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Durante mucho tiempo y hasta ahora, en nuestra cultura occidental se midió la profundidad del pensamiento por la magnitud de las observaciones trágicas, incluso apocalípticas. Las ideas, cuanto más densas, obtienen más reputación y reconocimiento intelectual. La entronización del pesimismo lleva a la exageración de observaciones siniestras que pronostican desgracias.
Esa tendencia instalada en la consciencia colectiva lleva a mucha gente a identificar el humor y la risa con algo superficial, ajeno a la inteligencia. No se toma en cuenta ni se le da valor al ingenio de la ironía, de la parodia, del sarcasmo. Se podría argumentar que el presente no está para sonreír siquiera: pandemia, guerra, enfrentamientos, economías golpeadas, hambre, efectos catastróficos producidos por el cambio climático, como las últimas inusuales inundaciones en Pakistán, que afectan a 1,7 millones de hogares. Esto no se puede negar.
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Sin embargo, hay un avance más optimista acerca de la vida y la posibilidad de cambiar las cosas. Aunque también sucede que, hoy, personas que no hacen nada interesante son consideradas figuras importantes, por el solo hecho de tomarse fotos a sí mismas, decir tonterías y publicarlas en las redes, como entretenimiento y evasión del vacío existencial.
Por supuesto que no se puede banalizar las dos guerras mundiales, el terrorismo, los genocidios. Pero también el progreso tecnológico llegó para sorprender e inspirar hacia posibles sociedades más tolerantes y solidarias. Una visión agradable con libertades de todo tipo, progreso y comodidades en todos los órdenes. Internet, las redes sociales, la telefonía móvil fomentan el conocimiento y la recuperación de la alegría.
Tampoco olvidemos que existen mentes autócratas, egoístas, con ansias de poder y expansión, que borran la sonrisa del planeta, como es el caso de Putin, que con su guerra de dominación siembra la muerte y esparce la desolación en esta sociedad de consumo, cuya ética es trabajar para consumir. También hay gente que difunde conjeturas atemorizantes y se dedica al proselitismo de ideas contrarias al reconocimiento de los derechos de semejantes diferentes.
Pese a todo esto, parece que llegó el momento de que la humanidad se libere del sometimiento, de la dependencia, de la ignorancia y de los miedos ancestrales.
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Mi optimismo considera que buena parte de la humanidad, cada vez más, irá adquiriendo predisposición para soportar el desbarajuste, la perplejidad, las contradicciones que conducen a no saber a qué atenerse, con la amenaza cierta del aburrimiento, el hartazgo, el escepticismo.
Tal vez la redención local nos llegue a través de nuestra forma alegre y tradicional de tratar en broma cosas importantes y con solemne seriedad las pequeñeces. ¿Acaso eso es frivolidad?