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Para pasar el tiempo y agudizar el ingenio
Uno de los divertimentos que despertaba mucha afición durante el periodo colonial eran las adivinanzas.
Incluso hasta nuestros días es común escuchar la expresión “maravishu, maravishu, mba’embotepa?”, que es una guaranización de la frase “maravilla, maravilla, ¿qué será?”, con que se abre la incógnita.
Algunas adivinanzas –en castellano– muy populares antiguamente son:
“Dos madres con sus hijas / para salir a la calle / llevan puestas tres mantillas / sin que a ninguna le falte” (madre, hija y nieta).
“Dos son tres, tres son cuatro, uno y dos son seis, como seis son cuatro sin mentira” (se refiere al número de letras de cada cifra).
“Soy redonda transparente / liviana, de mil colores, / de un soplo fui creada, / y con un soplo acabaré” (burbuja de jabón).
“Se levanta cual la nube / y es muy blanco su color; / pero siempre cuando sube / le da un susto a su cuidador” (la leche).
“Tengo la cabeza dura, / me sostengo sobre un pie, / y soy de tal fortaleza / que al mismo Dios sujeté” (el clavo).
“Guerra santa”
Un suceso de ribetes tragicómicos tuvo lugar en Areguá un día cualquiera de febrero de 1944: la instalación en la localidad de un templo protestante de los Testigos de Jehová, que no fue del agrado del cura párroco del lugar, Francois Palou, un hombre de pocas pulgas, quien soliviantó los ánimos de su feligresía, a tal punto que una siesta reunió a varios de ellos, armados con garrotes, y les instó a realizar una “guerra santa” contra los Testigos: Al grito de “fuera los protestantes”, atacaron la capilla en el mismo momento en que se estaba realizando un oficio religioso, agredieron al pastor y a los asistentes y redujeron a escombros el templo.
Como consecuencia de su intolerancia, el cura Palou fue trasladado y años después murió asesinado por un albañil, a quien había tratado mal durante los trabajos de construcción del templo San José, sobre la avenida España de la capital.
Vida después de la vida
Según cuenta don León Cadogan, los mby’a rendían culto a sus muertos conservando los esqueletos de sus seres queridos “haciéndoles objetos de ejercicios espirituales, en espera de la resurrección tanto del muerto como de los deudos”.
Según ha dicho un informante en la Revista do Museu Paulista, el cadáver es enterrado hasta su putrefacción. Luego es exhumado, lavado cuidadosamente y depositados los huesos en un recipiente de cedro labrado fabricado ex profeso, y guardado durante largo tiempo en el “opy” o casa de las plegarias, donde es objeto de veneración a través de cantos fúnebres, danzas y plegarias.
Un alto en el camino
Hasta hace algunas décadas, por poner un ejemplo, para los viajeros era muy importante el parador “San Juan’i” de Carapeguá.
Este punto era una de las paradas obligadas en los viajes al sur. Era algo así como una posta, como las postas de antaño (hace unos años fue desplazado por la “Frutería Paraguarí” o, en el norte, el parador “Ka’avo” de Santaní).
A lo largo de los caminos de épocas pasadas, para el descanso de viajeros y el cambio de cabalgadura –de jinetes y diligencias o galeras– se establecieron unas casas conocidas con el nombre de postas. Eran, a la vez, bar, almacén y hostería. En ellas también funcionaron las primeras oficinas de correo (de ahí el término “postal”).
La posta estaba constituida por una o varias cabañas para el uso del administrador y de los viajeros. Según antiguos relatos, en algunas “no había sillas, mesa ni cama… La única manera de apartarse del suelo es una especie de camastro formado por cuatro estacas cortas clavadas en el suelo y cuatro palos transversales sujetos con cuero, formando una armazón sobre la que se extiende una piel de toro”.
“Algunas de estas casas están divididas en dos habitaciones, algunas de las cuales es la tienda o pulpería, mientras que la otra es el cuarto de dormir…”.
Muchas de estas postas dieron origen a poblaciones de relativa importancia y aún hoy designan la toponimia de algún lugar: Posta Ybyraro, Posta Leiva, Posta Gaona, etc.