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Hay una burla a la bondad que está en línea con el pensamiento de los filósofos de la ilustración. El modismo intenta describir una aparente anomalía en el enfoque de la resolución de conflictos supuestamente motivada por un exceso de bondad en el análisis de cualquier situación. Así empleado, el buenismo sería una aplicación del criterio de “nada en exceso” del oráculo de Delfos. Aunque es improbable que los sabios atenienses se refirieran a esto cuando preconizaban la justa medida de las cosas.
El invento de la palabra buenismo y de su empleo descalificador, parece olvidar concepciones clásicas sobre la bondad que siempre fue una cualidad muy apreciada por la humanidad. En el siglo XVIII Jeremy Betham asimiló la bondad con la utilidad y dio origen a la teoría del utilitarismo, en tanto que Carlo Cipolla, en la primera mitad del siglo XX, entendió que la falta de esta utilidad (la producción del bien) era asimilable a la estupidez humana. Stuart Mill por su parte, prescribía el respeto de la opinión ajena en todos los casos, se diría entonces que incluido el de exceso de bondad en sus planteamientos.
En contraposición al buenismo aparece el malismo, que sostiene la creencia en la maldad natural del ser humano y su tendencia a la violencia como forma de resolver los problemas.
Con ansias de dominio extremo surgen malistas que endiosan o adoran a sicarios, mercenarios y líderes autoritarios como Trump y Bolsonaro, que rechazan la ciencia y la razón.
Los malistas elogian el mal, la maldad, apoyan los disturbios (el ataque al Capitolio, en enero del año 2021 en Washington D.C.), respaldan la agresividad, la violencia, la guerra, como una forma de cultura que va en contra de los buenos valores que velan y garantizan el bienestar de las otras personas en estado de vulnerabilidad.
Quienes utilizan la palabra buenismo como insulto suelen auto considerarse gente lúcida, despierta, pragmática, que sabe lo que conviene y no se deja llevar por los sentimientos.
Si el buenismo romantiza la pobreza, el malismo la criminaliza. El buenismo ve a la gente pobre como vulnerable, desamparada, objeto de injusticias, mientras el malismo también actúa desde sentimientos, pero adversos, para ver a las personas pobres como delincuentes, haraganes que eligen vivir en la indignidad.
Si el buenismo respeta el derecho de la diversidad sexual, el malismo lo condena y define como seres de mentalidad aberrante, enfermos y malvados. Tanto el buenismo como el malismo forman parte de esta sociedad decepcionada de la clase política por incumplir promesas, descartar proyectos y sostenerse en la más perversa y dañina corrupción. Lo sensato sería debatir las soluciones no con términos acuñados con vocación simplificadora, sino con argumentos y análisis de los argumentos contrarios.