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Aprovechando su visita al Paraguay, conversamos con la doctora en Historia Bridget María Chesterton, profesional estadounidense argentina. Ella vive en Buffalo State, Nueva York. Desde allí organiza su vida, sus viajes, sus investigaciones. Se doctoró en el 2007 por la Stony Brook University. Es catedrática de Historia en Los Ángeles NYC. Bridge es autora de dos libros de historia paraguaya, en inglés, Los nietos de Solano López: Frontera y nación en Paraguay (1904-1936), y editora del libro La Guerra del Chaco: Medioambiente, etnia y nacionalismo. Además, tiene varios artículos sobre nuestro país publicados en revistas como The Hispanic American Historical Review, The Journal of Social History, Global Food History y Journal of Women’s History, entre otros. Sus intereses históricos abarcan la alimentación, género, dictadura y consumo. Actualmente trabaja en dos proyectos, uno sobre el consumismo en la época stronista y el otro sobre la gastronomía paraguaya.
Descubriendo la cultura guaraní
Habla buen español y cuenta que lo aprendió de su madre y su abuela. En uno de sus tantos viajes por la Argentina, con sus abuelos maternos llegaron hasta las cataratas, de ahí pasaron por Asunción, en 1989. “Me impactó la historia de Paraguay, se me plantó la idea de que era un país interesante y quise estudiarlo. Tiempo después regresé; los Albertini fueron aquí mi primer contacto, con ellos mantengo amistad hasta hoy. Luego conocí al grupo de historiadores paraguayos y durante 20 años, mediante congresos y contactos permanentes, fuimos forjando lazos muy estrechos. Me gusta el grupo, son muy unidos. ¿Que hay diferencias, decís? Bueno, eso es parte de ser historiador. Básicamente nos ayudamos con datos y a encontrar fuentes. El Comité Paraguayo de Ciencias Históricas es un grupo de muy buenas personas, siempre me ayudaron”, revela.
–¿Es poco común estudiar Historia en EE.UU.?
–No lo es, pero estudiar Historia Latinoamericana sí, y más aún del Paraguay. Soy parte de un grupo muy pequeño de historiadores; seremos 5 o 6 que estudian este país, uno de ellos está casado con una compatriota tuya. Paraguay tiene tanto para estudiar.
–¿Con qué empezó y qué investiga actualmente?
–Empecé con la Guerra del Chaco, fue mi primer libro y mi tesis doctoral. Ahora estoy haciendo otro proyecto sobre cómo fue cambiando el consumo durante la época de Stroessner. Con la represa de Acaray cambió la mirada que se tenía hacia el Río de la Plata y se enfocó en Brasil; esto fue afectando la cultura, la comida, el arte en los años 50, 60 y 70.
–Así es, Stroessner dio abierta predominancia a Brasil.
–Era muy brasilerista. Nadie ha escrito esa historia, cómo los productos brasileros empezaron a copar el país. El tema de la electricidad marca un antes y un después. Con la central hidroeléctrica Acaray (1968) cambiaron la vida y hasta las costumbres; por decirte, antes no se tomaba tereré con hielo, eso es relativamente nuevo.
–El agua fresca era de pozo o cántaro.
–Claro, era fresco, pero no frío ni helado. La usina de Sajonia no proveía suficiente electricidad para una heladera (la energía de esta usina al momento de su clausura, en 1986, proveía energía a Asunción, Lambaré y un pequeño sector de Luque). Entonces, en aquella época, entraron las heladeras eléctricas; antes la electricidad venía para el tranvía, no había para todos los aparatos de la casa. Se dormía afuera por el calor, hoy no se concibe el descanso sin ventilación.
–¿Qué otro aspecto cambió en nuestra cultura?
–Revisando los archivos que salían en los diarios: empezaron los negocios como restaurantes con nombres brasileños: Carioca, La Brasilera, son algunos. Ese acercamiento social no fue de un día para otro, fue gradual. También se abrió el primer supermercado en Paraguay: El País, y en la revista Ñandé tuvieron que poner cómo se usaba un supermercado. Todos estos cambios llegaron muy tarde a Paraguay en comparación a los otros países. Esa modernidad que hoy no pensamos fue un cambio brutal.
–Se abría una nueva era en Paraguay.
–O antes había que ir al puerto a buscar galletitas. Con la construcción de rutas, el Puente de la Amistad, los avisos empezaron a contar que venían productos de Brasil. Incluso arte, empezó la época de Livio Abramo, también el hotel Guaraní fue construido por un arquitecto brasileño.
–Sí, pero se creó una idolatría hacia Brasil.
–Se celebraba el carnaval al estilo brasileño. Y también el gobierno de Stroessner intentó traer turismo de Brasil, no lo concretó, pero era uno de sus objetivos que llegaran más allá de las fronteras.
–Ahora pensar en Brasil es pensar en el Tratado de Itaipú.
–Yo no trabajo esa parte, soy historiadora social cultural, me interesa saber cómo se vivía el día a día.
–Es un interés muy femenino, ¿no lo cree?
–Puede ser. También me interesa la cocina.
La cocina, un símbolo cultural
La gastronomía paraguaya es un ambicioso proyecto de esta historiadora, anhela recuperar las recetas de Clara Benza de Garofalo y Josefina Velilla de Aquino. “Quiero recuperar lo que ellas enseñaban en las escuelas de cocina, quiero guardarlo para que se acuerden cómo cocinaban las mujeres en otras épocas. Hay gente que todavía conserva esas recetas y las usan”.
–La cocina diaria también fue cambiando...
–Sí, porque los productos cambian.
–En redes surgen discusiones sobre a qué cultura pertenecen tales recetas.
–Es algo regional, en la gastronomía paraguaya hay una influencia muy fuerte de doña Petrona, pero no todo vino de ella. Yo pregunté dónde aprendió a cocinar Josefina (Velilla de Aquino) y me dijeron “de las señoras del Mercado 4, de otras mujeres, leyendo libros”, pero era autodidacta, ella misma se hizo su profesión.
–Hasta hoy es una escuela-comedor popular el Mercado 4.
–Cocinaban pesado, la carne era símbolo de abundancia. Esas recetas quiero digitalizar para preservarlas. Quiero publicar un libro de las recetas que las maestras enseñaban a sus alumnas (que no son las mismas que publicaban de ellas). La idea es preservar el sabor de ese momento, preservar la memoria de que la mujer paraguaya cocinaba. Hay tantas historias aquí, la del Mercado 4 se tiene que contar, no solo de la comida, también de la ropa, de las que venden ropa, el fútbol también…
–Por más asentada que se sienta, ¿una cultura se puede perder?
–Las culturas cambian y también se pueden perder. Para que no se pierdan se tiene que hablar con la gente de cierta edad, recogiendo sus testimonios, recopilando documentos, muchas mujeres me dicen “pero yo no tengo historia”, creen que su tarea no importó. Trabajaron duro, hacían cosas muy interesantes. Eso me fascina, la vida diaria, y cómo fue cambiando para bien y para mal. Creo que una de las razones por las que la dictadura duró tanto es porque la gente mejoró la vida, había electricidad.
–Eso suena “nostálgico”.
-No quiero decir que la dictadura no fue brutal, ni que piensen que yo niego las cosas terribles que pasaron. Pero hay una pregunta que nos hacemos los historiadores: ¿Por qué duró tanto? En Paraguay las estructuras de poder están muy fuertes.
–¿Cuál es su sensación al llegar a Asunción?
–Es una ciudad que ha crecido muchísimo, pero sin la infraestructura que necesita. Yo no he venido en 6 años (por la pandemia y porque tuve un bebé), pero vine varias veces antes y vi cambios muy grandes. En cierto sentido la ciudad está muy iluminada, pero todavía se notan las diferencias sociales, los barrios bajos, hay mucha desigualdad.
Familia y trabajo
Es casada y madre de una hija pequeña. “Se llama Esperanza, no la planificamos, simplemente llegó y fue una sorpresa. Estamos felices con ella”, aclara. Bridget vive en Buffalo, una ciudad con un millón de habitantes que está a una hora de Toronto. “Hoy, por cómo está la política no me gusta mucho vivir allá. Por ahora, hay trabajo, pero eso puede cambiar en cualquier momento, hay mucha inflación”.
Amante de la gastronomía también rescata la de su país: “La barbacoa es un plato típico de allá, y hay muchísimos otros de todas las culturas inmigrantes, también las recetas que permanecen de los esclavos, del sur”.
Un día normal, Bridget manda a su hija a la guardería y va a la universidad donde dicta clases sobre estudios latinoamericanos, escribe e investiga. Profesionalmente ha viajado bastante sobre todo por Latinoamérica. “Europa se siente chiquita, necesito más espacio”, dice con humor. Si define al Paraguay como historiadora, califica a su cultura como única, con un pasado doloroso por las guerras aún presentes en la memoria colectiva. Con el idioma guaraní tiene una deuda: “Tomé un curso que era muy bueno, pero me fue muy mal (ríe), el profe era fantástico, pobrecito, sufrió mucho conmigo”. Acostumbrada al rigor de los datos científicos, definir a la mujer paraguaya como pilar de la cultura y la reconstrucción le suena muy romántico. “Yo tengo más bien la imagen de una mujer que asumió la realidad y que siempre trabajó muchísimo. La repoblación fue algo que llevó un largo tiempo”
Bridget continúa trabajando en su nuevo libro: El Hotel Guaraní, la brasilización de Paraguay durante la época de Stroessner. “Está mitad escrito y el de la gastronomía (que se lanzará en español) lo estoy comenzando. Tengo que cocinar algunas recetas y ver cómo me salen. Sacaré fotos que irán en el libro”, cuenta entusiasmada.
El año que viene regresa a Paraguay para el Congreso Internacional de Latin American Studies Association (LASA) que se llevará a cabo en Asunción.
Un emotivo encuentro culinario
En su investigación sobre la gastronomía paraguaya, Bridget conoció el libro Tembi’u, de Josefina Velilla de Aquino. Durante su visita a Paraguay visitó a Etele Piacentini, colaboradora muy cercana de Josefina, y ella le obsequió una colección de recetas de la maestra cocinera.
Para Bridget, la cocina no tiene que ser tradicional para ser auténtica, pero las recetas sí tienen que ser auténticas para las personas que las usan. “Lo más grande que se puede resguardar de la cultura a través de la gastronomía es el laburo para alimentar a la familia. La cocina era algo que las mujeres hacían todos los días, un acto de amor para los suyos, algo íntimo”.
Su anécdota gastronómica favorita es el encuentro con Etele Piacentini. “Encontré su nombre en el diario católico La Comunidad y la busqué a ver si aún vivía; además de estar viva tenía muy ricos y vívidos los recuerdos de su tiempo con Josefina. Ella es un tesoro de la gastronomía paraguaya. Me emocioné mucho”. Etele le obsequió un libro autografiado por Chichita Velilla, a lo cual la historiadora se refirió como una pieza de patrimonio nacional. Bridget se llevó también unos documentos originales y manuscritos que serán guardados en un museo en la ciudad de Buffalo NYC.