Cargando...
El 22 de octubre de 1772, el teniente de Caballería Juan José Sánchez cambió con el comerciante peninsular Antonio Martínez Sáenz dos fracciones de terreno en el barrio De la Encarnación de Asunción por 50 arrobas de yerba y diversos géneros, tanto de castilla como de la tierra. Las 50 arrobas de yerba estaban valuadas en 100 pesos y en 300 lo demás, en tanto que las dos fracciones permutadas eran un lance de casa de teja arruinada de 4 ¾ varas de frente, y medio lance vacío de 4 varas de frente.
Impropias para construir por su reducido frente (una vara equivale a 0,866 metros), para peor tenían en medio otra finca, la de las tías de Sánchez. Martínez ofreció comprarla, pero Catalina y María Josefa Sánchez no quisieron vendérsela. Recurrió entonces al gobernador, amparado en el Bando del 15 de diciembre de 1775.
Ese Bando, con el fin de hermosear la ciudad y de corregir su deformidad, permitía adjudicar, a quien lo solicitara, cualquier finca abandonada, previa tasación y pago de su valor.
Tramitó aquel pedido el alcalde ordinario del primer voto. Como la finca de las Sánchez tenía solo 6 varas de frente y una “casita sumamente arruinada” fue tasada en 450 pesos del país. Se notificó de ella a María Josefa Sánchez y a María Ana Martínez (heredera de Catalina) con la orden de que debían comparecer ante el alcalde ordinario, en tres días, para recibir el valor de su propiedad en frutos. Como no se había indicado la especie con que debía pagar, Martínez solicitó que se determinara para “evitar futuras diferencias”. Se aclaró que el valor “de la casa vieja había sido establecido en monedas del país como son yerba, tabaco, azúcar y algodón, y que su elección quedaba “al arbitrio de los dueños de la casa”.
Mientras esa cuestión se ajustaba, surgió una nueva, luego de que María Josefa Sánchez y María Ana Martínez concretaran la donación de un lancecito de casa de teja a favor de la Iglesia Parroquial de Españoles de Nuestra Señora de la Encarnación. Este lancecito no era otro que el adjudicado a Martínez.
En realidad, esa donación se había hecho dos años antes, pero no se había formalizado, porque las donatarias, por su avanzada edad y enfermedades, no podían bajar a la ciudad. No obstante, se regularizó el 26 de abril de 1776, cuando, por comisión del alcalde ordinario y a pedido del cura rector de La Encarnación, el comisionario de gobierno fue hasta la casa de María Josefa Sánchez en el Valle de los Palmares de Tapuá, donde también vivía María Ana Martínez.
Venta por yerba y tabaco
No se encontró información sobre quién y de qué manera dirimió el conflicto entre Martínez y el cura de La Encarnación por esa propiedad, pero sí que fue finalmente vendida por María Ana y María Josefa a Antonio Martínez Sáenz, el 6 de julio de 1778, por el “precio y cuantía de 450 pesos”, mitad en yerba y mitad en tabaco.
El 31 de octubre siguiente se deslindaron y amojonaron los [lancecitos] de Martínez y resultó que tenían en total 14 ¾ varas, en su frente y contrafrente, y 43 2/3 varas en ambos costados. En esa ocasión se le dio “posesión de las dichas casas y sitios”.
Luego, como existía un retacito independiente de 3 a 4 varas de frente, entre ese terreno y la callejuela (14 de Mayo), Martínez lo solicitó como Merced Real al gobernador para edificar mejor sus casas, en atención a sus notorios méritos como defensor en causas públicas y fiscal en las criminales. El gobernador se lo concedió el 15 de diciembre de 1778, previo parecer favorable del procurador general de la ciudad, en el que se indicó que el lancecito en cuestión había sido antiguamente parte de los de Martínez.
El deslinde y amojonamiento de esa propiedad realenga se realizó el 1 de febrero de 1779, resultando que tenía 4 varas de frente; 17 ¼ varas (sobrescrito 47 ¼) en el costado del Este; y 2 varas (sobrescrito 3) en su contrafrente. Bajo cuya medición se dio a Antonio Martínez la posesión del “sitiecito” que por Merced Real se le había concedido.
Cuestión de mojones
Seis años después, cuando Martínez estaba fabricando sus casas, tanto en el frente como en el fondo, se percató de que en la parte del Sur los mojones se habían extinguido. Para poder seguir sus oficinas en aquella parte, solicitó al alcalde ordinario del primer voto, que se volvieran a reconocer los mojones. Las tales oficinas eran depósitos de mercaderías y lugar de alojamiento de esclavos.
El 9 de abril de 1785, con la presencia del procurador síndico general de la ciudad, se midió el contrafrente y, luego, para saber el lugar donde se debía fijar el mojón del fondo, se midió el costado Este desde el frente, con rumbo al Sur. Hallaron 37 varas, y fue en ese momento que Martínez manifestó “que cedía en favor de la ciudad para calle las cinco varas y cerca de media vara que le corresponden según los documentos de posesión”, a lo que se opuso el procurador y se suspendió el acto.
A la postura del procurador, de que el mojón se colocase en el mismo lugar de la mensura anterior y que Martínez edificara hasta ellos, Martínez solicitó que se aprobase la diligencia suspendida, porque el procurador no fundó su oposición. Agregó que ese terreno debía tener el mismo fondo y ancho que el suyo, por haber formado antes todos ellos un solo cuerpo, y que, por otra parte, la Merced no limitaba su longitud. Señaló que pese a haber cedido parte de su propiedad, para que la calle fuera suficientemente ancha, el procurador contradijo la diligencia con “razones frívolas”.
A un nuevo traslado, el procurador reiteró su postura de que “se deslinden y aviven los mojones” conforme la diligencia primigenia del retacito, con la que en su momento se “contentó Sáenz”, por lo que ahora no puede pretender “más derecho que el que entonces tuvo”; y, que los mojones, que “ahora supone extinguidos” por su propia conveniencia, delimitaron la superficie del sitio en 4 varas de frente, 2 de contrafrente, y 17 ¼ de costado, al Este. Puntualizó que con ello “no se perjudica al público, se le da a Sáenz lo que es suyo, y se evita de contestar escritos del Procurador frívolos e insustanciales”.
Calle imperfecta
Martínez, en su réplica, peticionó una nueva diligencia y que se dé a la callejuela el mismo ancho de la entrada para no embarazar el tráfico de las gentes, ni dejar sitios vacíos y sin adorno, como mandaba la Real Ordenanza de Intendentes de 1782. Insistió en que el procurador no era consecuente porque, estando obligado a velar por ambas exigencias, defendía “lo uno con exceso, y lo otro con disminución”, dejando “la calle imperfecta, con más ancho en una parte que en otra” y mal figurados sus edificios.
Por auto del 19 de mayo 1785, el alcalde resolvió practicar personalmente la diligencia de reconocimiento del terreno, lo que se verificó el 21. Se midieron 14 ¾ varas en los fondos y se mandó trasladar 1 vara más, con acuerdo y anuencia del procurador, colocándose ahí el mojón que arquea hacia el Norte “sesgando la variación de estos sitios litigiosos, abreviando menor a mayor, y morir en el horcón [del frente] de los edificios de dicho don Antonio”. No resultando contradicción, el 25 de mayo de 1785, se dio “por tranzado y acabado este pleito”. Con ello la superficie de la propiedad quedó en 43 y 2/3 varas al Oeste, 18 ¾ varas al Norte, 27 varas al Este y 15 ¾ varas al Sur.
En planos antiguos
Si se observan los planos de Asunción de esa época, tanto el de Azara como los de De César, se advierte que a la casa de Antonio Martínez Sáenz le falta la construcción del Este, donde hoy se ve que el fondo arquea hacia ese costado, para luego unirse al frente en línea transversal. Esto es bien notorio, además, en el Plano Topográfico de Asunción levantado en 1869 por el ingeniero Roberto Chodasiewicz, donde el trazado de la casa en esa parte presenta una forma peculiar.
En 1787, gravemente enfermo y en cama, Antonio Martínez Sáenz otorgó su testamento. En él consignó que la casa de su morada había sido recientemente terminada y que se componía “de tres lances de frente, con sus sobre corredores y oficinas, todo cubierto de teja”; que las rejas habían sido forjadas por el esclavo de “don Josef Antonio Maior”; que “trescientos y tantos ladrillos, [así como] tres o tres y media varas de viga” fueron adquiridas de “don Josef Díaz de Bedoya” (su vecino), aunque “la mayor parte de tejas y ladrillos” con que edificó la casa los permutó con “don Valentín Moreno” (su concuñado) por 8 cuerdas de un terreno en Tapuá, a razón de 200 pesos la cuerda y 72 pesos el millar de tejas o ladrillos, “puesto dicho material al pie del horno y conducido de su cuenta aquí a la ciudad treinta y seis pesos huecos de aumento el millar”; y, que “algunas palmas” las permutó con “don José de Arce y Taboada” por algodón y plata.
La herencia se amplía
A la muerte de Antonio Martínez Sáez la casa fue heredada por sus hijos Sebastián Antonio y Pedro Pablo. Este último, el 4 de mayo de 1807, adquirió al doctor Ventura Díaz de Bedoya la casa contigua a la que poseía en condominio con su hermano. Era “una casa de teja con dos lances de frente y fondo correspondiente de un sitio con todas sus oficinas”, que aquel había heredado de su padre don José Díaz de Bedoya, quien a su vez la había adquirido en junio de 1783 a los Barbosa por 550 pesos plata.
Posteriormente, el 25 de enero de 1821, Pedro Pablo vendió su parte de la casa paterna a su hermano Sebastián Antonio, salvo el cuarto del frente y su corredor, inmediato a la casa en que vivía.
Un dato: Pedro Pablo adquirió su casa por 4.500 pesos y vendió a su hermano la parte en condominio de la casa paterna en 2.200, lo que señala una fuerte devaluación del peso durante los primeros años del siglo XIX, al comparar estos valores con los que unas décadas atrás tenían esas mismas casas.
Los hermanos Martínez Sáenz fallecieron antes de 1846. Para entonces en esas casas vivían sus viudas, Nicolasa Marín y María del Carmen Esperati. Ambas las habitaban aún en 1865. Nicolasa Marín, una casa de teja en la calle del Sol, de “cuatro piezas, dos puertas sobre la calle con las numeraciones de 60 y 62”, y María del Carmen Esperati, una casa de teja, en la misma acera, de “cinco piezas y tres puertas sobre la calle con las numeraciones de 64 [sería este el cuarto que se reservó Pedro Pablo de la casa paterna], 66 y 68”.
Hasta la Guerra del ‘70
La tercera y última casa de esta manzana, limitada entonces por las actuales calles 15 de Agosto, Presidente Franco, 14 de Mayo y Callejón histórico, era la que perteneció al regidor don Bernardo de Haedo y, en 1865, estaba habitada por sus nietos Goyburú Haedo. Era una casa de teja arruinada de “tres piezas, dos puertas sobre la calle con los números 70 y 72”; hacia la esquina Oeste no había construcciones, pues al parecer era un terreno barrancoso.
Con posterioridad a la Guerra de la Triple Alianza (1864-1870), a Nicolasa Marín le sucedió su hermana María Virginia. María del Carmen Esperati, anulando un testamento anterior, legó su casa a su sobrina y ahijada Natividad de Mercedes Moreno Yegros.
Pero… ¿cómo era la vida en su interior? Es algo que por el momento no lo sabemos. Los sacrificios, alegrías y sufrimientos de quienes vivieron, amaron y murieron a su amparo permanecerán ignotos hasta que la paciente, meticulosa y generosa labor de nuestros historiadores reconstruya y rescate esos detalles.
Ella, en tanto, sigue en pie, como testimonio de una época más sacrificada y sencilla.
Fotos: ABC Color / Archivo y Gentileza Colección Ana Barreto Valinotti.