Un paraguayo en lo alto del Aconcagua

El 2020 marcó la tercera gran escalada con cumbre del paraguayo Bruno Resck. Esta vez, el Aconcagua le permitió ver el mundo desde su cima. Fue un desafío difícil que incluyó sortear los inicios del covid-19 en la Argentina: “Sufrí, pero volví más entrenado en amar la vida”.

Un paraguayo en lo alto del Aconcagua
Un paraguayo en lo alto del Aconcaguagentileza

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A sus 38 años, Bruno Resck tiene tres importantes logros como montañista internacional: base del Everest (Asia, 5.500 metros), Kilimanjaro (África, 5.895 metros) y su última conquista, la cima del Aconcagua (América, 6.962 metros).

Polifacético, su vida normal transcurre entre su trabajo como ingeniero electrónico y magíster en administración de empresa, su lado artístico encontró cauce en la fotografía y hace unos años despertó en él una nueva pasión: la montaña.

Bruno partió de Asunción a Mendoza, el 1 de febrero pasado. Ya en Argentina escuchaba hablar del coronavirus, mientras acá en Paraguay aún nos preocupaba más el dengue. En óptimas condiciones físicas se lanzó a conquistar una tercera gran montaña: “No niego que al ver gente con tapabocas en los aeropuertos argentinos llegué a pensar que me podía contagiar, pero aparté esos pensamientos de mi mente”.

Los miedos son también compañeros de viaje, sobre todo cuando se acepta un enorme desafío.

Hacia el objetivo

En Mendoza conoció a quienes serían sus cuatro compañeros de ruta (tres europeos y un estadounidense) y a sus experimentados guías argentinos, Chacho y Víctor. Previo chequeo de equipo, se pusieron en marcha.

Para llegar a la cumbre del Aconcagua, existen dos rutas principales, la normal, más corta y con mayores comodidades, y la ruta 360º Polacos, más larga y con mayores dificultades: “Sonaba más interesante esta última y por eso la elegí; sabía que el clima jugaba un factor fundamental, al punto que puede ser el ‘culpable’ del éxito o no de tu expedición”, comenta.

Los primeros días todo fue muy ameno, trabajaron en equipo, cada uno con su mochila, en ella había comida y lo básico para usar, mientras el resto lo transportaban mulas guiadas por un gaucho local.

Como nunca antes, la montaña estaba seca, sin nieve. Aun sin ascender pasaron por la zona de camping, donde ya se sentía el viento. Al cuarto día comenzó el ascenso intenso hasta el campamento base, donde el grupo durmió en un domo (casa circular). Después de este relax había que seguir cargando ya sus mochilas, “en mi caso llegué a cargar 17 kilos en el peor de los días”.

Luego de recuperar fuerzas en el campamento base, donde tuvieron señal para comunicarse con familiares, se inició lo más duro de la travesía: “El trayecto hasta la base había sido exigente y comencé a dudar de mi resistencia, porque lo que venía no sería poco, aparte del peso de la mochila, la inclinación y el suelo muy resbaladizo. El esfuerzo y sufrimiento era mucho, mental y físico”.

Contra todo pronóstico

El pronóstico del tiempo marcaba exceso de viento, así que llegar a la cumbre también se postergaba más días. “De ahí en adelante tuvimos viento de hasta 50 km/h y más intenso por las noches. Estábamos todos muy cansados, ya iban 13 días de montaña, casi todos en escalada, durmiendo en carpas y comiendo sentados en piedras, sin wifi, y con la noticia de que una escaladora rusa había fallecido después de hacer cumbre, cuando venía bajando”.

La presión en la montaña no es una simple decisión por estar bien, es poner la vida entera. A más de la trágica historia sobre la escaladora rusa, se cruzaron con otros grupos que no habían logrado hacer cumbre. La cabeza de Bruno empezó a funcionar contra su deseo, “de haber sido uno de los más fuertes en el Kilimanjaro, en esta tenía dudas del éxito y pensaba que iba a volver a Paraguay con un fracaso”.

El tiempo empeoró antes de abandonar el campamento 2 y ponerse en marcha para el 3, que es el previo a la cumbre: “Teníamos viento a 80 km/h más tormenta de nieve, volaron dos carpas, equipos (una bota de Bruno), el domo comedor se inundó. El grupo quedó varado”. El fracaso asomaba seguro: “Viento mortal, silencio, los guías no hablaban de salir ni de ascenso ni descenso. Sin embargo, finalmente a la madrugada, nos empezaron a llamar, nos equipamos y salimos todos, menos uno, el colega italiano se sintió mal y desistió”.

Difícil travesía

En marcha nocturna, seguía el viento helado, linternas encendidas, full equipo de abrigo. Dos horas de caminata. En el primer descanso, Bruno empezó a desanimarse y, a pesar de tener todo el equipo pertinente, sentía los dedos de los pies y las manos semicongelados: “Me sentía tan congelado que ni siquiera pude admirar un amanecer bellísimo. Poco después me separé del grupo, ellos estaban más preparados, y yo me quedé con Víctor”. Pasadas unas horas, llegó el sol tan deseado, pero poco duró la alegría de Bruno porque entraban en la zona llamada “la travesía”, un pasillo donde no llegaba el sol del amanecer y, como durante todo el viaje, el viento no perdonaba.

“Luego, llegamos a lo que se conoce como ‘la cueva’, sol intenso, descanso de la mochila, un poco de líquido, apenas podía comer algo aparte de unas golosinas”. De la cueva a la cumbre es el último y gran reto, son 600 metros de escalada elevada, entre piedras. Pensando en todo lo que había sufrido, nació en Bruno una energía inesperada y se dijo: “Ya llegué hasta acá, cueste lo que cueste hago cumbre”.

Paso a paso se fue acercando. El reloj marcaba las 15:00 y este paraguayo llegaba a la cumbre más alta de América, 6.962 metros de altura tras 16 días de escalada. “Mis compañeros ya empezaban a descender, quedé a solas y se me cayeron unas lágrimas. Estuve un momento disfrutando de aquella majestuosidad”. La bajada fue exitosa y, por fin, un Bruno algo lastimado (la rodilla, el estómago) pudo escribir con orgullo en su memoria: Misión lograda, una cumbre más.

Amor e intensa felicidad

El grupo del Aconcagua se autodenominó The Best Group Ever y sigue comunicándose por WhatsApp. Todos en sus respectivos países alivianan la cuarentena charlando de lo que vivieron y de una nueva conquista cuando pase la pandemia. “Mi momento más especial fue llegar a la cumbre, no se puede poner en palabras lo que uno siente. Después de la primera emoción, pensé en cuánto quería abrazar a una personita especial”.

Para Bruno, el valor de la vida es inconmensurable, tanto cuando uno elige una aventura muy riesgosa, como frente a la epidemia que afrontamos hoy. “La diferencia es que cuando uno asume una aventura es responsable de su vida, mientras que en una pandemia, cuidarte implica también cuidar la vida de las personas que amás. Hablando de amar, ya no veo la hora de poder ir a abrazar a mis padres”.

Además de la meta cumplida, Bruno dice que esta experiencia lo afianza más en su creencia de que si realmente querés, podés lograr cualquier cosa que te propongas. De la naturaleza en estado puro aprendió mucho respeto, “cuando te dice que no, quedate y esperá, y cuando te bendice, abrazala porque eso no sucede todos los días”.

lperalta@abc.com.py

Fotos: ABC Color/Silvio Rojas/Gentileza.

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