dinastía, John D., había sido un bautista pobre en sus inicios empresariales durante la Guerra Civil. Era costumbre en Estados Unidos que, al llegar a millonarios, los bautistas cambiaran de secta y se volvieron, por ejemplo, episcopales (nombre que la Iglesia anglicana tiene allá desde la primera Independencia) donde estaría más a gusto, entre iguales en la denominada Edad Enchapada en Oro (Gilded Age).
No obstante, Rockefeller nunca repudió su religión original y hasta hoy es un generoso donante a las arcas bautistas, a pesar de que los bautistas sureños son de un conservadurismo quizás ofensivo para los más “liberales” Rockefeller. Claro que el término liberal en Estados Unidos tiene muchas acepciones. Y no solo en Norteamérica, si recordamos que el Partido que llevó al poder a todos los Somoza en Nicaragua era el Liberal.
La gran derivación de la visita rockefelleriana se dio casi exclusivamente en materia religiosa institucional en el catolicismo paraguayo. La Conferencia Episcopal Paraguaya (CEP) adquirió autoridad y a partir de ahí generó los documentos más condenatorios del anacrónico régimen dictatorial.
Su sistema colegiado permitía discusiones profundas y aceptaba cambios inevitables. La publicación semanal Comunidad propaló la teología de la liberación con algún exceso, publicando en sus tapas dibujos muy politizados de artistas plásticos de indudable tendencia izquierdizante como Olga Blinder y Carlos Colombino, por lo que el cambio de nombre, y sobre todo, de contenido, de la hoja semanal, fue tolerada con humildad.
Tampoco la CEP propuso para el Arzobispado a figuras de reconocidas inquietudes antigubernamentales como Ramón Bogarín Argaña o Aníbal Maricevich, optando por alguien más comedido. Stroessner ni se dio cuenta de la diferencia, pues a partir de 1970, asumió el palio arzobispal, monseñor Ismael Rolón, que acompañó al Único Líder con ácidas críticas, hasta su misma caída en la Noche de la Candelaria, en 1989.
Parece, entonces, que la de Nelson Rockefeller, por un par de días de junio de 1969, lejos de acontecimiento político, fue por el contrario, como diría la publicidad radial, “más que una visita, un modo de vida”.