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Lo francés desdeña la modestia. La Revolución de 1789 cambió el mundo, pero no mucho a Francia. Trajo la República, la libertad de los esclavos, la eliminación del feudalismo, por una década. Para 1804, el republicano cónsul Napoleón se autocoronó Emperador y encôre los duques, condes y mariscales. La decana abolicionista fue la única que restauró la esclavitud y esta duró hasta que otra revolución, más modesta, la de “los banquetes” de 1848, eliminó esa lacra. Ahí se creó la tradición de las “cenas de trabajo”. Estaban prohibidas las reuniones políticas, pero no los banquetes prepagos.
Napoleón I se creyó jefe de Gobierno universal y nombró a sus generales y hasta a unos hermanos como reyes de Estados soberanos. De todos ellos, el único que sobrevivió en el trono de Suecia fue el general Jean Baptiste Bernardotte, que dejó de lado su francesidad, aprendió el idioma y las costumbres y la Casa Real sueca de hoy está compuesta de sus descendientes. Bernardotte, que adoptó el nombre de Carlos Juan XIII, fue elegido por los mismos suecos, quienes lo apreciaban por su buen trato de los prisioneros. Pero de no haber sido general de Napoleón, jamás le hubieran ofrecido la corona.
La Toma de la Bastilla también envalentonó a los instigadores philosophes, con sus ideas de racionalismo. El hecho tenía que cambiar todo, hasta el calendario. Tercerizaron con unos científicos elaborar la medición lógica del paso del tiempo. Así surgió el Calendario Republicano, que en vez de semanas tenía tres divisiones decimales en un mes de 30 días. El año comenzaba en el otoño, que es cuando la gente se pone a trabajar en serio. Los nombres de los meses y los días eran descriptivos. El Vendimiario marcaba el Año Nuevo cada 22 de septiembre, y estaba dedicado a la manzana. Octubre era Brumario. El año 1 fue 1792. El invierno se dividía en tres meses, Nivoso, Pluvioso y Ventoso. Como había que ser ingeniero con regla de cálculo para saber en qué mes y día estábamos, el propio Napoleón lo rescindió, y vuelta al Gregoriano.
La Revolución de 1789 también eliminó el cuerpo humano como patrón de medida. Nada de pulgadas, cabezas, pies o brazos. Se utilizó el sistema decimal para los kilos y los litros. Y fue aceptado. En menos de un siglo, se hizo universal, excepto en Inglaterra y su exprovincia, esa república independizada con la ayuda militar del francés Marques de Lafayette, quien no era republicano, pero sí antibritánico.
Un país único
De todos los colonizadores de América, Francia fue el que mejor trato dio a los indígenas. No buscaron matarlos, hacerlos trabajar gratis, convertirlos a su religión o tomar de amantes a sus mujeres. Se limitaron a comprarles pieles para abrigos. Y pagaban bien.
Francia también fue el último país en invadir y ocupar Inglaterra, en 1066. Los normandos eran vikingos que vivían en Normandía, parte de Francia, y que hablaban francés, idioma que fue el cotidiano de Inglaterra por tres siglos, y en sus tribunales, por dos más, y en las cartas del menú de los restaurantes casi hasta hoy. Lo primero que hizo el comandante fue alterar su nombre, Guillermo, el Bastardo, pasó a ser El Conquistador.
Conocida París como la ciudad del amor, no fue sorpresa que la carrera de amante favorita del Rey tuviera amplia repercusión. Algunas de ellas trascendieron, por sus modales, su inteligencia, su mecenazgo de la cultura y su buen gusto arquitectónico. Estadísticamente, el cargo no era vitalicio. La agraciada tenía como diez años en promedio para conseguir empleo a sus parientes y construirse un castillo digno del rey que servían. Diana de Poitiers se quedó con el mejor castillo del Loira, el Chenonceau. Y Madame Pompadour rediseñó nada menos que el Elíseo, vivienda oficial del republicano Presidente francés.
Francia también tuvo la única residencia papal fuera de Roma por casi 70 años, hasta 1377. El Palacio Papal estaba en el puerto de Aviñon, en la Provenza, con tanta mala suerte que la peste negra ocurrió durante ese lapso. No faltó quien dijera que la bubónica fue castigo divino por haber repudiado El Vaticano. Un resultado no buscado por bienvenido fue la gran mejora de la calidad de los vinos de la región, Côtes-du-Rhõne, incluido el Chãteaunef-du-Pape.
¿Cuál fue el país que tuvo una santa adolescente en el Estado Mayor de su Ejército? Exacto. Juana de Arco, a los 19, puso fin a la Guerra de los Cien Años y expulsó a los ingleses del continente. El modus operandi fue poner en práctica la estrategia que Dios le dictaba. Como el resultado militar era decisivo, le creyeron el relato.
Inglaterra todavía no era protestante, pero en el cielo ya sabían que pronto lo sería. Al partir, los ingleses tomaron prisionera a Juana, la juzgaron por herejía y terminó en la hoguera, el 30 de mayo de 1431. Napoleón la hizo paladín de Francia cuatro siglos después y El Vaticano la canonizó en 1920.
La política
Carlomagno inauguró la costumbre de que si el Papa te corona, nadie cuestiona. Fue en la Misa de Navidad del 800. Al Emperador los alemanes lo consideran germano y Francia, uno de los suyos. Carlomagno era franco, tribu germánica de la que surgió el término francés. Los alemanes a veces se hacen zancadillas, ya que para ellos Francia sigue siendo el Imperio de los francos (Frankreich), aunque no tengan soberanía sobre Francoforte (Frankfurt), en el Rhin. Como con Martínez de Irala, se dice que toda la población europea proviene de las hijas de Carlomagno.
Luis XIII tenía una madre un poco mandona, María de Medici, regente mientras él fue menor de edad y también, de hecho, al dejar de serlo. Para gobernar por su cuenta, la tuvo que desterrar. María se hizo asesorar por el obispo Richelieu, que en realidad era un militar que heredó la cátedra sin ser sacerdote. El cargo de obispo tenía canonjías, sueldo, propiedades y poder. Después se volvió cardenal. A pesar de que el Rey lo detestaba, era tan buen diplomático que lo hizo Primer Ministro.
Todo el mundo pensó que el cardenal Richelieu se aliaría al Papa en las guerras religiosas contra los protestantes. Pero Francia temía más a los católicos de España y de Viena. Al final de cuentas, Juan Calvino era francés. Ergo, el cardenal apoyó a los protestantes calvinistas hugonotes. Se justificó actualizando la doctrina de Maquiavelo, “el Arte de Estado”, pero la bautizó “Razón de Estado” y desde entonces, cada vez que un gobernante hace algo inicuo, se escuda en Richelieu. El cardenal tenía una inmensa fortuna y, al morir, su testamente legó un castillo para sus queridos gatos y fondos para la manutención. La católica guardia suiza luego de una refriega masacró a los michis.
No podemos obviar que cada vez que acusamos a un izquierdoso irredento o a un reaccionario derechista, estamos reviviendo la composición física de la Asamblea Nacional de 1790, donde la derecha nobiliaria estaba a la ídem del Presidente, como el buen ladrón de Cristo. A la izquierda estaban los mal ladrones, y en el centro, los indecisos.
Los franceses de Napoleón III, en 1862, exageraron un tanto con sus deudores mexicanos en desfalco. Benito Juárez había decretado una moratoria en los pagos por dos años. Francia, Alemania, Inglaterra y España acordaron enviar una expedición punitiva. Pero Francia aprovechó para desafiar a la Doctrina Monroe ocupando México e imponiéndole un Emperador de la Casa de Austria, Maximiliano, quien hizo su entrada triunfal el 12 de mayo de 1864.
Los descendientes de Monroe estaban ocupados matándose en una Guerra Civil. Pero Juárez no era afgano, EE.UU. podría ayudar, pero la tarea de oponerse a la monarquía era suya y de su general estrella, Porfirio Díaz. Ni bien terminó la Guerra Civil en abril de 1865, el Ejército francés emprendió la retirada.
En menos de dos años, Porfirio Díaz lideró la carga contra el último bastión imperial en Querétaro. Obtuvo una victoria resonante y para el 19 de junio de 1867, el Habsburgo fue fusilado junto a sus leales generales, Miguel Miramón y el indígena Tomás Mejía. Curiosamente, Porfirio Díaz tomó el poder una década más tarde y gobernó con mano de hierro, afrancesando la arquitectura de México, ayudado por su ministro de esa etnia, José Ives Limantour.
El siglo XX
Todo iba cuesta abajo para Francia como potencia mundial. Su fuerza militar no era impresionante. El costo de la Primera Guerra fue doloroso. Tan solo en la batalla de Verdún, con victoria francesa, murieron 400.000 combatientes de cada lado. Con miopía, el Tratado de Versalles de 1919 impuso condiciones humillantes a Alemania y dejaron llano el camino a la revancha germana.
Creyéndose protegidos por las fortificaciones de la Línea de Maginot y cañones de largo alcance en la frontera alemana, ni sospecharon que los Panzer de la Blitzkrieg podían usar la puerta trasera de los países vecinos. Para junio de 1940, la esvástica flameaba en la Torre de Eiffel, casi sin resistencia. Francia estaba aniquilada, aparentemente.
Pero cuando falta poder de fuego, la última trinchera es la cultura. Los agresivos y arrogantes nazis quedaron deslumbrados por París. Siempre habían sentido complejo de inferioridad ante la literatura y las artes plásticas francesas. En música se creían destacados, pero nada igualaba al savoir vivre francés. Los vencedores no buscaban imponerse, sino apenas disfrutar de las delicias que París y toda Francia ofrecían.
El humor local enseguida explotó. Como el balneario de Vichy se volvió capital de la Francia derrotada, la expresión que circulaba sobre Hitler fue genial, Veni, Vidi, Vichy. Un diálogo anotó que el alemán expresó: “Ud. parece demasiado animado para alguien que fue conquistado”, a lo que el interlocutor francés respondió, “y Ud. parece demasiado abatido para ser el conquistador”. No era guerra cuando los militares podían asistir a la ópera, el teatro, el cine, luego cenar en los mejores restaurantes parisinos. Esa admiración les hizo hasta dejar de lado algo de su antisemitismo, donde tenían coincidencias con ciertos franceses.
El ejemplo vino de arriba. El provinciano Führer, no convencido de haber igualado a Julio César, quedó hechizado al visitar su conquista, asumiendo el papel de estudiante de arquitectura que se sabía todos los recovecos del Palacio de la Opera. Con algo de celos, su arquitecto Albert Speer anotó: “Él parecía fascinado por la Opera de París, extasiado con su belleza. Sus ojos brillaban con un entusiasmo perturbador”.
Y como un turista más en las calles desiertas, pidió ver Les Invalides y la tumba de Napoleón, la Catedral de Notre Dame, la Torre Eiffel y el Arco del Triunfo. Tan encandilado estuvo que ni se animó a dar la orden para incautar obras de arte clásicas, expuestas en los museos. Cuando variaron los vientos y ordenó al general Dietrich von Choltitz no dejar piedra sobre piedra al final de la guerra, ya era tarde, pues París estaba más cerca de la liberación que de la destrucción.
París 1968
Definitivamente lanzada a la trastienda, Francia se negaba a ser segundo de nadie. El presidente Charles De Gaulle, en 1963, vetó la entrada de la Gran Bretaña a la Comunidad Económica Europea y terminó de convertir a Francia en potencia nuclear, mientras el mundo observaba la revolución hippie, la Guerra de Vietnam y la lírica rebelde del rock and roll.
La rebelión juvenil hizo eclosión en mayo de 1968, cuando una improbable alianza de obreros y estudiantes puso en jaque al bonapartista De Gaulle. Con expresiones electrizantes como “Prohibido prohibir” o “Sospecho que Dios es un intelectual de izquierda” y la fulminante, “Seamos realistas, pidamos lo imposible”, la atención mundial se centró de nuevo en París.
La alianza obrero-estudiantil fue frágil. Los obreros querían llegar a consumidores burgueses, mientras que los estudiantes querían dinamitar la burguesía. Pero esta explosión de rebeldía juvenil cambió todo. Fue el inicio del posmodernismo, de la sacralización de la insolencia, la transgresión y el rechazo a las formas. Una vez más, el gran cambio cultural, como los bebés en cigüeña, vino de París. Y no fue para bien.
La última gran victoria francesa fue el Acuerdo Global contra el Cambio Climático de 2015. Luego de infructuosas reuniones en varias capitales desde Copenhague a Lima, la COP Ambiental de París no podía fracasar. A pesar de un atentado terrorista en las vísperas, Francia desplegó su prestigio y su savoir faire. Ayudados por sus eximios diplomáticos, la reunión fue un éxito y consiguió la adhesión de 194 países con la sola abstención de Nicaragua. ¿Cómo lo hicieron? A la francesa, poniendo su gastronomía al alcance de todos los delegados y exhibiéndose como agradables anfitriones. En las contribuciones francesas a la cultura universal, cuanto más cambian las cosas, más permanecen iguales.