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Los tres orfebres luqueños que aprendieron la técnica de tramar los hilos de oro y plata de sus antepasados y la fueron perfeccionando con el paso del tiempo, enseñan ahora, incluso, a extranjeros cómo elaborar la artesanía insignia de la ciudad de Luque.
“Aprendí el arte de la filigrana desde muy temprano, a los ocho años, en mi casa situada en Iturbe y Benigno González, de Luque, donde llegaban todos los parientes. En el lugar, junto con mis tíos y hermanos elaborábamos todo tipo de trabajos para satisfacer las demandas de los clientes de Luque y Asunción. En el taller se confeccionaban los famosos rosarios Jerusalén, que eran enviados al Vaticano a través de la Joyería La Española de aquel entonces”, recuerda don Víctor Aguilera, de 62 años.
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El orfebre explica que si bien su padre Marco Aguilera (+) nunca le mostró de manera detallada la técnica de la filigrana, fue ganando conocimiento observándolo a él y a sus tíos cómo hacían las joyas mientras les cebaba tereré. Así pudo interesarse en el trabajo e ir “tanteando” y poco a poco se fue adentrando en el emocionante mundo de la orfebrería.
“Mi papá venía de Valle Pucú (Areguá) hasta el centro de Luque a una joyería y en un año aprendió la técnica de la orfebrería; luego les formó a todos mis tíos, que eran los hermanos de mi mamá Carmen Villamayor. En nuestra casa estábamos como 20 personas trabajando para hacer las joyas, incluso llevábamos a Argentina. Trabajábamos un mes y medio para hacer joyas de cinco kilos de metal y llevábamos entre cuatro personas a vender a Argentina, allí en esa época era muy apreciada la filigrana”, dice don Víctor.
Primera escuela de joyería en Luque
Víctor Aguilera fue el primer profesor de la primera escuela de joyería de la Asociación de Joyeros Luqueños que se fundó en 1995, gracias a la cooperación alemana para el desarrollo (GTZ) de la Embajada de Alemania, mediante la gestión de la señora Marina Petrovik y el conocido artesano Teódulo Bordón. En dicha escuela estuvo enseñando sus conocimientos en la técnica de la filigrana junto con otros grandes exponentes de la orfebrería luqueña, pero luego por varias circunstancias de la vida optó por fundar la escuela de joyería Itaju, en 2015, junto con Vicente Sosa y Bernardo Torres, quienes se turnan para recibir a su más de 25 alumnos.
El orfebre indicó que con el tiempo se dio cuenta de que los alumnos venían entusiasmados a aprender la técnica, pero que al poco tiempo les aburría, porque decían que “la filigrana era solo para las viejas”, por lo cual buscó la manera de ir modernizando la manera de transmitir el conocimiento y así poder captar la atención de los jóvenes hacia este noble oficio.
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“Aquí les mostramos a los alumnos todos los pasos para la elaboración de las joyas de filigrana, pero dejamos que cada uno use su creatividad. Les dejamos a ellos que hagan sus diseños y amen la filigrana, no queremos que hagan lo mismo de lo que se venden en las joyerías del centro; es decir, los mismos diseños copiados. Esperamos que la técnica de la filigrana evolucione, que no sea aburrida y muera. Nuestra intención es que pueda ser incorporada a prendas de vestir, sombreros, carteras y accesorios y pueda estar a la vanguardia de la moda”, refiere Víctor Aguilera.
Detalla, a la vez, que esta técnica se trasmite de generación en generación y que el maestro guía, pero el alumno va perfeccionando, innovando y creando nuevas maneras de expresar su arte.
“Aquí ya vinieron desde Japón, Alemania y otros países, filmaron desde el primer paso de la técnica, hicieron todo un tutorial para llevar a aplicar, pero no aprendieron. Eso es porque la filigrana se debe guiar. Un orfebre te debe estar mostrando paso a paso, sobre la marcha, cuando estás trabajando el metal, y este traspaso de conocimiento también se trasmite de generación en generación. Es como un niño en el preescolar, el profesor te debe guiar desde cómo agarrar las herramientas, el alicate. Te debe enseñar a sujetarlo, pero la presión del metal se debe hacer con el dedo, porque si se imprime presión con el alicate, el metal se queda deforme y eso no da un buen resultado. Eso te dice el orfebre allí cuando está viendo cómo manejás las herramientas, no lo vas a aprender mirando un video en YouTube”, confiesa el artesano de la filigrana.
Las herramientas
La filigrana es la unión de dos hilos de metal, con lo que los artesanos crean una infinidad de delicadas joyas que son la carta de presentación de la ciudad auriazul.
Víctor, Vicente y Bernardo, sentados en su “escritorio”, rodeados de sus rudimentarias herramientas como el ágata, el alicate, la pinza, lima, bruselas y tenazas, elaboran las más bellas creaciones que no tienen “moldes prediseñados”, sino que están plasmados en sus mentes como una obra de arte a la que darán vida una y otra vez.
También en el “kit de herramientas” no puede faltar el soplete, un trozo de madera, el crisol “natural” que se hace de tierra colorada para poder quitar las impurezas que muchas veces trae el metal y que hace que se quiebre cuando se intenta laminar.
El objetivo de estos tres veteranos orfebres no es solo que el alumno sepa hacer joyas en filigrana, sino que aprenda todo el proceso de la joyería, desde derretir el metal, hacer las placas, luego el hilo del metal, moldearlo hasta pulirlo y crear las más bellas joyas de filigrana.
“El proceso para terminar una joya es mucho más que la filigrana misma; va desde la selección del metal hasta el pulido, es imaginarse la joya terminada. Debe pasar por la persona que pule incluso el metal y nuestra intención es que todo ese proceso lo haga solo el artesano, que sea solo su trabajo, su obra de arte”, comenta Aguilera.
Por su parte, don Vicente Sosa señala que aprendió de su padre a hacer el crisol natural, que surgió para ahorrar a los joyeros la compra del crisol de grafito, que era muy costoso. Por ello fueron innovando. Vicente comenzó en este fascinante mundo de la orfebrería desde los siete años y ahora se encarga de enseñar a sus alumnos a derretir el metal, a laminar las placas y trefilar los hilos de metal. Para eso se debe colocar el ágata en una prensa y comenzar a estirar el metal hasta conseguir la finura deseada para cada joya.
“El crisol es un recipiente normalmente de grafito con contenido de arcilla y que puede soportar altas temperaturas, pero mi papá se dio cuenta de que usar tierra colorada, de preferencia los que consiguen de los nidos de las hormigas conocidas como ysau y akekê, eran más económicas y también ayudan a purificar el metal”, manifiesta don Vicente, mientras remueve la tierra aún con restos de akekê que guarda en una conservadora.
La escuela Itaju no solo recibe a estudiantes varones, las mujeres también son protagonistas y las que cada día buscan darle una utilidad diversa. La escuela está abierta de lunes a sábados, y los interesados pueden llamar al (0994) 380-734 para más datos.
Cómo los orfebres llegaron a Luque
La filigrana es una de las técnicas más utilizadas en la joyería luqueña; propios y extraños admiran los tramados del metal, que sumado a la creatividad y paciencia de los orfebres, da lugar a un sinfín de objetos de admirable belleza.
La ciudad auriazul, ubicada a 21 kilómetros de Asunción, es considerada la “Capital universal de la filigrana”, debido a la gran cantidad de personas dedicadas a la técnica. De los casi 300.000 luqueños, cerca de 3.000 se dedican exclusivamente a este delicado trabajo. La capitalidad de la filigrana está secundada por la Ciudad de México, en donde también hay una importante cantidad de filigraneros.
Según registros, los primeros trabajos de orfebrería con esta técnica se remontan al año 1864, durante el traslado de la capital de la república desde Asunción hasta Luque, tras la ocupación de soldados aliados en la Guerra contra la Triple Alianza (1864-1870). Se tienen registros de que los primeros joyeros llegaron a la ciudad huyendo de los invasores brasileños y argentinos. Algunos de los artesanos se quedaron y montaron sus talleres en Luque, los cuales se mantienen hasta hoy en manos de los descendientes.
Como dijimos, la tradición del tramado de los hilos se traslada de generación en generación. Tanto es así que el 1% de la población luqueña se dedica exclusivamente a la orfebrería. En la actualidad luchan por mantener la tradición. Últimamente, las joyas extranjeras introducidas principalmente de Panamá están afectando la venta de las manufacturas luqueñas, debido al bajo costo de las foráneas, cuya producción es industrial y no artesanal.
En el mundo, la filigrana tiene orígenes milenarios. En Grecia, este arte nació en el año 1800 a. C. Se han encontrado piezas de filigrana en Troya. Posteriormente se extendió a Francia, Alemania, Irlanda y España. En nuestro continente llegó con Cristóbal Colón y un grupo de artesanos se estableció en México. Luego, en la búsqueda de la “Ciudad del dorado” (Perú) se extendió a Colombia y en el año 1600, aproximadamente, ingresó a nuestro país, en donde los indígenas aprendieron algunas técnicas de los españoles y la cultivaron.