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La necesidad de comunicarse propició que Agustín Núñez se volcara al teatro. “Era un niño muy tímido”, confiesa. Por sugerencia de una tía y su madre, comenzó a hacer títeres de guante y encontró su forma de expresión. Así, con un compañero, Carlos Lima, entre los nueve y diez años, realizaban funciones para estudiantes de colegios. Esta actividad lo fogueó y lo estimuló para seguir la senda de la expresión teatral. “Hacía mis propias escenografías y muñecos”, añade.
A la par, Núñez asistía asistía a todas las obras que se presentaban en el Teatro Municipal: operetas, zarzuelas y teatro. Entonces estaban el Ateneo Paraguayo y la Escuela Municipal de Arte Escénico. “También, muchos elencos, grandes bailarines, músicos y actores extranjeros se presentaban en el Teatro Municipal. Eso posibilitó que me acercara mucho a ese mundo”, recuerda.
A los 16 años, por consejo médico, comenzó a practicar deportes, como remo, artes marciales, fisicoculturismo, entre otros. En 1969, una casualidad produjo que obtuviera su primer papel en el teatro. Se realizó un concurso de levantamiento de pesas, que era todavía muy amateur. Núñez participó de casualidad para reemplazar a un compañero que no pudo presentarse. “Y gané la competencia”, dice. Víctor Prandi, el tío de Edda de los Ríos, asistió y le contó que estaba montando una obra en el Teatro Municipal y que necesitaba un matón, un guardaespaldas. “Acepté y esa fue mi primera obra. Una comedia titulada Este cura”, dice.
En esa época, Núñez ya estaba estudiando Arquitectura. Empezó con un grupo de la facultad a tratar de realizar una actividad que, de alguna manera, reuniera alrededor del arte a gente con inquietudes diferentes a las del Centro de Estudiantes que, en ese momento, era oficialista. “Era terrible toda la política que desarrollaba: represión, segregación y bullying hacia la gente que no pensaba como ellos”, expresa.
Era la época de los hippies y los universitarios no estaban ajenos a esas ideas. Estudiantes de distintas facultades, como Teresa González, Marité Gaona, Gloria Muñoz, Line Bareiro, entre otras, se juntaban para hacer teatro. “No teníamos quién nos enseñara o dirigiera, porque nosotros queríamos algo de avanzada, más contemporáneo”, explica. En 1970, Núñez perdió el año en la facultad. Viajó al Brasil y asistió al Conservatorio de Teatro de Río de Janeiro por cuatro meses.
Allí comenzó a tener contacto con las ideas nuevas que andaba buscando: Grotowski, Artaud, Eugenio Barba… “Empecé el teatro del absurdo, de la crueldad. Se inició toda una revolución en mi cabeza, que era lo que en el fondo estaba queriendo”, admite. Regresó a nuestro país y se encontró con su excompañero de colegio Ricardo Migliorisi. Le contó del grupo, le propuso juntarse y hacer teatro.
También le habló de sus nuevas ideas, de propuestas y estética diferentes, trabajar en escenografías más contemporáneas. “Y, lo más importante, encontrar una forma de entrenamiento diferente. Aplicar lo que había aprendido en el Brasil. Así surgió el grupo Tiempoovillo”, refiere. Presentaron su primera obra en 1970: Curriculum vitae, una adaptación de El extraño jinete, de Michel de Ghelderode. La obra se desarrolló sin escenario y con velas. La música estaba a cargo de los actores y el público. “Creo que fue la primera vez que se comenzó a hablar de la expresión corporal como una disciplina diferente e imprescindible en la formación del actor. Implementé el método de Grotowski, un entrenamiento con una alta entrega del actor a nivel físico”, explica.
Tiempoovillo fue el primer grupo en hablar de expresionismo como una forma escénica. Ese año ya obtuvieron un premio a mejor puesta en escena. “Esa fue la parte buena. Lo malo fue que tuvimos una presión muy fuerte, empezando por nuestras familias, que no comprendían qué estábamos haciendo. Había gente que decía que era un grupo raro, que hacíamos misas negras, cultos satánicos, entre otras cosas. Tuvimos muchísimos problemas”, detalla.
En 1973, viajaron a Manizales, Colombia, para representar al Paraguay en el Festival Internacional de Teatro con la obra De lo que se avergüenzan las víboras. Esa obra trataba sobre rituales, costumbres, canciones y poemas indígenas guaraníes, chulupíes y guayaquíes. “Fuimos asesorados por Miguel Chase Sardi y Tony Carmona. Usamos textos de Roa Bastos. La parte estética estaba a cargo de Ricardo Migliorisi”, cuenta.
Con esta obra, Tiempoovillo recorrió gran parte de América, especialmente Centroamérica. “Lo que tuvo de importante este grupo de quince personas fue su convivencia colectiva desde su inicio. Todo estaba bien regulado, para evitar conflictos”, aclara. A partir de Manizales asistieron a siete festivales internacionales de teatro. El nombre de Tiempoovillo comenzó a sonar muy fuerte en Latinoamérica. Revistas de EE.UU., Europa, de toda América hablaba de ellos.
En Buenos Aires se presentaron en un teatro alternativo en San Telmo. La crítica argentina declaró De lo que se avergüenzan las víboras una de las 10 mejores obras de teatro de Buenos Aires. ¡Todo un logro para un grupo de gente muy joven! “La mayor tenía 26 años. Algunos fueron con permiso de menor”. Luego, fueron a México, después a Guatemala y terminar la gira a fines de noviembre.
Apareció la añoranza, que, junto con el cansancio y las ganas de cada uno de hacer cosas diferentes como artistas, los llevó a separarse en Panamá.
Núñez se quedó en Colombia para concluir su tesis de Arquitectura en la Universidad Piloto de Bogotá. En Colombia, el actor ya era conocido por Tiempoovillo. Mientras terminaba la carrera, participaba en grupos de teatro. En esa época se reabrió la Escuela Nacional de Arte Dramático de Bogotá y lo invitaron para enseñar expresión corporal. Eso le permite afrontar todos sus gastos de tesis y cursar materias que aquí no había dado, como Ecología, Fotografía y el Espacio.
En dos años se recibió de arquitecto, pero no regresó al Paraguay. Luego de unos siete años invitó a Migliorisi para trabajar en Colombia. Formaron, con otro actor, el grupo Actores Teatro Estudio. Núñez, además, creó la primera escuela privada de actuación en Colombia, el Centro de Expresión Teatral, por donde pasaron más de 2.000 alumnos en ocho años de funcionamiento.
También incursionó en televisión, un espacio muy difícil para un extranjero, y construyó un teatro con un elenco de 25 actores que trabajaban del 5 de enero hasta el 20 de diciembre. Enseñó en las mejores universidades de Colombia. Y recibió muchos premios. “Tuve la suerte de que la gente me respetara y me tomara cariño”, resalta. Pero en medio de esta agitada vida, empezó a sentir vértigo, al principio espaciados, que luego se volvieron más frecuentes.
Para entonces, Migliorisi había retornado al Paraguay y lo invitó a dirigir La cándida Erendira y su abuela desalmada. Regresó a Colombia, pero en 1989, un incidente entre el ejército y la mafia desemboca en un conflicto interno. Esta circunstancia y el estrés agudizaron la pérdida de su audición y aceleraron su retorno a nuestro país. “Volví porque sentí la necesidad y el compromiso de reencontrarme con los míos. Regresé con ganas de enseñar y aprender. También, pude pasar con mi madre sus últimos años. Y eso valió más que cualquier logro o premio”, enfatiza.
La noche en que volvió, con Augusto Roa Bastos, Ricardo Migliorisi, Gloria Muñoz y Graciela Amarilla decidieron crear el Centro de Investigación y Divulgación Teatral con el que después montaron Yo el Supremo. “Prácticamente, todos los estrenos de las novelas de Roa, las hice yo en el Paraguay: Hijo de hombre, El trueno entre las hojas, otro espectáculo a nivel experimental, Manorá, basado en Madama Sui y Contravida. Así como El portón de los sueños con Hugo Gamarra”, asegura.
En enero de 1990, fue convocado para dirigir la nueva Escuela Municipal de Arte Dramático Roque Centurión Miranda. Más adelante, creó El Estudio, la primera escuela que imparte cursos de actuación, por separado, para teatro y televisión, así como también forma directores de teatro. Ese año, también realizó la miniserie, de cuatro capítulos, La disputa. Más adelante, hizo la serie La herencia de Caín y después con egresados de El Estudio, la película Santificar lo profano.
Cada año, siguen sacando un medio o largometraje con los egresados. Su escuela acostumbra trabajar extramuros con gente de la Chacarita, de los semáforos, así como también con la de la noche: travestis, prostitutas y taxi boys. “En el Buen Pastor hemos brindado tres talleres: teatro, radioteatro y artes plásticas. Incluso con reclusas que no sabían leer ni escribir. Queremos seguir con eso el año que viene”, afirma.
Agustín Núñez le ha dedicado su vida al arte. En medio siglo de carrera ha logrado mucho y planea ir por más. Adelanta el estreno de una obra sobre el Cantar de los Cantares y poemas en guaraní. En diciembre próximo, con libreto de Alcibiades González Delvalle, presentará un homenaje a Eligio Ayala, un proyecto con el Cabildo, protagonizado por Rayam Mussi. Y dentro de un año, llevará a cabo un espectáculo dedicado a Ricardo Migliorisi. “Voy a tener el orgullo de poder contar cosas sobre su vida relacionada con el arte”, comenta.
• Fotos ABC Color/Arcenio Acuña/Gentileza.