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La reproducción de una momia es el punto de atracción para los visitantes, y sobre todo para los niños y estudiantes, en el Museo de Arte Sacro de Asunción, donde está instalada la muestra. El recorrido simula el paseo en una de esas tumbas egipcias que conocemos a través de las películas y que están llenas de leyenda y misterio. En ese paseo se encuentran:
Horus. El halcón (Falco peregrinus) que fue adorado en el antiguo Egipto como una divinidad cósmica. Su cuerpo representaba el cielo y sus ojos redondos, el sol y la luna. Era la encarnación del dios Horus, hijo de Osiris e Isis, vengador de la muerte de su padre y protector de la realeza faraónica. Por ello se lo representaba con la doble corona de las dos tierras: el Alto y el Bajo Egipto.
Está hecha en piedra arenita, asperón negro de Siria y originario de la Necrópolis Real de Tebas, y corresponde a la época Ramésida, Dinastía XIX, entre 1295 a 1186 antes de Cristo.
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Lacrimatorio. Vasija de alabastro tallado, también de la Real Necrópolis de Tebas, de 1000 años antes de Cristo. Según la tradición, estos utensilios eran utilizados para conservar las lágrimas del faraón, “demasiado preciosas para ser desperdiciadas”. Los griegos y romanos también los utilizaban para recolectar las lágrimas de los deudos para ofrendarlas en la tumba del difunto como señal de dolor, amor y respeto.
Doble. Es una cabeza tallada en piedra natural, parte de una estatua que representaba al difunto. En las tumbas estos “dobles” facilitaban que el alma reconociera su cuerpo, cargaba con sus faltas o trabajaba para el difunto en la otra vida. Su elaborada peluca y perilla osiriana indican que eran de un personaje de alto rango. También sería del final de la época Ramésida, 1000 a.C.
Máscara mortuoria. El cuerpo momificado se cubría con diversas coberturas de protección cargadas de simbolismo. La máscara mortuoria cubría la cabeza del difunto y en ella se representaban sus rasgos físicos de forma naturalista, general o abstraca. Es de tela de lino estucada con pasta de vidrio azul y polvo de oro. Proviene del final de la época Ramésida (1100 a.C.) o principios de la época Saíta (600 a.C.).
Portador de ofrendas. Es un fragmento de un mural de una mastaba o tumba egipcia que representa ofrendas rituales para los dioses o difuntos. Es la veneración de los ancestros con ofrendas que consistían en alimentos o vasos con aceites perfumados, flores o animales domésticos.
La barca solar. Es un fragmento de la cobertura de un sarcófago y es la representación simbólica de las procesiones de imágenes sacras que se realizaban a lo largo del río Nilo. Es también una representación del ciclo diario del sol y del viaje del difunto hacia la otra vida. En la obra están sentados en la barca solar Maat, Anubis y Horus, tres divinidades invocadas para alcanzar la vida eterna.
Cortejo fúnebre. Es una reproducción parcial de un papiro egipcio que data del 800 a.C. Se puede apreciar toda la complejidad de la ceremonia en el antiguo Egipto.
Casas para la eternidad
Las tumbas egipcias se convirtieron en una suerte de “casas para la eternidad” y la decena de piezas expuestas de unos tres mil años de antigüedad proceden de los enterramientos, descubiertos luego, en la necrópolis real de la antigua Tebas en el Valle de los Reyes. Esta región de Egipto alberga sitios tan famosos como las tumbas de Tutankamón (1336 a.C.) en el Valle de los Reyes, la del escriba Nakht (1400 a.C.) en el Valle de los Nobles o la de Nefertari (1300 a.C.), esposa de Ramsés II, en el Valle de las Reinas.
“Son parte del arte funerario, una de las expresiones más interesantes del arte sacro y que refleja la cosmovisión entera de una cultura que al interpretar el inevitable fenómeno de la muerte expresa la valoración de su propia existencia. La compleja y refinada religión egipcia es la que ha producido ese arte que desde hace milenios ha fascinado al mundo entero”, dice la explicación del museólogo Luis Lataza, curador de la muestra.
Las piezas arqueológicas forman parte de la colección privada del mecenas Nicolás Latourrette Bo y se podrán apreciar hasta el 1 de octubre en el Museo de Arte Sacro (Manuel Domínguez y Paraguarí).
Eran del Conde de Luarca
¿Cómo llegaron al Paraguay? Antes han tenido que realizar un largo periplo en distancia y en el tiempo. De acuerdo con las referencias de Lataza “fueron retiradas por los lugareños y vendidas al español Aquilino Suárez y Rodríguez, Conde de Luarca hacia 1872″. En ese entonces, la actividad “era perfectamente legal y habitual y estuvo en pleno auge en la Europa del siglo XIX, antes del inicio de la egiptología como ciencia”.
Cien años después estas antigüedades de Luarca fueron subastadas por su nieto Carlos M. Ferreirós Suárez en Buenos Aires. De este modo, la colección original se dispersó entre varios propietarios y más tarde parte de ellas fueron adquiridas por Latourrette Bo en 1994 y desde entonces están en Paraguay.
El museólogo menciona que podrían haber formado parte de sencillos altares domésticos a colosales templos de piedra en los que la población hacía sus plegarias o el faraón hacia propaganda de su magnificencia. Podrían haber sido de precarias tumbas en el suelo o las colosales pirámides. “Todo debe ser interpretado como parte de una guía para atravesar el más allá hasta la vida eterna”.
Feria para niños y la familia
Este domingo 25 de septiembre desde las 10:00 como parte de la exposición se realizará la Gran feria del antiguo Egipto, dirigida para niños y la familia.
Habrá música, disfraces, maquillaje, concurso de dibujo, danzas árabes. También visita guiada para los niños a la exposición temporaria y habrá premios para los que vayan disfrazados de egipcio.
El Museo de Arte Sacro está ubicado en Manuel Domínguez y Paraguarí.
La exposición “Arte Sacro del Antiguo Egipto” podrá ser visitada hasta el 1 de octubre todos los días de 9:00 a 18:00.