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Según la teoría del macho guerrero formulada por un grupo de psicólogos evolucionistas, los hombres se trenzaron en encuentros violentos para asegurarse el acceso a los recursos y a las mujeres. Para aumentar su poder se aliaron y cuanto más poderosa era la unión, más posibilidades de vivir tenían sus componentes que transferían sus genes a las futuras generaciones que a su vez heredarían la predilección por la violencia, la formación de ejércitos y, le agrego yo, los clubes de fútbol, los partidos políticos (ANR, PLRA) y las bebidas gaseosas.
La ensayista norteamericana Bárbara Reinrech opina que la raíz del comportamiento bélico proviene del miedo de nuestros antepasados a los animales que eran depredadores más hábiles. Con la evolución, los humanos aprendieron a crear armas de guerra y celebraban su victoria sobre el mundo animal con brutales rituales de caza que, con el correr del tiempo. se convirtieron en enfrentamientos violentos contra otros humanos. Esto explicaría por qué hay personas que no sienten inclinación natural por la guerra, y por qué para convertirse en guerrero se requiere entrenamiento e iniciación.
Otra teoría sostiene que cuando surgen conflictos hay resultados bélicos de las acciones militares (halcones) y de diálogo y negociación (palomas). Suelen ganar los halcones porque la gente es propensa a creer en la ilusión de los más fuertes ganan y están más preparados para la guerra, aunque en realidad, las consecuencias de nuestras acciones son determinadas por factores diversos.
Thomas Maltus pensaba que los problemas sociales se deben a las fuerzas naturales, que la población del planeta crece más rápido de lo que se producen alimentos y que para equilibrar la situación la naturaleza crea hambrunas, enfermedades y guerras.
El etólogo austríaco Konrad Lorenz entiende que la agresión es un instinto que permite sobrevivir a humanos y animales. Sin embargo, en el caso de los humanos, las armas y la agresión aumentan no solo la capacidad de defensa, sino también los instintos de violencia.
La antropóloga Margaret Mead supone que la guerra no es una consecuencia inevitable de nuestra naturaleza humana, sino una invención social de la cual la humanidad puede deshacerse, olvidar. Si la guerra es una respuesta social a nuestro entorno, poner fin a las guerras también debería ser un acto social. Esta teoría de intención pacifista es ofrecida por una mujer quien propone la idea de que los seres humanos podemos olvidar el ethos masculino de la guerra. Porque la guerra es una épica masculina muy promocionada en toda la historia, en tanto que la épica femenina del parto, del dolor, de dar a luz vida, es una epopeya relegada de la mujer, no relatada en versos y leyendas, como sí es loada la guerra y sus cruentas batallas que siempre asolan la existencia con su exterminio, muerte y destrucción.