Cargando...
Recuerdos, solo recuerdos
Alguna vez don Félix de Azara escribió:
“Es una cascada temerosa, digna de ser descripta por los poetas. Se trata del río Paraná, de ese río que toma más abajo el nombre de Río de la Plata, de ese río que en el mismo lugar tiene más agua que una multitud de los más grandes ríos de Europa reunidos. Y que, en el momento en que allí se precipita, tiene gran profundidad y casi una legua de ancho. Se diría que este río orgulloso de su volumen y de la rapidez de sus aguas, las más considerables del mundo, quisiera conmover la tierra hasta su centro y producir la mutación de su eje.
No caen verticalmente, sino de un plano inclinado de 50° sobre el horizonte. Los vapores que se elevan en el momento en que las aguas chocan con las paredes interiores de las rocas y las puntas de algunas que se encuentran en el canal del precipicio se perciben a distancias de varias leguas en forma de columnas, y de cerca, con los reflejos, semejan arco iris de los más vivos colores, en los que se observan ciertos movimientos de trepidación.
El ruido se oye desde seis leguas; se cree ver temblarlas vecinas rocas…, y aquellos vapores forman una lluvia eterna”.
¿Se habrá imaginado Azara que esos saltos alguna vez llegarían a desaparecer?
Un pionero
Don Juan Ruiz de Ocaña fue un hidalgo español que había venido a vivir en Asunción. En 1580 integró la expedición del capitán Juan de Garay que fundó Buenos Aires. Fue el fundador de una de las primeras grandes estancias en el Río de la Plata. Además de hacendado pionero, construyó el primer molino hidráulico de la zona del río Reconquista.
Un alemán en San Ber
Gustaf Wiengreen fue un ciudadano alemán, que durante varios años fue cónsul del Paraguay en Hamburgo y colaboró frecuentemente con los colonos alemanes de San Bernardino, a principios del siglo XX.
Fue un fuerte donante de dinero para la construcción de camino a la entonces colonia, que pasa por Pasopé, entre Luque y San Bernardino. También colaboró con la banda de músicos, la instalación del servicio telefónico desde Ypacaraí y la creación de una fundación para la atención médica de colonos de escasos recursos.
Vida de presos
En los años del gobierno de don Carlos Antonio López, los presos de la cárcel pública, con cierta capacidad económica sufrían el embargo de sus bienes, con cuyo importe recibían mensualmente una suma fija para su manutención, así como para la compra de leña, sal y el servicio de alumbrado.
También recibían una ración diaria y vestimenta. Los presos insolventes vivían de la limosna pública. Para ello eran conducidos diariamente, engrillados y escoltados por guardianes, a pedir limosna en el mercado guasú, para poder elaborar sus alimentos.