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La actitud machista también reacciona con violencia ante la mujer que quiere ejercer sus derechos, porque se siente amenazado, siente que pierde su poder dominante y se enfurece, tiene miedo. ¿Se puede seguir definiendo la masculinidad como los privilegios de los hombres en un sistema construido en la desigualdad?
Sin embargo, la interrogación y análisis de las vidas y especialmente de las prácticas de los hombres y no solo de sus discursos, realizados desde el campo de la salud mental, permite comprobar que aún con los cambios sociales y de comportamiento, las identidades masculinas, su configuración, su continuidad y su transmisión permanecen fuertemente estables. Ello sucede no porque exista ninguna esencia masculina, sino porque todavía hoy existe una sola estructura predominante y legitimada como referente para la construcción de la masculinidad social tradicional.
Sumando dificultades a las relaciones entre hombres y mujeres, parte de nuestra sociedad, sea ella adinerada, pobre o de clase media, cría una manga de seres inútiles. Chicas y muchachos incapaces de tolerar las frustraciones que conforman la existencia. Papá y mamá sobreprotectores que les evitan cualquier tipo de malestar, les alejan de todo sufrimiento, les llenan de satisfacciones materiales evitando que aprendan a superar los escollos de la vida.
En teoría, los padres deberían ayudar a que sus hijos e hijas transiten el camino del crecimiento con la responsabilidad, la capacidad de decisión y de gestionar el dolor como principales armas y herramientas, de hacerse cargo de sus actos. En estos tiempos de monitores encendidos y miradas apagadas, madres y padres enfrentan el gran desafío de ofrecer a su prole la posibilidad de tener vivencias más esenciales, esas que van más allá de los aparatos.
No confundir lo que piden con lo que necesitan. A veces piden cosas (tecnología, juguetes, ropa), pero precisan límites, afecto, tiempo de calidad. Y como vivimos atrapados por la vorágine, los problemas intrínsecos al mundo adulto, el tiempo que no alcanza y demás etcéteras, no logramos darles lo que realmente precisan y nos obstinamos con lo que demandan. No podemos darles todo lo que quisiéramos, porque algo les tiene que faltar.
Hijos que no saben crecer por padres y madres que no pueden soltar. Generación cristal, que se quiebra con facilidad, pero la vulnerabilidad se transforma cuando se empieza a hacer las cosas como corresponde.
Cuanto antes mejor, cuanto más temprano más fácil será que puedan salir del cascarón, con umbral de frustración y capacidades de vivir lo por vivir, sufrir también lo por sufrir para ser hombres y mujeres llenos de entusiasmo que puedan ser guías para otra gente y que la rueda gire.