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Alfredo Seiferheld fue sinónimo de creatividad periodística. Su gran e imperecedera hazaña, sin embargo, tuvo lugar silenciosamente en su largo, sistemático, detallado, paciente y ordenado trabajo de hacerle hablar a los protagonistas ágrafos de nuestra historia de la primera mitad del siglo 20. Algunos incluso con escritos en su haber que de todos modos se sintieron tentados a contar más de su historia personal. Las aguardadas expectantemente entrevistas, tituladas, Como viven hoy fueron publicadas dominicalmente en esta misma Revista. La serie fue novedosa pues compilaba recuerdos de los heroicos protagonistas de la demencial lucha en el infierno chaqueño que habían ido a defender.
No todos querían hablar porque toda la posguerra fue signada por gobiernos represivos hasta que se llegó a la madre de todas las dictaduras entre 1954 y 1989. Ese régimen predicaba la sensatez del silencio ante el precio elevado de exteriorizar aquello que podía ofender al déspota. No importaba si lo dicho ocurriera en la intimidad de una cena con amigos, en su propia casa. Eso lo aprendió el Dr. Quirno Codas Thompson, en su residencia de la calle 15 de Agosto, cuando en tono suave, pero claro, brindó en forma algo prematura por la pronta caída de Stroessner; música para los oídos del pyrague de turno que lo denunció sin demora.
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Alfredo, el Grande
Antes de analizar su descomunal contribución, no obstante, debemos conocer al homenajeado. Comencé mis tareas en ABC Color en 1981, en el elitista Suplemento Cultural, y Alfredo ya era una figura consagrada en la Redacción. Como editorialista, tenía un escritorio individual, cercano al despacho del Director, de donde salía con frecuencia, en una muestra de su peso específico periodístico. No era dicharachero ni tenía sentido de humor ni le gustaba el fútbol o la cachaca. Era serio y hablaba de cosas serias.
A pesar de su relativa juventud, Seiferheld estuvo en el cónclave que discurrió sobre el inminente cierre en marzo del 84 la noche antes, con informaciones directas de la Junta de Gobierno. Los demás le doblaban en edad, Enrique Bordenave, Jerónimo Angulo Gastón, Ángel Arias. De ahí salió el editorial del cierre sobre la vida de las personas y los diarios, que pueden ser interrumpidas en cualquier momento. Irónicamente, el diario volvió a la vida en 1989, pero, desde el año anterior, Alfredo había tenido la suya truncada, muy antes de tiempo.
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Con Lorenzo Livieres Banks estudiábamos el fondo de algunas de las entrevistas de Seiferheld y descubrimos una excepcional veta de fuentes primarias de la historia paraguaya, que de otro modo se hubiera esfumado. Alfredo llenó el vacío de los civiles que nunca escriben sus memorias. No escapó tampoco la sana maniobra política de ABC Color, de presentarse un diario patriótico, que daba protagonismo a los sacrificados guerreros, en momentos en que La Voz del Coloradismo retrataba al diario como la antipatria legionaria.
El Chaco remoto, el arenal, la falta de agua, de vehículos, la inteligencia de la conducción militar y política de la guerra fue ganando vida en las entrevistas y toda esa epopeya adquirió otra fisionomía. La guerra no era asaltos vociferantes donde solo cuenta el coraje. De repente, Alfredo se fue quedando sin héroes a entrevistar –algunos pocos se negaron a hablar– y otros lo hicieron a condición de que no se publicara en vida, para tener más libertad de apegarse a los hechos.
Archivo de la memoria
Gracias a la reputación de periodista serio y objetivo, incluso para el mismo Gobierno, Seiferheld pudo trasladar la narrativa sutilmente de la guerra a la escabrosa y enmarañada vida política de la posguerra. Surgieron relatos sorprendentes de hechos hasta entonces desconocidos o tergiversados por el chisme interesado. Y ahí la contribución de Seiferheld dejó de ser solo periodismo y se convirtió en Archivo de la Memoria. Las entrevistas coleccionadas llenaron cuatro libros, titulados Conversaciones Político Militares.
En una entrevista al ministro del franquismo, Emilio Gardel, supimos que estaba preparado el texto de un decreto para juzgar al Gral. Estigarribia por traición a la patria y seguramente fusilarlo. El mentor fue Bernardino Caballero Codas, el simpatizante nazi, ministro de Agricultura que asistía a las reuniones de gabinete armado de un prominente revólver 45. En la reunión, callaron los más experimentados –Germán Soler, Stefanich y el propio Franco– quien le había pedido a Gardel disuadir a los exaltados. Su mensaje fue sencillo y altamente efectivo. “… Por cuanto, si ese cargo es exacto, el Presidente Provisional que nos preside sería cómplice de traición… el coronel Franco obedecía las órdenes del general Estigarribia como comandante de un Cuerpo de Ejército”.
Y salieron más perlas. El Partido Colorado había sido tan minoritario en la década del 40 que, para llegar al poder, antes que solicitar elecciones que seguro perdían, recorrían cuarteles. Ya arriba por fiat militar, el 13 de enero de 1948, inauguró el sistema de afiliación previa obligatoria y vociferante para obtener cargos públicos.
Supimos por Seiferheld que los grandes competidores del movimiento sindical oficialista no eran los comunistas –que nunca fueron muchos más que dos– sino los más populares anarquistas, de la línea Rafael Barrett y Ciriaco Duarte.
Supimos también que los victoriosos del Chaco trajeron otra ética. En 1931, al enfermarse el hijo del intendente Bruno Guggiari, debido a la urgencia, pidieron llevarlo al hospital en el auto oficial. A ello se negó terminantemente el Lord Mayor, exigiendo que se llame un vehículo chapa blanca (taxi). El auto oficial era solamente para actos oficiales. Punto.
Seis años más tarde cayó el gobierno del Cnel. Rafael Franco, entre otras cosas, por haberse sumado a la rebelión el comandante del Chaco, Tte. Cnel. Dámaso Sosa Valdez, molesto con el régimen franquista por la negativa del Ejército de permitir que el auto oficial a su cargo quedara para uso privado de la esposa mientras Sosa Valdez visitaba los cuarteles chaqueños.
Los oscuros ‘40
Supimos también, gracias a la grabadora de Alfredo, que a pesar de dictatorial la Constitución del 40, aun así el Gobierno se empeñaba en violarla sin remilgos. La experiencia del doctor Juan Boggino al dejar de ser rector de la Universidad Nacional casi antes de asumirlo, fue reveladora. Boggino, héroe del Chaco y miembro del Corporativo Consejo de Estado, y otros exponentes de la sociedad, pidieron por nota la convocatoria de una Asamblea Constituyente para democratizar el país por elecciones.
Furioso ante tan insolente iniciativa, el general Morínigo envió el escrito a la Corte Suprema y esta “de puro buenitos” (palabras del dictador) la rechazó por “improcedente.” Boggino perdió el Rectorado, fue arrestado y confinado a un pueblito perdido en la selva. Los demás conocieron la prisión, algunos el exilio, y todos quedaron sin conchabo público por confesión orgullosa del ministro del Interior de entonces, general Amancio Pampliega, al propio Seiferheld.
Ni Morínigo ni Pampliega habían leído el texto de la Constitución fascista del general Estigarribia, que en su artículo 19, rezaba: “Todos los habitantes tienen garantizados los siguientes derechos: … peticionar a las autoridades.” Peticione, pero solo que pueda agradar al dictador.
La gesta rectificadora del 4 de mayo
Para el profesor Livieres Banks y yo, lo más sorprendente fue lo cercano que estuvimos de que Stroessner fuese otro más de los militares mesiánicos con paso fugaz por la presidencia (Albino Jara, Raimundo Rolón, Rafael Franco). En detallada entrevista a Saturnino Ferreira, agente político de Stroessner, en 1954, Seiferheld develó el secreto del “eclipse informativo” entre el 4 y el 8 de mayo.
Stroessner no confiaba en nadie y quería tomar ya la presidencia ese mismo 4 de mayo. La Junta de Gobierno de la ANR prefería programar el ritual de ungirlo candidato partidario primero, no sea que el general relegue al partido. El golpe de Stroessner fue para reemplazar coloradismo por militarismo. El capitán Patricio Colmán llegó a desplegar morteros frente al Mbopi Cua de entonces, sede de la Junta de Gobierno.
Apareció el arquitecto Tomás Romero Pereira, presidente de la ANR, y le convenció al impaciente golpista a aguantar un poco y “a entrar por la puerta grande”. Stroessner temía perder hasta una elección de candidato único. Tan amplio fue dicho portal que el tipo se quedó por 35 años, luego de guardar unas formalidades burocráticas, como la Afiliación Honoraria Nº 1, en las que nadie creía, pero que en Paraguay funcionan.
Alfredo Seiferheld, felices 70, 71, 72 y pronto, 73. Y gracias, por todo.
(Agradecimientos: Las fotografías que ilustran la nota son de la Colección de José Luis De Tone).