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Ángeles Paniagua es una apasionada docente que, a pesar de su juventud, lleva varios años en el mundo de la artesanía y se gana la vida impartiendo clases grupales de confección de uno de nuestros tejidos por excelencia: el ñandutí.
Como a tantas otras personas, la situación generada por el coronavirus la tomó por sorpresa y vio su actividad completamente parada por un mes. No solo ella se lamentaba, también sus entusiastas alumnas expresaron su tristeza por no poder continuar con una actividad que además puede resultar muy relajante y entretenida para un momento de encierro como este.
Había que adaptar la disciplina al modo covid de vivir. Ya no había posibilidad de clases presenciales. La pandemia puso a prueba su creatividad y empezó a planificar lo que hoy es su modo de trabajo: clases de ñandutí online. Esto supuso un cambio radical, ya que no estaría al lado de cada alumna para mostrarles un paso a paso ni ellas tendrían a su alcance los materiales que Ángeles siempre provee en clases.
La mayoría de sus estudiantes se prendió a lo que parecía ser una aventura. Los materiales fueron enviados por delivery a distintos puntos del país y, con material en mano, la nueva modalidad comenzó. Cuenta que, inclusive, se toma el trabajo de seleccionar virtualmente los colores que desea cada alumna para sus trabajos, por lo que los kits entregados son todos personalizados.
Adaptó también los tiempos, puesto que la concentración que se tiene en línea es diferente a la forma presencial. Hoy provee más sesiones, pero de solo dos horas semanales para que resulte agradable y práctico. La respuesta que obtuvo fue sumamente positiva y, hoy en día, también extendió las lecciones a grupos de principiantes.
Breve historia
El ñandutí es una de nuestras artesanías más representativas y tiene su origen en el bordado de Tenerife, España. Con la poscolonización este arte se fue asentando en diferentes países de América, teniendo en cada lugar sus adaptaciones locales, siendo los más llamativos hasta hoy el Ñandutí y los Soles de Maracaibo, Venezuela.
En el Paraguay se cambió el proceso, la metodología para realizar esta labor, a través del uso del bastidor cuadrado, muy diferente de las maderas circulares con clavos que utiliza el original. Con el tiempo se fueron creando diferentes puntos autóctonos inspirados en la fauna y flora regional, al tiempo que comenzó a conocerse con el nombre de ñandutí o tela de araña. El entorno rural de las tejedoras dio nombre a los puntos, como takuru, tatakua, buey pypore, flor de mburucuyá, entre muchos otros. Otro cambio introducido localmente fue el uso de colores, completamente diferentes al blanco puro que utilizaba el de Tenerife, puesto que este tenía un fin más bien religioso (mantillas para nichos, retablos).
“En síntesis, aquí la urdimbre es la aculturación y la trama, lo autóctono. El ñandutí es, por tanto, un producto cultural mestizo como toda la cultura rural del Paraguay”, define Gustavo González en su libro El Ñandutí, Cuadernos de Divulgación, Museo de Arte Contemporáneo, Asunción, 1983.
Puntos y usos
El Arasape –flores y pimpollos del guayabo– es uno de los puntos o diseños más adaptables a diferentes moldes o patrones, a diferencia de los puntos Flor del jazmín, el Cañoto, Pensamiento, entre otros, que generalmente se hacen solo en cuadrados o en círculos, comenta la docente.
Actualmente, el proceso de adaptación a nuevas plataformas que tiene el ñandutí es bastante variado. Es un tejido muy versátil y se ve en ropas, termos, guampas, cajas, cuadros decorativos, centros de mesa, abanicos, entre otros. “Su uso como aplique es infinito”, acota.
Nacimiento de Ymaguare
A sus once años, Ángeles asistía a una escuela subvencionada en diferentes talleres y capacitaciones brindados por una fundación. Allí tuvo un contacto profundo con este arte y al año ya se desempeñaba como monitora, ayudaba a sus maestras mostrando este bordado a sus propias compañeras.
A los 16 conoció a Lola, quien la llevó a trabajar en su emprendimiento Los pecados de Lola, en Areguá, donde adquirió mucha experiencia en el rubro de las artesanías.
Al comenzar la universidad se vio forzada a mudarse a Asunción y decidió volcarse a la enseñanza de una manera más formal, después de haberlo hecho en un principio solo con sus amigas. Hoy tiene un taller formado con el nombre de Ymaguare y es su actividad principal.
Actualidad del taller
Con Ymaguare sin funcionar no podría cubrir un sinfín de responsabilidades, entre ellas, el salario de quienes trabajan con ella para preparar las telas y bastidores.
“Fue todo un desafío, porque es la primera vez que lo hago, pero es fantástico porque tampoco las alumnas habían participado antes en algo así y se adaptaron”, relata.
Con mucha satisfacción, la profesora cuenta que hoy tiene el gusto de impartir clases online, de lunes a sábados, de mañana, tarde y noche. “Me siento muy bendecida porque mi rubro es adaptable a esta nueva forma de vivir”, expresa.
Recomienda una edad mínima de 12 años para comenzar con el ñandutí y comenta que no hay límite de edad para aprender. Con mucho cariño recuerda a Nala, una alumna que empezó a estudiar a sus 86 años, todo un ejemplo.
“Lo genial de todo esto es que cada vez hay más gente joven interesada en esta artesanía, lo que me hace creer que esta tradición no va a morir. Además, estudiar ñandutí hace que uno aprenda a valorarlo, comprenderlo de otra manera, ya sea a la hora de comprar, vender o admirar”, concluye.
Perder el miedo a la tecnología es clave a la hora de aprender. La distancia ya no es una excusa y Ymaguare es un ejemplo de que hasta lo más tradicional puede encontrar nuevas configuraciones para seguir expandiéndose.
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Ymaguare – taller de ñandutí
@ymaguaretallerdenanduti
Fotos: ABC Color/Arcenio Acuña/Gentileza.