El boom del tatakua y el kambuchi rendy

La artesanía también busca evolucionar para sobrevivir y adaptarse a las nuevas necesidades. Ahora, de los cántaros ya no solo surge el agua fresca que se bebe en los hogares campesinos. Permanecen en la ciudad con lenguas de fuego para preparar un rico mbeju o brindar su abrigo en invierno.

Kambuchi
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En la “Ciudad del cántaro y la miel” nació una asociación de mujeres que con sus manos y pies dan forma a una tradición, que antes de correr riesgo de perderse, busca consolidarse. El legado del barro se trabaja de generación en generación y en los últimos años se está posicionando en lo más alto de la artesanía local.

El Colectivo de Mujeres Alfareras Nativas de la compañía Caaguazú, de la ciudad de Itá, es un ejemplo de trabajo comunitario. “Cuando estoy aquí trabajando puedo quedarme tranquila, pues sé que mis hijos están bien cuidados por la familia de la compañera”, relata una de las asociadas.

Constituida en el año 2002, el gremio femenino lo conforman hoy de 11 familias –con la participación de hijas, tías, primas, abuelas– y funciona con una armónica distribución del trabajo. Una persona se dedica a los cántaros, otra a los platos, etcétera, dependiendo de los encargos. “A veces tenemos pedidos de muchos cántaros, entonces la abuela, la tía y quienes lo saben hacer participan en la elaboración”, cuenta Vicenta Rodríguez, actual presidenta de la Asociación.

También se especializan en una labor en particular; hay una lustradora, amasadora, entre otras. Kambuchi Apo es el nombre del proyecto y con esa marca activan en redes sociales, un mundo nuevo para ellas, pero que les trajo mayor visibilidad. Ofrecen sus productos en su Escuela Taller en Itá y una o dos veces al mes en la Plaza Italia de Asunción, en la feria de La Red Agroecológica. Comentan que reciben varios pedidos en Instagram, que luego son retirados de la feria los sábados.

Celeste Escobar, una de las alfareras de Kambuchi Apo, se desempeña como la community manager del grupo, cuenta entre risas; es quien se encarga de recepcionar los pedidos, subir fotos a las redes y, además, elaborar las piezas.

Una técnica de antaño

Todo comienza con una ida al estero para extraer la arcilla. Luego la ponen en una pileta especial en la que se riega y palea; de ladrillo se hace polvo en un gran mortero y se mezcla luego con la arcilla. El proceso sigue con un amasado que realizan con los pies, una tarea de Romina Pereira, quien hace cinco años se dedica de lleno a la alfarería, aunque ya desde pequeña tuvo contacto con este mundo, pues su madre era alfarera.

Posteriormente preparan el plato, esperan que se seque –a punto cuero, unos 45 minutos al sol–, y luego dependerá de si desean mantener el color negro del lodo, el natural propio de la quema, o bien un color terroso. Estas serían las tres variantes tradicionales, y las únicas que esta comunidad utiliza.

Las artesanas explican que el color crudo es el resultado natural de la cocción sin embargo, para la obtención del negro utilizan la técnica del ahumado, mediante hojas de mango.

Para el rojo se valen de la tierra colorada amasada hasta obtener el espesor de una pintura, con la que dan color a los objetos. Una vez seca se pasa al bruñido –pulido de las piezas–, secado y luego la cocción en el horno, que es encendido aproximadamente dos o tres veces a la semana. El proceso completo, dependiendo del objeto que sea, puede llevar de unos días a dos o tres semanas.

Toda la línea de producción es realizada íntegramente por la comunidad, desde la extracción de la materia prima hasta la comercialización final, cara a cara con el cliente, sin depender de intermediarios y “sin estar a merced del regateo”, explican.

Las alfareras comentan que esta es una artesanía autóctona, cerámica tee. No utilizan torno, hacen todo a mano.

El cántaro brasero

En este taller se realizan variados objetos utilitarios como cántaros, cantarillas, bandejas, platos, sartenes, pavas, asaderas, platos, entre otros. Pero, sin duda, lo más solicitado del momento es el cántaro brasero, kambuchi rendy, y no se queda atrás el tatakua.

Las mujeres comentan que hace como tres años hicieron el tatakua portátil para una exposición de chipa piru en Pirayú, y desde ahí no pararon. Se utiliza generalmente para cocinar sopa, chipa, chipa guasu, pizza, entre otras delicias. También realizan las asaderas de tamaños especiales para el tatakua.

El cántaro brasero ya tiene más años. Vicenta comenta que aprendió de su abuela el arte de la alfarería y, sabiendo cómo hacer un cántaro –que hoy ya no se usa para su objetivo inicial, cual era conservar fría el agua–, decidió variar un poco la forma y nació así su cántaro brasero. Este sirve para cocinar o calentar algo encima de él, como mbeju, cualquier preparación en olla o sartén, pavas, etcétera. Además, en días fríos es ideal para calentar el ambiente.

A carbón o leña, ambas opciones son prácticas y a la vez decorativas.

Una cuestión de familia

Casi todas coinciden en que la alfarería estuvo en sus vidas desde hace mucho; mamá o abuela se dedicaban a este oficio y pasaron estos conocimientos a las generaciones siguientes, tarea que esta comunidad piensa continuar.

“Nosotros nos criamos con esta artesanía y gracias a esto yo pude criar a mis cuatro hijos”, expresa Vicenta, quien piensa continuar con esta tarea todo lo que pueda y sueña con que este testimonio cultural no se termine, ya que su ciudad se conoce como “Del cántaro y la miel”. Le encantaría que los jóvenes aprendan a hacer y valorar más este rubro, para que la tradición no se pierda.

Hijas e hijos de las artesanas también colaboran, por lo que dicen que “la más joven de las alfareras” es probablemente una niña de 12 años y, la mayor es doña Dionisia, de más de 80 años. Ella sigue colaborando con el lustrado.

María Helena Vielma Riquelme se dedica más que nada al bruñido, aprendió a hacer el engobe y el esgrafiado, y su especialidad son las bandejas. Es una de las más nuevas; comenta que hace tan solo un año se dedica al oficio, el cual conoció por medio de doña Vicenta, ya que es nuera de la misma. Por su parte, Isidora Pereira de Vielma ya hace como 30 años que es alfarera y aprendió de su madre. Cuenta que hace cántaros, cantarillas, o lo que se tenga que hacer.

“Este es un arte comunitario”, explica Celeste, quien añade que a menudo les consultan por qué no firman los trabajos, ante lo que ellas alegan que todas se ayudan; una pieza pasa por las manos de todas, a veces inclusive de los hijos y hasta los esposos.

Cuando alguna está enferma, o en situación precaria, ven siempre la forma de ayudar a la compañera, como una gran familia.

Tradición, comunidad y creatividad abundan en Itá, un ejemplo de que trabajar en equipo trae sus buenos frutos.

Vocabulario alfarero

Ñai’u˜ es arcilla negra, es como se dice en la comunidad entre las mujeres alfareras.

Ñai’u˜po es trabajar la arcilla o el quehacer con la arcilla.

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Fotos: ABC Color/Silvio Rojas.

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