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También es llamativa esa especie de vocación catástrofe característica de ciertas personas y grupos humanos, que convierten al mejor de los éxitos en el peor de los fracasos. Como el suicidio de Marylin Monroe cuando estaba en la cúspide de su carrera, lo mismo que Diego Maradona, quien tal vez recurrió a las drogas para aplacar las demandas de perseguidores interiores y exteriores, que insaciables exigían más y más triunfos. Es que el éxito tiene mucho de tantálico y las victorias demandan más victorias, que obligan, exigen y comprometen.
No olvidemos la envidia, ese fantasma incoloro que ronda a los afortunados. A nadie le agrada exponerse a la malignidad de los demás, a la crítica que todo éxito suscita. Por eso quizá ciertos ganadores prefieren cultivar un bajo perfil, a cubierto de los celos del prójimo, sin alardes mayores ni la ostentación exagerada en la que suelen caer algunos nuevos ricos, especialmente los de la clase política. Bueno es también recordar que cuanto más alto es el ascenso, más estrepitosa suele ser la caída. Ocurre a quienes se le suben los humos y se marean con el triunfo, o se dejan embriagar por el vértigo de la cima y sus engañosos efluvios de supuesta omnipotencia. Sic transit gloria mundi (así pasa la gloria del mundo), son palabras que recuerdan la brevedad de la vida y la fragilidad del poderío humano, que están dirigidas al Sumo Pontífice en el momento de su consagración.
Éxito proviene de exire que significa ir y en sus orígenes significó salida, igual que exit en inglés. La palabra fracaso, en cambio, está emparentada con el francés casser (romper) y hasta no hace mucho se aplicaba a los barcos que se estrellaban contra las rocas; en el caso de una nave, fracasar significaba naufragar.
Claro que se hace difícil ignorar el manual del éxito que la sociedad impone y cuesta elaborar un manual autónomo, con nuestras propias recetas y a nuestra propia medida.
No es de extrañar que el éxito nos convoque como el sol a las plantas. Renunciar a esa atracción equivale a renegar de nuestra condición de agentes de transformación, de criaturas creadoras. La sensata búsqueda de realizaciones en las que se pueda descollar, los premios, los ascensos, el reconocimiento de nuestros semejantes forman parte de la lucha por la vida. Se trata de empeñar los mejores esfuerzos, sin hacer trampas ni herir a los demás, sin patear cadáveres ni medir el éxito propio en base al fracaso ajeno, ni considerar el logro personal como una guerra en la que todo está permitido.
Vencer los obstáculos y afrontar con inteligencia ética los conflictos son gajes del oficio de vivir. Si el aire no le opusiera resistencia, la paloma no podría volar.