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Se trata del adelantamiento del día del cambio de gobierno, del anterior 25 de noviembre, aniversario de la jura de la Constitución, fecha política que sacralizaba la democracia, al 15 de agosto, fecha emotiva, con su mixtura de lo religioso con lo profano, tan caros a nuestros medievales ancestros castellanos.
Para realizar la modificación protocolar influyeron la impaciencia del muy ansioso presidente electo, Eduardo Schaerer, un empresario caudillo nada parecido al bíblico Job o al sosegado Buda. Elegido en junio y ratificado en julio, Schaerer habrá bramado en algún pasillo que la historia no recogió: “¡Qué aguardar hasta noviembre ni loco!”. Y eso que interinaba la presidencia el único vicepresidente profesional de nuestra historia, Emiliano González Navero, “completador de períodos incompletos”, según el obispo Juan Sinforiano Bogarín.
Tampoco la situación era promisoria. Desde el 18 de enero de 1911, que Jara empleó para otorgar a Manuel Gondra el récord absoluto de presidente con más breve mandato, 51 días, sucedieron hechos álgidos. Se había fusilado y hecho desaparecer el cuerpo de Adolfo Riquelme, en Puerto Rosario el día antes de que la comunidad rosarina le ofreciera un banquete de honor con baile al coronel Albino, anterior amigo y compañero de pensión del revolucionario ejecutado, quien hasta le prestaba ropa de fiesta a Jara.
A partir de ahí, los insolentes estudiantes se colaban a veladas en el Teatro Municipal donde asistía el señor presidente Jara, solo para gritarle: “Tirano” o “asesino” y, si había tiempo antes de que la Policía esgrimiera sus cachiporras: “Tirano, asesino”.
Una bailarina en casa del Presidente
Pero lo que colmó la paciencia de la sociedad fue la publicación en El Diario de una invitación manuscrita por Jara a la bella cantante italiana de ópera, en gira artística, Lydia Panisi a que visite al presidente soltero y sin compromiso, en su domicilio privado, al caer la tarde. El Presidente dijo que no había recibido a nadie, pero el capitán de una cañonera brasileña la había visto entrar a la niña con su madre, como debía ser y se lo contó al barón de Río Branco para quien el asunto era solo “cosa de mujeres histéricas”. El barón era, antes que nada, varón, de los ordinarios.
La madre y la nena luego fueron hasta El Diario para denunciar un intento de violación desde el más alto nivel político. Jara tenía poco uso para la prensa, de modo que la Policía empasteló la imprenta y El Diario pasó a ser El Anuario. En 1908, Jara, ministro de Guerra, había hecho comer en su presencia con salmuera un artículo crítico a un periodista argentino. Cuando ordenó lo mismo con Rafael Barrett, el gallego catalá le respondió: “Hubiera esperado cualquier miseria de Ud., coronel Jara, menos de que fuera un cobarde”. Como la palabra o la música apacigua a las bestias, Jara se retiró ofuscado y Barret tuvo que agenciarse otro desayuno más continental, aunque igual fue expulsado del país.
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Empastelar consistía en ingresar a la sala de composición de las galeras a plomo fundido donde estaban guardadas por orden alfabético las barras individuales de cada tipo de letra y signo. Con solo desparramar en el suelo al tuntún esas letras, la prensa crítica se volvía prensa muda. Le había acontecido a la familia Decoud, en 1871, cuando ofendió a la arisca inmigración italiana.
Triunvirato con hijo del Centauro
El escándalo de la cantante bastó para embarcar a Jara en una chalana, enviarlo al exilio y reemplazarlo, con el voto de obediente Congreso, por Liberato Rojas. El caos era tan generalizado y la anarquía, pan de cada día, que Rojas fue sustituido por un triunvirato, Mario Usher, Adolfo Aponte y Marcos Caballero Codas, el 14 de enero de 1912. Liberato subió a un buque brasileño y firmó su renuncia.
Como otra prueba de que en Paraguay los descendientes son vástagos de sus madres, Marcos era hijo del general Bernardino, pero adherente del liberalismo cívico. En el ínterin, Liberato partió para Corrientes en un buque brasileño, pero una semana más tarde retornó y reclamó de vuelta la presidencia, explicando que su renuncia la había entregado a Ricardito Brugada, a quien dejó como presidente delegado, y no al Congreso. Piolita de renuncia, si las hubo.
Liberato estaba liberado del Gobierno, solo faltaba el empujón. Aunque técnicamente liberal, como su nombre lo indica, Liberato se había rodeado de un gabinete colorado desde el mes anterior. Y estos hicieron lo que más sabían: conspirar para quedarse en exclusiva con la presidencia.
La exitosa conspiración había tenido como cortina el funeral de Estado del general Caballero, fallecido en esos días. En lugar de perseguir conjurados, don Liberato había acompañado a pie el féretro del Centauro, del Palacio hasta la misma Recoleta.
Bajo la presidencia del médico Cayo Romero Pereira, también poderoso jefe de Policía, esa misma noche, la Junta de Gobierno de la ANR se reunió de emergencia en la nueva residencia presidencial, actual Correo Central, y terminó con el arresto domiciliario del presidente provisional.
Con el humor sardónico que le caracterizó siempre, el jefe militar de la revuelta, mayor Eugenio A. Garay, tranquilizó a Liberato, aconsejándole de que no temiera por su seguridad porque esta estaría a cargo del teniente coronel Carlos Goiburú. Para desazón de Liberato, Goiburú era acusado hasta por el propio obispo Bogarín de haber dado la orden de ejecutar a Adolfo Riquelme, también político prisionero bajo su custodia, justo un año atrás.
Al día siguiente, Garay impuso al Congreso la presidencia provisional de otro médico, Pedro P. Peña. Antes, en un inédito para Paraguay, Garay se negó a aceptar la presidencia como consecuencia del golpe que encabezó. Peña tuvo un logro memorable, rebajó el récord de brevedad de mandato de Gondra, de 51 a 21 días. El año político de 1912, que arrancaba el 1 de abril, con el mensaje presidencial al Congreso, estaba distante. Apenas era marzo.
Faltaba todavía la última (en ambos sentidos) insurrección de Jara, que reclutó una curiosa coalición de cívicos ferreiristas y colorados como el montonero José Gill, en las serranías entre Villarrica y Paraguarí, que culminó con su deceso por heridas de guerra civil, pero guerra al fin, el 15 de mayo.
Los triunfantes liberales radicales se movilizaron para realizar elecciones de las que, como ya era tradición, se abstuvieron de participar los colorados. El exintendente Schaerer, responsable de tirar abajo la Casa de los Gobernadores, porque le recordaba a dictadura, fue sacado del cargo antes de que, por ahí, el Palacio de López le trajera iguales demoledoras reminiscencias.
Tanta acumulación de anarquía y desbarajuste en menos de un semestre, hizo que el adelanto de la pose de mando de Schaerer no tuviera muchos detractores. Aunque, en retrospectiva, como se trataba de un caso de emergencia, lo hubiera hecho por una sola vez y así quedaba en el cargo que tanto le apasionó por tres meses más antes de entregarle al sucesor.
El resultado fue que todas las constituciones siguientes se enamoraron del 15 de agosto, la fascista del mariscal Estigarribia, en 1940, la autoritaria de Stroessner, en 1967, y la democrática, de 1992. Pero el inconveniente central de esa fecha no es político, sino contable y financiero, por ende, de más fácil resolución.
Feliz Año Nuevo fiscal
Acarreamos una rémora tradicional en nuestra organización fiscal. Para los efectos de recaudación, cobro de impuestos, renovación de patentes, etc., nos aferramos al año calendario. Y eso es pésimo porque acumulamos hacia fin de año todas las tareas extraordinarias, como ser el siempre problemático pago de aguinaldos, el cierre contable del año y, desde el día siguiente, la espera del nuevo reglamento presupuestario para comenzar el siguiente ejercicio.
Todas esas inmensas tareas contables coinciden con el receso parlamentario y la temporada estival de vacaciones. Si el enemigo pudiera elegirnos una fecha para iniciar el ejercicio fiscal, se inclinaría por esta para hacer más daño.
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Eso en cuanto a lo contable. Pero está lo político, del ejercicio del poder. El cambio de gobierno en agosto es nefasto para el que entra. El ejercicio fiscal está en fase final y el gobierno saliente asume los compromisos y realiza los pagos que son menester. Y no siempre los fondos son generosos en saldos para la nueva administración.
Entonces, hemos tenido, desde 1912, gobiernos que asumen en agosto, con una larga lista de promesas y planes electorales, y casi siempre descubriendo que la saliente ha desembolsado con tanta liberalidad que se cumplirá con la plataforma electoral el año que viene.
En otros países
Pareciera que nuestros vecinos se avivaron porque ninguno tiene fecha de pose de mando a mediados de año. La Argentina lo tuvo en el 2003, el 25 de mayo, pero ahora lo hace el 10 de diciembre. El Brasil es el que menos se ilusiona, comienza todos sus nuevos gobiernos el 1 de enero. El Uruguay lo hace en marzo, el año calendario está en marcha, pero el año político, posvacaciones, se da prácticamente en simultáneo con el cambio de presidente.
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La solución ya está diseñada, solo falta adoptarla. Se trata de iniciar el año fiscal para efectos impositivos, recaudatorios y de ejecución presupuestaria gubernamental el 1 de setiembre de cada año. Los administradores y contadores estarán muy agradecidos. Y, sobre todo, los gobiernos entrantes. Y, además, las festividades de fin de año y las vacaciones anuales se habrán descongestionado.
Así, mantenemos el 15 de agosto para iniciar mandatos, una fecha, por lo demás de buen augurio. No recuerdo un solo 15 de agosto que lloviera o hubiera tormentas. Solo días soleados y frescos. Ojalá que el cambio climático no desmienta pronto.
Y, si buscamos ejemplos que replicar, los Estados Unidos inician su año fiscal el 1 de octubre de cada año. Y no les va tan mal en gastos ni en recaudación.
Sepa más:
Estas reflexiones surgieron a partir de la investigación y preparación de la Segunda Parte, 1904-1940, del éxito de librería, La Segunda República Paraguaya, 1869-1908.