Cargando...
En la obra titulada, La República Constitucional Paraguaya, 1904-1940: Auge, decadencia y ruina, de inminente publicación, el autor Ricardo Caballero Aquino se remite a fuentes documentadas, alejándose de la narrativa autocomplaciente y políticamente interesada, a la que muchos están acostumbrados.
Los presidentes con mayores perspectivas de suceso en la gestión resultaron un fracaso estruendoso. Benigno Ferreira quiso imponer civilización por métodos policiales, como la prohibición de escupir en la calle y de que las mercaderas usaran el sostén de billetera y solo consiguió que le tildaran con el nuevo insulto, “legionario” argentinista, de ahí al derrocamiento solo estaba Albino Jara.
Lea más: El pacificador de las tribus chaqueñas
El gran intelectual autodidacta Manuel Gondra, dos veces electo Presidente, careció de la ambición quemante de los políticos destacados y terminó sorprendiendo a todos con sus intempestivas renuncias, “para prevenir un derramamiento de sangre”. Sendas guerras civiles multiplicaron la carnicería, tanto en 1911 como en 1921.
De la guerra civil de 1922 surgió el trío de estadistas más logrados de nuestra historia y cuya gestión posibilitó la victoria chaqueña: Eligio Ayala, Luis A. Riart y Eusebio Ayala. Con el trío, fue la última vez que el Paraguay tuvo gobiernos efectivos.
Explosión productiva del algodón
Eligio Ayala mereció varios capítulos por su versación, firmeza y proyección. La explosión productiva del algodón de 1924 no se convirtió en burbuja especulativa para ganancia de unos pocos avivados. Ayala, sólido economista, aplicó la primera política monetaria efectiva de nuestra historia y con ella venció a la inflación interna y a la deflación externa. El mercado sin control alzaba el valor del peso a la hora de pagar a los agricultores y lo reducía a la hora de adquirir productos importados.
Lea más: El 85 aniversario del tratado secreto de la Paz del Chaco
Don Eligio intervino el mercado cambiario y posibilitó tres periodos fiscales superavitarios en el espacio de cuatro años. Con esos fondos se compraron armas y equipos, se reformó la educación y se logró la única elección libre y competitiva con dos candidatos calificados en 1928. Como se acostumbra en Paraguay, los oficialistas (liberales) duplicaron, sin recurrir al fraude, sus votos ante la escuálida oposición (ANR).
La ominosa guerra
Los estadistas liberales tenían una misión, ignorar los exaltados desafíos de la oposición política sobre una real, pero decreciente indefensión. Se debía evitar un nuevo 1865, cuando el país se lanzó a una guerra sin estar preparado, con armamento obsoleto y sin oficiales ni estrategia militar. El soldado aguerrido, por sí solo, no gana guerras.
El 23 de octubre de 1931 fue la coronación de una cadena de errores, con la Policía incapaz de mantener el orden, militares en cacofónica deliberación política y un Presidente temeroso de usar sus poderes. Luego de la masacre en el patio del Palacio, una verdadera anarquía se adueñó del Gobierno cuando surgió la figura redentora de un militar inteligente, que salvó a la democracia de sí misma. El mayor Arturo Bray, de director de la Escuela Militar y protector del Presidente en apuros, pasó a ser el jefe de Plaza y en menos de una semana exterminó la sedición, con acciones brillantes y efectivas, como los tranvías gratuitos luego de los múltiples entierros en Recoleta, al mediodía del 24.
Mientras sus propios ministros le recomendaban renunciar a Guggiari, Bray, un estudioso de la historia, le recordó que las dos abdicaciones de Gondra no habían traído la paz. A partir de ese octubre, la actitud ciudadana cambió y se alejó de las protestas públicas. Calladamente, se siguieron con los preparativos, se recibieron las cañoneras y se culminó la capacitación extranjera de los jefes combatientes.
El canto del cisne
Las operaciones guerreras constituyeron la cúspide de efectividad y eficacia del gobierno civil. Eusebio Ayala asumió plenamente el Comando en Jefe. Se peleó cuándo y dónde él aprobó y envió los recursos logísticos, sin los cuales, como dijera el oficial norteamericano Zook, “las batallas nunca saldrían del papel”.
El armisticio se firmó cuando Riart lo recomendó y Ayala lo decidió. Estigarribia ganó la batalla de Ingavi, el 7 de junio, pero fue Ayala el que tuvo la última palabra política para la firma del acuerdo del 12 de junio de 1935. El país estaba exhausto, pero no se notaba.
Curiosamente, como premio a su mejor momento, el Gobierno cayó presa del populismo militarista cultivado en el Chaco. El 17 de febrero de 1936, molestos porque Rafael Franco, finalmente, recibió un leve castigo luego de múltiples sediciones y conspiraciones en 1928, 1931, 1932 y 1936, unos pocos oficiales derrocaron al Presidente civil y pasaron a actuar como Ejército de ocupación, con prohibiciones, amenazas de represión, estado de sitio preventivo y cambios súbitos de autoridades.
El partido militar
El poder pasó a manos de unos pocos jefes militares con mando de tropa y cuando Franco se empecinó en actuar por su cuenta, fue defenestrado por sus camaradas de armas. Se trajo un supuesto gabinete universitario con un presidente fantoche. Los ministerios que contaban, Interior y Guerra, eran pasto castrense.
El resto del tiempo se pasó a la espera de que el conductor militar del Chaco, José Félix Estigarribia, se atreviera a tomar las riendas del poder absoluto luego de un simulacro de elecciones, con candidato único. Estigarribia compitió por el Partido Liberal, pero el Ejército informó que no se aceptaría otro candidato.
Lea más: Caballero Aquino hace un lucido análisis de la política
Le tomó a Estigarribia dos semanas de supuesta intranquilidad nacional en febrero de 1940 para terminar de humillar al Partido Liberal, de quien pidió y logró la derogación de la Constitución de 1870, el establecimiento de una dictadura unipersonal por seis meses, hasta que se reuniera una Convención Constituyente, y la renuncia voluntaria de todo el gabinete.
El General Presidente nunca tuvo la menor intención de que la futura constitución fuese elaborada por convención alguna. No cumplió con su palabra y él mismo, con ayuda de sus ministros Justo Pastor Benítez y Pablo Max Ynsfrán, redactó la carta política que luego impuso por decreto. La ciudadanía observaba esos dramáticos cambios con total indiferencia, como si no la afectara. Cuando quiso reaccionar solicitando una verdadera constituyente, cárcel, destierro y confinamiento fue la respuesta gubernamental.
Una era constitucional accidentada
La vigencia de la era constitucional entre 1870 y 1940 transcurrió con sobresaltos, aunque se logró un valioso consenso. Hasta 1936, a nadie se le ocurrió modificar la Constitución para eternizarse en el poder. Los plazos fueron cumplidos.
La institucionalización, sin embargo, fue incompleta. Por un sistema electoral imperfecto, primero, los gobiernos nunca perdieron una elección, por uso de la fuerza pública, en unos casos; por fraude, en otros, y por genuinas mayorías, en la última etapa. Las repetidas abstenciones voluntarias del Partido Colorado eran muestra de su debilidad. La única vez que compitieron, en 1928, el resultado fue de 68% para el Gobierno y apenas 32% para la ANR.
Pero el problema principal fue la institución armada. Hasta 1916, ningún civil había completado su mandato y todos los golpes se originaban en el Ejército, que veía el respeto a la Constitución como algo optativo. No se le ocurrió a alguno de los políticos liberales hacer jurar a los militares por la Constitución. Estos preferían hacerlo por la más medieval bandera, que significa muchas cosas, mientras el respeto a la Carta Magna es menos volátil.
Los dos partidos tradicionales nunca se aferraron a las prácticas democráticas. La prensa fue siempre sensacionalista, sin mayor apego a la verdad o a la ética. Y el golpe de Estado era el mejor atajo al poder. Y desde el poder se podían armar mayorías y disfrutar de sus ventajas. Nunca un golpe de Estado exitoso dejó de recibir aprobación parlamentaria.
Los colorados se pasaban deplorando los ubicuos movimientos sediciosos liberales, pero no dejaron pasar una rebelión sin participar de ella a plenitud. En 1908, había colorados con Albino Jara; en 1911, con Liberato Rojas, y –nuevamente– con Jara en 1912. La Revolución de 1922/23 tuvo el pleno apoyo colorado en combatientes, Garay y Goiburú, entre otros parlamentarios para evitar el estado de sitio y de estrategia. La Revolución Febrerista de 1936 tuvo total apoyo de Natalicio González y Bernardino Caballero, que hasta buscaron secuestrar al presidente Ayala a punta de pistola, ese día.
De todo lo que antecede, queda claro que el Paraguay estuvo marcado por las guerras internacionales de las que participó como beligerante. De la desastrosa Guerra Guasu se emergió con una Constitución que sirvió de base para ejercer derechos y libertades y perseguir una educación pública transformadora. Todo eso duró hasta la próxima contienda que, aunque victoriosa, tuvo elevado costo en repudio a las libertades y a la posibilidad de elegir a sus gobernantes por períodos limitados.
El libro La República Constitucional Paraguaya, 1904-1940: Auge, decadencia y ruina contiene interpretaciones y aseveraciones que condenan a la obsolescencia a esa historia maniquea y partidaria que hasta el presente era la norma.