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En el territorio de los humedales, los encuentros familiares son contados. Pequeños poblados rodeados de inmensos y profundos esteros mantienen inalterable un peculiar estilo de vida con mínimos cambios en siglos de existencia. Lejos de la modernidad, las familias viven en perfecta armonía con la naturaleza, compartiendo pequeñas islas con la fauna del lugar. Mientras los adultos mayores se aferran estoicos a estos aislados parajes, a los jóvenes no les queda otra opción que migrar a urbes distantes, en busca de oportunidades laborales.
Nunca es fácil el regreso, menos aún en tiempos de pandemia. Pero la necesidad de un abrazo materno hace posible en Navidad la casi mágica imagen de los cachiveos rompiendo la serenidad de los esteros. Acompañan el paso de las rudimentarias naves, como respetuosos espectadores, los habitantes privilegiados del pantanal; carpinchos, curiyúes y yacarés. Un coro de aves le pone sonido a la singular y larga travesía. A lo lejos ya se observa el viejo rancho familiar y al borde del estero, la inconfundible estampa de dos ancianos con unas enormes sonrisas dibujadas en sus rostros. Navidad de flor de camalote y de abrazos largamente postergados. Navidad en la inmensidad de los esteros del Ñeembucú.
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