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Solo unos pocos privilegiados pueden apreciar los perdidos saltos del Acaray. Hay que estar en el este del país en el momento preciso y adecuado.
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Y quien quiera verlo, cuando aparece fugazmente, tiene que aventurarse en un recorrido que implica zonas muy escarpadas, sinuoso camino llenos de rocas. Intentar llegar con un vehículo es arriesgarse a quedar atascado, sin importar si llueve o no. Esto es debido a que la pronunciada caída hacia el cauce del río Acaray arrastra todo a su paso, causando grandes erosiones.
Como no hay señalización ni referencias, que no sean las empíricas, como los árboles o alguna pequeña despensa, no queda otra que recurrir a los pobladores del barrio Che la Reina, de Ciudad del Este, que hacen de improvisados guías para llegar lo más cerca posible a las costas.
A medida que uno se va acercando, ya se escucha el estruendoso ruido de las aguas, un sonido cautivador que invita a seguir el camino. Se sospecha que la roca basáltica que sirve de lecho al río es la que provoca ese rugido tan resonante.
Indefectiblemente, el trayecto se debe continuar a pie, por empinados y serpenteantes senderos cubiertos de arbustos, lianas y, claro, también mucha basura. Descender sin cuerdas tiene sus riesgos, aunque para los lugareños se hace un poco más fácil, pues saben qué trayecto y posición tomar para evitar una estrepitosa caída. En algunas partes hay que desplazarse prácticamente arrastrando el cuerpo o sentado.
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Maravilloso espectáculo
El sonido del agua cada vez más fuerte indica mayor cercanía y es una clara señal de que en pocos metros el aventurero estará ante un maravilloso espectáculo natural. Pero la emoción no debe sobrepasar la capacidad de concentración a la hora de seguir el caminito.
Una vez al pie del salto, uno se olvida de todas las dificultades que pudo atravesar y solo hay tiempo para el deleite. El salto de unos 200 metros de largo y con una caída de 10 metros es lo suficientemente impresionante para disfrutarlo, pero como no es tan grande, permite un acercamiento sublime.
La caída del agua forma una espuma blanca a la luz del sol y se convierte en densa neblina, simulando una franja blanquecina que contrasta con el verdor de la vegetación y se completa con el azul del cielo en un día bien soleado.
El rocío formado por la caída del agua se expande por varios metros y llena de frescura el rostro.
Desde el puente
Para quienes no se animan a este tipo de aventuras, el salto también se puede apreciar desde el puente Costa Cavalcanti, que une Ciudad del Este con Hernandarias.
Sea cual sea la elección para disfrutarlo, este espectáculo es solo para privilegiados, pues desaparece la mayor parte del año, desde 1968, cuando fue interrumpido el curso del Acaray para la construcción de la usina hidroeléctrica entre 1961 y 1969.
La represa hizo que el salto Acaray se convierta en un salto fugaz que se deja ver solo una vez al año y por un periodo de tiempo no mayor a 50 días. Esto se da solo cada vez que la represa necesita verter el exceso de agua para mantener el cauce en niveles operativos, y que coincide con los meses más lluviosos del año, es decir entre junio y agosto. Esta vez se hizo esperar hasta finales de octubre, cuando las siete compuertas fueron abiertas, dando así al salto Acaray su caudal perdido en todo su esplendor.
El resto del año, el río no es más que una pendiente seca, un muro de roca, con pequeñísimos chorros.
El dato
La cota del embalse es de 185,3 m, mientras que aguas abajo la cota es de 115 m.