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Cuando sintió venir el necesario progreso que borraría parte del pasado, el doctor Arturo Vacchetta Boggino dejó su blanco guardapolvos en el perchero de su consultorio oftalmológico de Asunción y se embarcó a un viaje en el tiempo, a un mundo maravilloso en el que tuvo una infancia y adolescencia plena de felicidad.
Las visiones grabadas en sus ojos las inmortalizó a través de una cámara fotográfica para que los demás pudieran apreciar a través de ellas esos inolvidables paisajes que despiertan todos los sentidos y que están plasmados en el álbum Camino al río sagrado del Paraguay.
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–¿Cómo empieza este viaje? Leo mucho y hace ya tiempo escribí este libro para que de algún modo la gente joven, del Guairá, sobre todo, no se olvide de valorar los prodigios que tenemos. Y para cuando hagan el viaje a Itapé, que se hacía a pie, no se pierda. Actualmente están asfaltadas las dos rutas y se llega, pero ya no se viaja. Cuando uno viaja en avión llega, cuando uno viaja en coche llega, pero dejas de vivir el viaje, dejas de disfrutar los cambios en las nubes, en la luz, los insectos, los pájaros, los aromas, las hojas de los árboles. Uno deja de disfrutar el olor a la tierra recién mojada y una serie de maravillas únicas que la naturaleza te da absolutamente de gracia. Ese milagro de la vida que es algo efímero, que se va, y que se va más rápido de lo que creemos..., responde para significar que un paseo de hace años hoy ya no es el mismo.
Con esa idea el libro plasma toda la belleza del Paraguay, en especial del Guairá. “El camino a Itapé está muy ligado a mis recuerdos y a mi infancia, entonces decidí hacer un viaje mágico en Carumbé desde la casa de mis abuelos paternos –luego de mis padres– hasta el río Tebicuary-mí Virgen del Paso. Y allí relato en una oda lo que somos los paraguayos con nuestra maravillosa cultura guaraní que nos da conocimientos de mitos, leyendas, alimentos y una manera enorme de gozar de la vida”.
Revalorizar y resacralizar
La idea de Vacchetta Boggino es que el patrimonio cultural no se pierda, sino se valore y se mantengan las peregrinaciones, que se sacralicen algunos lugares que a su criterio “tienen que ser intocables, como las aguadas, los arroyos, algunos bosques, para las generaciones futuras. Nuestra generación destroza todo por una codicia incontenible mal entendida, y entonces debemos volver a crear mitos, leyendas, deidades o demonios que protejan tal o cual lugar (…). Los griegos ya tenían a las náyades, las ninfas y todos esos espíritus mitológicos que, de algún modo, protegían sus fuentes de vida, de agua”.
En medio de esa naturaleza en la que vas andando sobre esa maravillosa cinta de color naranja a rojiza, entre penachos verdes de la floresta, aparece como telón de fondo con sus dos jorobas el cerrito de Itapé, donde Augusto Roa Bastos ubica a uno de sus personajes de Hijo de Hombre, el escultor leproso que hacía santos, Ñandejára Guasu, San Francisco o San Isidro Labrador.
Al lado de la casa paterna, donde arranca el camino con edificaciones de hace 250 años, está nada menos que la casa del médico personal de Gaspar Rodríguez de Francia, el doctor Vicente Estigarribia, un señor que después fue heredado por los López y muere durante la Guerra del Setenta, relata el autor del libro y cuenta que ese inmueble de grandes dimensiones fue comprado por un español que tenía dos bellas hijas. “Y cuando el español es llamado por López, que sospechaba de cuanto extranjero había, el dueño de casa va con un karamegua muy pesado con dos esclavos al inmenso patio y vuelve solo. Lo enterró posiblemente, y ya no queremos ni pensar lo que pasó con los esclavos”, refiere al rescatar la leyenda del plata yvyguy.
“Luego a esa casa viene un señor llamado Taita Soberano, que vendía miel. Años después mi abuelo, Pietro Boggino, la compra y vienen a instalarse mi tatarabuela Sebastiana, que fue sargento de guerra a quien llamaban Nanana, y mi bisabuela Bárbara, que era Mama Grande. Nanana fue muy longeva, vivió hasta los 114 años. Tiempo después nací en una de esas piezas y años después el pa’i Arzamendia, en un almuerzo con mi papá, que era presidente del Rotary Club, le dice que necesitamos una ruta en Itapé. Mi viejo, hombre muy activo, moviliza a la gente y con el general Demetrio Cardozo –que fue el que sacó a Perón y lo trajo en la cañonera hasta Asunción y luego hasta Villarrica– abren el camino de la Fe”, relata Vacchetta, quien considera el centro de su universo ese sitio ubicado entre las calles Cerro Corá y Alejo García. La ruta se abrió entre grandes propiedades pese a la oposición de sus dueños, que al protestar, escucharon el reclamo sacerdotal de “cómo van a parar el camino de la Virgen” y con eso dejaban la obra avanzar.
El Ybytyruzú de oro, testigo
“En ese camino maravilloso se encuentra el Ybytyruzú, lleno de oro en las entrañas, Paso Yobái, etc., y emerge también la torre de oro que es la Catedral”, sigue contando con entusiasmo y aclara que el libro no se vende, sino se lo ganan las personas de bien.
La obra está llena de metáforas y homenajes, como el “Dios del día”, que es para Emiliano R. Fernández; la luz zodiacal, la falsa madrugada que nos deja ver el cielo límpido, lejos de la polución lumínica de las ciudades. Y en ese contexto aparece Villarrica con la mezcolanza magnífica de la ciudad y el campo con las gallinas que duermen en el árbol y la neblina vivificante de los guachimis, que son los guaraníes, que creían que de la neblina nacía la existencia, la vida. De ellos hablaba Carlitos Martínez Gamba, otro de los recordados poetas guaireños que murió en el exilio y está enterrado en Puerto Rico, Misiones, Argentina.
El Ybytyruzú es para los guaireños como el ónfalos de los griegos, el centro del mundo.
El arco de la gloria y otras leyendas
La casa de los ancestros tiene un “Arco de la Gloria”. ¿Qué representa? Es que por allí entraba la gente importante. “La gente considerada no importante entonces entraba por otra puerta, donde no había arco, sino un marco normal. Por el arco de la gloria entraban los que venían de la guerra, coroneles y hasta los asesinos sagrados…”.
La casa estaba marcada por un increíble catolicismo donde el abuelo piamontés, que vino después de la Guerra del 70, se instaló siendo un hombre con todas las de la ley y las mujeres le traían a sus hijas para tener hijos y entonces repoblar el Guairá. “Luego un cura le dijo que iría al infierno y entonces empieza a buscar una mujer, de 15 años, con la que se casa. Allí, cuenta la leyenda familiar, estaban las cinco mujeres, todas sin hombre, pues se los llevaron la guerra”.
En el camino sagrado se bifurca poco antes de Itapé con un ramal que va a Hyaty (hoy Félix Pérez Cardozo). “No lejos está la cruz de un famoso bandolero, Pantaleón, que degolló a 27 personas y cuya cruz y estola huelen en la noche a flores podridas. La gente corre y cree haber escuchado cosas raras”. Actualmente ha desaparecida la cruz y oratorio, pero se ha transformado en leyenda. Pantaleón era un hombre de 36 años, fuerte, vigoroso, fibroso, que llevaba en el cuello los collares de oro de sus víctimas.
La casita con techo de zinc que se alborota armónicamente en días de lluvia, el guinche laborioso de la caña de azúcar y el perro más famoso del Paraguay tampoco están ausentes en el trayecto. ¿Por qué es famoso este perro? “Porque hay un juego de palabras en el Guairá que dice que un señor se va a caballo y Sinembargo se va a pie. Sinembargo, obviamene se llama el perro”.
A la llegada al Paso Brítez se escuchan llantos de niños por las noches. “Yo escuché y salí rajando, no pude aguantar un minuto, aunque sabía que era un animal”, cuenta el guaireño.
Para la gente de antaño era inexplicable aquél sonido, pero un buen día llega un campesino a la Farmacia Virgen del Paso con un mbusu capitán que tenía como dos patitas, un elemento antidiluviano que lloraba como un niño. Ese era el fantasma que había asustado a tantos.
La Reina del Paraguay
El camino atraviesa Itapé al lado de la majestuosa Catedral con sus coloridas casitas ya cerca del río sagrado. ¿Cómo surge esta historia? La Virgen de Itapé es la misma Virgen de Caacupé, llamada Reina del Paraguay. En una peregrinación hacia los años sesenta durante una semana de intensa lluvia en su peregrinación –debía ir a Paraguarí y luego a Asunción de vuelta– la Virgen se queda por una semana de intensa lluvia en ese paraje. “Cuando es transportada la imagen y cruza el río, la gente queda de un lado y en el otro estaba el pa’i Alfredo Boggino esperando a caballo con otros peregrinos. El sacerdote desde su caballo bendice el lugar y a partir de allí ocurrió algo raro. En medio de un gran ruido los tigres de los ríos, los salmónidos, subían para desovar. Miles de peces, los dorados, iban buscando el lugar de donde habían salido. Al mismo tiempo, se ilumina el cielo con un relámpago y la gente mira hacia arriba para ver cruzar dos pájaros enemigos, un taguató y una paloma, pero el ave de rapiña no ataca al símbolo de la paz”.
Esos milagros aumentaron la fe y hoy no solo el pueblo guaireño, sino desde distintas partes del país, acude en masa al río sagrado y al oratorio para curar sus dolencias junto a la Virgen de Itapé.