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Si bien Estela Appleyard de Acuña, la inolvidable profesora Inca, lleva más de seis décadas dedicadas a la enseñanza, ha plasmado en el papel pocas obras, para tan vasta trayectoria. Tal vez ese sea el motivo por el cual cada publicación de su autoría constituye toda una novedad. Es así que cuando los primeros días de agosto presentó su obra “Memorias de una niña memoriosa” fue todo un suceso.
De qué se trata el libro “Memorias de una niña memoriosa”
El libro contiene sus recuerdos de infancia hasta que se recibió de maestra a los 17 años. “Más son mis recuerdos de la niñez y hace tiempo que los tengo escritos. Hará como diez años. Estaban guardados en un archivo de la computadora, hasta que un día cuando estábamos trabajando con las profesoras Esther González Palacios y Marilís Bareiro –nosotras tenemos libros de literatura que escribimos juntas–, de repente, sin querer, salta el archivo en el cual estaban mis memorias”, explica.
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Y las dos se pusieron a leer. Esther comenzó a insistir con que las tenía que publicar. “¡No, pero cómo voy a publicar eso!”, replicó, Appleyard. “¡Sí!”, insistían una y otra vez. “Bueno, voy a publicar”, les dijo como para cortar el tema y seguir trabajando. Después de eso, les mostró el escrito a dos compañeras, María Victoria Ávila, quien había sido su auxiliar de cátedra, y María Teresa Rivas. Ambas la alentaron aún más a publicarlo.
Fue pasando el tiempo hasta que el año pasado, la Academia Paraguaya de la Lengua Española –de la cual Appleyard es Académica de número y secretaria general de la comisión directiva– recibió un pequeño rubro del Estado, pero solamente para publicaciones. Entonces el presidente de la Academia decidió publicar obras de los académicos. “Y se publicaron muchos libros hasta que llegó un punto en que se acabaron las obras, pero había todavía dinero”, refiere.
Esther recordó su libro y le dijo: “Esta es tu oportunidad; publicá”. “Y, bueno, sin mirar, ni corregir, publiqué”, detalla. Y hasta el momento, a pesar de su reciente lanzamiento, ha tenido muy buena repercusión. “Estoy muy satisfecha”, asegura.
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Cuenta que entre sus recuerdos más remotos están el multitudinario entierro del Mcal. José Félix Estigarribia, en septiembre de 1940, y ella había nacido en julio de 1937, de modo que tenía tres añitos y dos meses. “¡Y lo recuerdo perfectamente! También me acuerdo de que íbamos al cine en un patio baldío. En ese lugar, la Embajada de los Estados Unidos solía presentar películas de la Segunda Guerra Mundial, que comenzó por los años 1939/40… Y yo recuerdo que nos íbamos a ver, porque, además, todo el barrio Sajonia acudía allí a ver las películas; ricos, pobres, jóvenes, todos íbamos. Y yo era chiquita”, subraya.
“¡Y de chiquitita ya era brujilda!”, continúa. “Era la menor y mi hermanita, Modesta Esther, estaba a mis gratas órdenes. Todo lo que yo craneaba, pensaba, ella me apoyaba. ¡Era una santita!”, resalta. “¿Cuándo decidí ser maestra? Yo lo que quería era ser bachiller, pero mamá, Julia D’Almeida, decía: ‘Vas a ser maestra, porque la maestra es dueña y señora en su grado, no tiene jefe. Y si es buena, es una persona reconocida y respetada’. Mamá era maestra. Y en esa época, era directora de la escuela Perú. Pero papá, Julio Appleyard, decía: ‘Vas a ser contadora. Vas a seguir Comercio’. Y yo quería ser bachiller, para ser bioquímica, ¡pero ni sabía lo que era eso! Y mamá insistía: ‘Maestra, maestra’”, relata.
Ni bien culminó el sexto grado, su madre la inscribió en la Escuela Normal de Profesores Nº 1 Presidente Franco, en el preparatorio. Más que un preparatorio, era un curso cuyo propósito era servir como una especie de ‘tamiz’, donde solo quedaban los mejores alumnos. “El que aprobaba el preparatorio podía seguir magisterio, pero si se aplazaba, no había caso. No se repetía. Era para ver si realmente se iba a servir para la profesión. Aprobé y me hice maestra y adoro mi profesión”, confiesa.
Destaca que también tenía unos profesores que les enseñaban a amar la profesión, que de eso depende mucho que a uno le guste la carrera que eligió. “Recuerdo que tenía una profesora, de nombre Herminia de Fernández. Ella entraba al aula, nos daba los buenos días y ya decía: ‘Estela, pasá al frente, por favor’. Era nuestra profesora de Pedagogía, y yo dejaba de estudiar otras materias porque sabía que ella me iba a llamar a exponer todas las veces. También había profesores que nos hacían pasar al frente mientras dictaban su clase y, al final, teníamos que hacer un resumen en la pizarra. Y al terminar, entre todas evaluábamos el resumen de la compañera. Y así fuimos aprendiendo. Tengo hermosos recuerdos de mis profesores”.
“¿Qué le diría la mujer de hoy a esa niña memoriosa?”, inquirimos. “Soy una mujer, fundamentalmente, feliz. Tengo problemas, como todos, pero soy una persona muy feliz. Y le digo a esa niña que mi felicidad actual está basada en esa felicidad de mis primeros años. En el papá y la mamá que tuve y que hicieron una niña feliz. Después vinieron los problemas, pero, con todo, soy una persona muy feliz. Y a esa niña le agradezco mi felicidad de ahora. Y les digo gracias a mi hermanita y a mis amigas de infancia y adolescencia, que hicieron de mí una persona feliz y realizada. Y ahora mis hijos y mis nietos. Y también mis alumnos”.
¿Por qué el sobrenombre ‘Inca’?
Según ella misma cuenta, su madre era directora fundadora de la Escuela República del Perú y el embajador de ese país invitaba a las maestras a la recepción cada 28 de julio, Día de la Independencia del Perú. “Pero cuando mi mamá no participó de la fiesta de la Embajada, el embajador preguntó el motivo de su ausencia y entonces le contaron que ese día ella había dado a luz a una niña. ‘¡Una inca!, una hija del sol visitó el Paraguay’, cuentan que dijo. Al día siguiente salió un artículo en el diario La Tribuna con esa frase del embajador y una crónica de mi nacimiento. Y cada vez que se encontraban, el diplomático siempre le preguntaba a mi mamá por ‘la inca’”.
Estela Victoria Appleyard de Acuña nació en Asunción. Es maestra y profesora normal superior. Cursó licenciatura y doctorado en Letras en la Facultad de Filosofía (UNA) y obtuvo el título de doctora. Enseña desde los 17 años. Fue formadora de maestras en la Escuela Normal de Profesores Nº 1 Presidente Franco. Fue profesora de Castellano y de Literatura en el Colegio Experimental Paraguay-Brasil y en Santa Teresa del Niño Jesús (Las Teresas). Enseñó Comunicación en varias carreras de las facultades de Filosofía, Derecho y Economía, de la Universidad Nacional de Asunción. Es secretaria general de la Academia Paraguaya de la Lengua y miembro de la Comisión Nacional de Bilingüismo. Inca colaboró en dos publicaciones colectivas de poesía; es coautora del libro La palabra escrita del Paraguay y autora de Los errores nuestros de cada día.