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El lenguaje no es sexista en sí mismo, se vuelve sexista cuando quien habla emite un mensaje que resulta discriminatorio por razón de sexo. Por ejemplo, un anuncio que dice: Se necesita enfermera, omite la posibilidad de que se postulen enfermeros. O si un anuncio expresa: Se busca ingeniero, daría la impresión de que no existen ni se aceptan ingenieras. El sexismo lingüístico consiste en el empleo del género masculino para aludir tanto al masculino como al femenino porque de esa manera relega, invisibiliza e ignora la presencia femenina.
Para hacer un uso no sexista del lenguaje no hay fórmulas concretas o únicas. Se trata de ir dándose cuenta de dónde están los sesgos de nuestro pensamiento y cómo se vuelcan a través del lenguaje.
El lenguaje inclusivo es el que se expresa en masculino, en femenino y también en género neutro, tomando en consideración a las personas trans. El idioma español se caracteriza por un machismo, siempre y cuando se habla en masculino y algunas veces, se escribe poniendo una (a) al final de la palabra.
Es por ello que el lenguaje inclusivo hace referencia a toda expresión verbal o escrita que utiliza preferiblemente vocabulario neutro, o bien hace evidente el masculino y el femenino, evitando generalizaciones del masculino para situaciones o actividades donde aparecen mujeres y hombres.
Llama poderosamente mi atención la bronca, el rechazo que produce el lenguaje inclusivo en la gente conservadora. Las figuras públicas que lo utilizan reciben burlas constantes y un aluvión de críticas descalificadoras en las redes sociales, por parte de personas agresivas que no aceptan reconocer posibles buenas intenciones en quienes promueven el lenguaje inclusivo.
Es importante identificar qué reacciones suscita en la sociedad esta intervención colectiva sobre la lengua: violencia e indignación.
Impetuosas, en contra del lenguaje inclusivo, se expresan instituciones que asumen la tarea de preservar el idioma, con tanto éxito que es evidente que la ideología de la preservación es dominante, está completamente naturalizada en los medios, en las calles y en las academias.
Surgen insultos, indignación y desautorización, cuando se pone en discusión una regla fundamental del sistema lingüístico, porque hay una insubordinación al régimen de normatividad vigente y, por ende, a las relaciones de poder que lo estructuran. Las prácticas lingüísticas de la gente dependen del grado de sometimiento o autonomía con respecto a esos regímenes.
Reaccionamos a aspectos del lenguaje que nos discriminan y someten; hacemos lo que podemos para sacudir todas las estructuras… y el lenguaje es la más difícil porque es la más fuerte y carcelaria.