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No creo que sea tan cierto que la gente duerme más tranquila arrullada por la música de una desgracia ajena, pero algo de verdad debe haber en eso, a juzgar por el éxito que tienen los programas y revistas cardio-genitales. Los alemanes tienen una expresión que carece de equivalente en otros idiomas: Schadenfreude, equivale a decir “alegría que nos provoca el mal ajeno”.
En realidad, nunca se trata de un mal extraño a la condición humana. Según Andre Malraux, el ser humano es básicamente lo que oculta, un mísero montón de secretos. Y es eso que oculta lo que a quien divulga chismes le interesa.
Algunos especialistas en materia de comunicación y expertos en semiótica han liberado al chisme de su antigua condición humillante. Por el contrario, lo ven como un ejercicio necesario e incluso saludable. ¿Murmuran acerca de tu persona? Al menos significa que te tienen en cuenta. Es la prueba chismológica de tu propia existencia. El chisme de hoy puede ser el titulo de la primera plana de mañana. Oscar Wilde declaraba: Yo nunca murmuro escandalosamente. Me limito a chismorrear. El chismorreo es siempre encantador. La murmuración escandalosa es un chismorreo que la moralidad vuelve aburrido.
Para ejercer la chismología pública hace falta cierto talento y alguna carencia de escrúpulos. Nadie está a salvo de esas mesas donde los micrófonos y teléfonos móviles vienen en forma serrucho, escalpelo y bisturí. Son casi mesas de quirófano en las cuales se exponen las vísceras del ejecutivo, las intimidades de la empresaria sexual, los miembros viriles (o no tanto) de políticos, gente de la farándula y futbolistas, las nuevas siliconas de la influencer o la ropa interior del conductor de televisión pescado en un acto de infidelidad matrimonial. Muchas veces el chisme es la forma como alguien puede decir aquello que no se atreve o no quiere decir de modo manifiesto. La escritora Agatha Christie decía que se puede hacer un daño incalculable moviendo las malas lenguas en chismes malévolos.
Intercambio de datos o ejercicio inteligente de la malignidad social, conviene saber que el arte de la vivisección, tal vez no sea una inmoralidad aunque no tiene piedad con la sotana ni con la corona real, con la menor de edad ni con el anciano, con la dama de sociedad ni con el señor fifí. De alguna manera los espadachines y las amazonas del chisme son como destapadores de ollas, vengadores de la hipocresía, ventiladores de la impudicia. Una avalancha denunciadora de intimidades escandalosas puede convertirse en la recuperación del comportamiento ético y honesto y no ser siempre una simple promoción de la basura y la huevada.