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A quienes estábamos en la revista nos tocó el mejor maestro que podía tocar a un principiante: Jesús Ruiz Nestosa, nuestro jefe. Ser dirigidos por Jesús ya era de por sí un plus fuera del plan personal. Lo admiraba desde antes del cierre de ABC, cuando escribía Crónicas de un terráqueo o deliciosas entrevistas y ensayos donde saboreaba las imágenes que él recreaba.
Nuestro jefe había escrito libros cuasi prohibidos como Las Musarañas, El Contador de Cuentos, había sido perseguido por la policía stronista y era una enciclopedia de anécdotas con los artistas más grandes del Paraguay que construyeron la resistencia. Era una persona muy versátil: hacía fotos en blanco y negro, retrataba el arte y la vida hecha arte a colores. Se codeaba con Augusto Roa Bastos y doña Josefina Pla, con Nila López y Pepa Kostianovsky, con Alcibiades González Delvalle y con una generación de artistas que lucían como una constelación de estrellas, brillantes y muy lejanas para quienes estábamos en la revista.
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Pararse en el mismo cuartito junto a Jesús Ruiz Nestosa ya parecía arriesgar el contagio de alguna de sus brillantes salidas; y ver llegar a sus invitados, a quienes solo conocíamos por fotos, libros o revistas, eran hazañas valiosas.
Aquella aventura que imaginé que iba a pasar en la Revista ABC Color pronto empezó a pasar. Llegaban escritos a máquina o de puño y letra de doña Josefina Pla, de Augusto Roa Bastos, materiales de Carlos Colombino, de Ricardo Migliorisi. Desfilaban por la revista los más importantes cultores de la palabra que venían a ser entrevistados por Jesús. El arte viajaba en ese pequeño espacio difuminándose como una estela de mil colores y formas que después nos encargábamos de ponerle verbos, fotografías y texturas. Los distribuíamos en una cartulina blanca con rayas celestes donde dibujábamos la revista.
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Generación reapertura
La generación reapertura de la revista era un enjambre variopinto. Hugo Lafuente Krone, hoy dueño de agencia publicitaria. Roque González Vera, hoy periodista, comandante de Bomberos Voluntarios, fotógrafo y ambientalista. Robert Singer, periodista de cultura general y periodista deportivo. Luis Cogliolo, artista plástico al que nos dimos el lujo de tenerlo como diseñador de nuestras páginas, hoy dueño de un taller de arte. O Luis Bernardo Verón, quien llegó para hacerse cargo de nuestro diseño para pasar luego a escribir Historias Minúsculas del Paraguay, una de las secciones más amadas de la Revista, hoy ya devenido a historiador. Juan Carlos Meza, uno de los mejores seres humanos y fotógrafo del Paraguay. El argentino Jorge Sáenz, a quien antecedía ya una gran reputación desde Argentina y se sumó a construir ensayos gráficos que reflejaron terribles y escondidas realidades. Gustavo Quintana, reportero gráfico. Ahora que lo pienso, por mucho tiempo fui la única mujer hasta que llegó Nancy Duré, quien se incorporó para darnos una mirada diferenciada de temas sociales.
Marilín Parini no era periodista, pero nos coordinaba a todos. Nuestra pequeña y revoltosa cocina de la revista necesitaba del ingenio, el arte y los delirios de los rebeldes periodistas, pero requería los pies en la tierra de Marilín. Llegar tarde a la hora de imprimir la revista, con materiales que aún necesitaban corrección, era un deporte popular de la revista, y Marilín con frecuencia salía a gritar nuestros nombres al salón grande de la Redacción, donde recibía la rechifla divertida de los compañeros. Veróooooooon!!! Roooooberttttt!!! Roqueeeeeeeeeeeeeeee!!! Mabeeeeeel!!! Páginaaaaaaaaaaaa...!!!
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Con su carpeta de dibujos
Habrá sido en la segunda quincena de marzo del ‘89, un buen día llegó a la Revista un muchachito delgado, tímido y callado, apretando una carpeta de dibujos. Nos dijeron que iba a estar con nosotros, nadie sabía muy bien cómo ni en qué. Poco a poco, a codazos, con sarcasmos en voz baja y con salidas brillantes, haciendo caricaturas de todos nosotros, se construyó muy pronto el pedestal donde lo malcríamos. El 9 de abril de 1989 salió el primer dibujo de ese muchachito que hoy día es el más grande dibujante del Paraguay: Caló Sosa (entiéndase que mi opinión puede estar muy sesgada porque lo admiro y quiero con toda mi alma).
En ABC Revista me pasó la vida como en una acuarela de colores claros y alegres, hasta los densos y profundos. Llegué a convertirme en Directora. Al final, yo no estaba para el cargo, renuncié para irme del diario, pero el entonces jefe de Redacción, Juan Luis Gauto, me trajo casi de la calle y me sentó a hacer investigaciones. Sin quererlo, ese hombre vio lo que ni yo misma había visto y aquel camino que había iniciado en la revista tímidamente al principio, terminó siendo mi camino de vida.
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De torturas y exilios
Ese 1989 me tocó hacer las más terribles entrevistas que una joven principiante pudiera hacer. Hicimos una serie sobre todos los casos de torturas, desapariciones forzadas, exilios y asesinatos cometidos por el stronismo. Recreamos los nombres de los torturadores, sus dobles vidas de amantes, padres de colegios de barrios durante el día y brutales verdugos durante la noche.
¿Era para la revista una serie sobre los torturadores? Presumo que un editor de revista de variedades contestaría que no, pero también me gusta pensar que había una parte de la historia que nos tocó cumplir: relatarla. Después aparecieron otros grandes reportajes: policías que hacían guardias privadas, trata de menores de edad cooptados por redes de adultos que los ofrecían para sexo pago y hasta una serie sobre el descontrol y el consumo de alcohol nocturno.
Y hubo dos series muy especiales que quizá marcaron a fuego aquel camino. Uno, nos metimos a escondidas en un penal de niños, en Emboscada. Y reflejamos la dureza de ese lugar con menores de edad que tenían grilletes en los tobillos, bebían agua de canaleta y eran castigados en un cajón. La indignación ciudadana estalló y se buscó un lugar mejor… que al final no fue mejor sino otro depósito más donde siguieron igual de olvidados en sus derechos infantiles.
La segunda serie que también combinó verbo y forma fue una sobre las Fuerzas Armadas que nos abrieron sus puertas por primera vez después de 35 años de dictadura y allá fuimos con Jorge Sáenz. Me tocó dar la mirada verbal de todo lo que veíamos, pero la verdadera mirada profunda fue de Jorge, su capacidad para ver lo que no decían ni querían mostrar. Niños soldados cargando armas a cambio de estudio y pan.
Hoy, 33 años después de aquel marzo de 1989 puedo decir que me tocó la cocina más exquisita del diario ABC Color. Los maestros que me marcaron a fuego, los compañeros que acompañaron y enriquecieron el camino, el tatakua donde cocinábamos una infaltable rebeldía, condenábamos la rutina, buscábamos la excelencia de la creatividad con muy poca tecnología y con mucho de magia y recursos humanos.
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Papel con el aroma del diario
Nuestra revista era de papel diario, alejada del glamour de la textura de hoy día. Las limitaciones eran enormes, y cada ruptura de parámetros en fotografías, títulos, textos o notas insólitas festejábamos como un golazo.
Claro. Lejos está de mí pretender hacer creer que éramos un puñado de dioses jugando a hacer periodismo. De carne éramos, y lo demostrábamos con travesuras que a veces pasaban la raya, como el día en que una admiradora envió una torta a Robert Singer y desapareció la misma sin que su destinatario pudiera siquiera saborearla. O como cuando todos desaparecíamos a la hora de reuniones obligadas, o a sabiendas que se venían sermones de Marilín.
A veces miro los primeros escritos, muchos sin mi nombre, luego con mi nombre… se abre la puerta y entran raudales de nostalgia. De aquellos días en que la letra y la foto estampada en un papel cualquiera intentaba despertarse de una larga noche de dictadura; historias de hombres y mujeres, anécdotas, biografías, testimonios y testigos, el despertar de la tecnología, los avances de la ciencia, la emoción y la ternura de las anécdotas o el resucitar protagonistas olvidados por el tiempo.
Revista querida de ABC Color… has recorrido un largo camino, muchacha… ¡Gracias por haberme dejado ser parte tuya!