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Se puede afirmar que el Álbum de Cavedagni constituye la colección de partituras de música paraguaya más antigua que se conoce, sostiene el historiador, investigador y músico Manuel Martínez Domínguez.
Detalla que fue publicado en Buenos Aires en 1877 y en él se encuentra, por ejemplo, el Cerro León, una danza paraguaya hoy conocida como Campamento Cerro León, o la Canción Nacional, devenido en himno nacional paraguayo. También se encuentran otros títulos que nos son familiares, como Colorado, Cielo de Santa Fe o London Carapé, que no suenan precisamente a las obras que la sensibilidad paraguaya conoce hoy con estos nombres. Otras son La Palomita y Mamá Cumandá.
En 2017, el Mtro. César Manuel Barrios, en el contexto de sus investigaciones sobre el himno nacional, halló dos ejemplares del Album de Cavedagni en la colección de Juan Max Boettner, que se encuentra en el Ateneo Paraguayo. Al año siguiente, en julio de 2018, el Centro de Investigación Musical del Ateneo editó la edición facsimilar del álbum, hoy agotada en su versión papel, pero se proporciona en forma gratuita en pdf.
Entre las peculiaridades de esta obra se habla de un tango. Manuel Martínez explica al respecto que el Álbum incluye una pieza de la autoría de Cavedagni: El triste, caracterizado como “tango” y subtitulado como “danza paraguaya”. “Recordemos que el tango, para esta época, todavía no tiene los rasgos formales propios del tango porteño, constituyendo una forma genérica rioplatense. Es más, el autor, como indicación de velocidad, escribe “tiempo de habanera”, aunque en muy pocos compases se encuentre el ritmo característico de la habanera. Este ritmo constituye un exotismo dentro del pensamiento eurocentrado, y se forma con una figura de obertura francesa y doble corchea en compás binario. Mangoré, al componer La Kyguá Verá, no escapó de este pensamiento, dando forma de “habanera” a una canción paraguaya. Para esta época, los lindes de las formas populares todavía son muy difusos en ciertos aspectos, lo que nos hace pensar que las caracterizaciones formales, en ciertos casos, sean construcciones coincidentes con el nativismo que surge en el siglo XIX”.
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–¿Es el único caso de “tango paraguayo”?
–Existen otros “tangos paraguayos”, aunque, al igual que el de Cavedagni, de autor. A principios de siglo XX, Magoré también compuso uno, Don Pérez Freire, en versión para piano y para guitarra. Estas formas estilizadas, y sobre todo estetizadas, se alejan de lo folclórico popular, donde cumplen un rol funcional junto al baile, para incurrir en lo puramente contemplativo y entrar en ámbito de lo que hoy se denominaría “académico”, detalla el investigador.
Maridaje entre piano y guitarra
Manuel Martínez Domínguez habla de las nuevas perspectivas y hallazgos en torno a la historia de la guitarrista paraguaya y expone que “hay un particular maridaje entre el piano y la guitarra”. ¿Cómo se explica? Mangoré fue primero pianista, y luego, guitarrista. Sus programas de concierto hablan de música pianística traducida al lenguaje de la guitarra. En el Ateneo (Instituto Paraguayo) del siglo XIX era frecuente que quienes tocaban el piano también se “divirtieran” con la guitarra, la mandolina o la bandurria, considerados instrumentos populares. De hecho, desde fines del siglo XIX hasta casi finalizar el siglo XX no existió un programa académico de guitarra. No se celebraban “concursos” para optar al título de “profesor de guitarra”, como sí se celebraba para acceder al de profesor de canto, de piano o de violín. La exclusión académica de la guitarra no fue un fenómeno paraguayo exclusivamente: se da en el Río de la Plata en general, donde se la relacionaba con lo pueblerino, con lo gauchesco. La vindicación viene desde europa, y penetra en Argentina y Uruguay con maestros como Carlos García Tolsa, maestro de Gustavo Sosa Escalada.
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En el Paraguay, el primer profesor de guitarra que el Ateneo registra con un diploma fue el Prof. Jacinto Matiauda, en la década de 1960. Pero lo más grande de la guitarrística es que su incorporación al ámbito académico vino después del escenario, después del concierto, y en este aspecto, el aporte de Mangoré, y del Ateneo Paraguayo a través de él, fue fundamental. Creo que este es el gran aporte del Paraguay, y del Ateneo, a la guitarrística universal, confiesa el historiador.
Valioso aporte del Ateneo
El material constituye una propuesta pedagógica del Departamento de Educación Musical del Ateneo Paraguayo a la guitarrística nacional y se ha solicitado a la Dirección General de Educación en el Arte que los temas que lo componen puedan incorporarse a los programas de estudio de guitarra clásica.
De acuerdo con los datos difundidos por el Ateneo Paraguayo, en ocasión del lanzamiento Luis Cavedagni, nació en el ducado de Parma, Italia, el 7 de septiembre de 1818, y falleció en Montevideo, Uruguay, 19 de julio de 1916. Tuvo gran participación en el ambiente musical paraguayo desde la década de 1870, hasta los primeros años del siglo XX.
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“Cavedagni se encontraba colaborando en el Ateneo [Instituto] Paraguayo a fines del siglo XIX, específicamente en 1897. Ese mismo año, el 18 de febrero nacía en Montevideo su nieto Luis Saturnino, y el padre del niño declaraba ante el “oficial del estado civil” que su hijo era nieto de “Luis Cavedagni, italiano, de 76 años, viudo, músico, residente en el Paraguay”. De esta manera, dos fuentes independientes (el programa de concierto y el acta de bautismo), diferentes una de la otra en su finalidad, corroboran la labor del maestro italiano en el Paraguay por esa época”, dice Martínez Domínguez en la introducción del material.
Según se lee en el texto, Cavedagni mantuvo cordiales relaciones con el liberalismo radical, por entonces vinculado a la elite política, económica y cultural porteña. Agraciado con una jubilación del Estado paraguayo, la misma le fue aumentada a 350 pesos fuertes por Ley del Congreso Nacional del 25 de mayo de 1906, bajo la presidencia de Cecilio Báez.