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El creador de Jackaroe, Gilgamesh el Inmortal, Nippur de Lagash, Mi novia y yo, entre tantos otros, dejó este mundo que recorrió en sus cuatro esquinas. En el epílogo del domingo 17 de octubre pasó a vivir eternamente en el recuerdo y el corazón de quienes lo conocieron personalmente, o a través de sus fantásticos personajes, cada uno de ellos con parte del alma y el espíritu aventurero que lo caracterizó.
¿Quién no se emocionó, o no dejó volar su fantasía y se sintió un poco parte de esas aventuras que vivíamos leyendo las famosas “revistas” del cómic? Aquellas que intercambiábamos en el cine. Esas revistas de lustrosa portada y peculiar olor a papel y tinta.
El célebre escritor compatriota que nos regaló ese mundo lleno de aventuras falleció a los 77 años, en Encarnación, ciudad a la que amó entrañablemente, y donde, afirmaba en cada oportunidad, nació como escritor, guionista, y aventurero, que le llevó a recorrer el mundo.
El paraguayo más leído del mundo
Robin Wood es considerado el paraguayo más leído en el mundo, a través de sus historietas que se publicaron en al menos nueve idiomas. Tanta fama no hicieron mella en el alma de un hombre sencillo, caracterizado por la frugalidad en todos los aspectos de su vida. Espontáneo, ajeno al acartonamiento de la formalidad, más bien solitario, con un buen humor inclaudicable, a veces irónico, y con un profundo respeto al concepto de la amistad y, por sobre todo, una imaginación que le permitía volar por las estrellas sin por ello despegar los pies de la tierra.
Este fue Robin Wood, el paraguayo que se sentía orgulloso de su condición de paraguayo.
De Caazapá a recorrer el planeta
Robin nació en una pequeña compañía rural en el departamento de Caazapá, vecino a Itapúa, conocida como Compañía Cosme, el 24 de enero de 1944.
Hijo de inmigrantes australianos, el origen de su familia en Paraguay se remonta al año 1900, cuando sus abuelos, irlandeses inmigrantes en Australia, pertenecientes a un movimiento político socialista, por motivos políticos se vieron obligados a huir del país tras una huelga de esquiladores, y llegaron al inhóspito desierto verde de Caazapá.
Las condiciones económicas de la familia y la precariedad de medios en su pueblo natal le impidieron terminar la escuela primaria. Pero gracias a la bisabuela materna, Margarita Mclaud, aprendió el amor por la lectura y se zambulló en los relatos de historias, descripción de lugares, que fueron alimentando su imaginación.
Le faltó terminar la escuela, pero en su casa abundaban los libros, y su pasión por la lectura lo llevó a leer de todo. Yo leo y releo todo, poesía, historia, novelas de Corín Tellado a Shakespeare. A los 8 años leí a Hemingway, a Faulkner, a Simone de Beauvoir, había recordado en una entrevista.
A los 12 años Robin se mudó a Encarnación, su sueño era ser dibujante, y esperaba encontrar en la ciudad la oportunidad que por lejos no le ofrecía ese caserío en medio de la nada en que había nacido. Se fue a trabajar con un tío, que se dedicaba al transporte de madera extraída de los obrajes del Alto Paraná, como se llamaba a la zona noreste de Itapúa.
Mi tío me pidió que trabajara con él en el obreaje, necesitaba a alguien que supiera leer y escribir, comentó en un reportaje que le hicieron en el 2018, cuando la edición número 14 de la Libroferia Encarnación fue un homenaje que le brindaron en vida. Ese tiempo en los obrajes lo aprovechaba para leer en los tiempos que se dejaba la dura tarea de hachero.
Su entrañable amigo Rómulo Perina
Una persona que jugó un papel gravitante en la vida del futuro guionista fue don Rómulo Perina, un personaje singular, un intelectual que vivió muchos años exiliado en la ciudad de Posadas perseguido por la dictadura estronista, a quien conoció durante el tiempo que alternó su vida de obrajero con el de otras actividades mejores para sobrevivir a la pobreza.
Una anécdota que le gustaba recordar a Robin era cuando don Rómulo le informa que la Embajada francesa en Paraguay organizaba un concurso literario. Me instó a participar, y para mi sorpresa gané el concurso con un ensayo, Crónica de un regreso, que lo había escrito prácticamente “en joda”, sin darle importancia.
Perina sabía del sueño de Robin de convertirse en un gran dibujante. Me dijo tenés que ir a Buenos Aires, le pregunté cómo, y me dijo: “No sé, ahora prepará tus valijas, pero aquí no te quedás para ser un pinche en alguna oficina y unos analfabetos te mandoneen”, fue la sentencia de su amigo.
Me metió a un ómnibus y me mandó a Buenos Aires. No tenía dónde ir, me metí en una pensión desastrosa, y comencé a trabajar en una fábrica viviendo prácticamente en la miseria. Allí acude a la Escuela Panamericana de Arte, con el sueño de ser dibujante. Conoce a Luis “Lucho” Olivera, correntino, quien sería otro de los acontecimientos que marcarían el derrotero de su vida de creador.
En la escuela de arte se da cuenta de que el dibujo no es lo suyo. Un pedido de su compañero Olivera para que le describa unos dibujos que había realizado. De repente, esa obra aparece publicada en una revista de la Editorial Columba.
Otro punto de partida
Este fue el punto de inicio para una vida de aventuras, y el abandono por completo de las condiciones de necesidad y miseria económica en que se arrastraba.
El acceso a los recursos económicos le significó la posibilidad de cumplir el sueño que traía desde que su bisabuela le leía libros y le contaba historias: recorrer el mundo, viajar. Me compré una Lettera 22 y con ella recorrí el mundo, desde donde estaba escribía, recordaba el autor durante una de sus afables conversaciones con periodistas, en el 2017, cuando vino hasta Encarnación, lugar que eligió para recibir el Premio Internacional a la Creatividad, que le fue otorgado por la Organización Mundial de la Propiedad Intelectual (OMPI).
Así nacía su historia de creaciones, viajes por prácticamente todos los rincones del planeta, a medida que iba produciendo sus tiras y dando vida a nuevos personajes como Nippur de Lagash, Gilgamesh el Inmortal, Dennis Martin, Dago, Jackaroe, Pepe Sánchez, entre muchos otros.
Algunas de sus tiras las firmada con seudónimo, a pedido de la casa editora, para que no se repita tan seguido su nombre en el índice de autores, recordó en aquella oportunidad. Durante siete años recorrí toda Europa, siempre creando y publicando historietas con la editorial porteña Columba, recordó.
Robin se declaró siempre como una persona humilde, y agradecida con la vida, sostenía que su vida de aventuras era el resultado de perseguir sus sueños, y siempre alentaba a la gente a que se anime a perseguir sus sueños.
Su última aparición pública, antes de que la enfermedad se lo impidiera, fue en el 2018, en la Libroferia Encarnación, donde presentó su última novela, Anahí. En la oportunidad, como siempre le gustó y le alababa, estuvo rodeado de jóvenes que le expresaron su admiración y reconocimiento.
Nos dejó físicamente un gran hombre, un creativo, un sabio, pero quedó un universo de enseñanzas, que se mantendrán vivos a través de sus personajes. Muerto se volverá inmortal en sus personajes que tienen mucho de sí mismo.