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El comercio de los vinos no fue todavía muy activo en esa época por una razón simple: se conservaban mal y soportaban difícilmente el transporte. Son, pues, los aguardientes los que viajan primero; como el caso del coñac, muy apreciado por los holandeses. Esto favoreció la extensión del viñedo en todo el gran Sudoeste, y el nacimiento y la evolución rápida de los vinos bordeleses, los famosos claretes tan apreciados por los ingleses. Los vinos españoles y portugueses, pero también los dulces de Creta y de Chipre siguieron exactamente la misma evolución.
Es el principio de la moda irresistible de los vinos de Jerez y de Oporto, cuyas producciones acabaron por suplantar a las de Burdeos en la época del bloqueo.
Cuando se restauraron las relaciones comerciales entre Francia e Inglaterra, los bordeleses solo tuvieron una solución para contrarrestar la invasión de los vinos españoles y portugueses: jugárselo todo en la calidad. Esta apuesta “aristocrática” está, por otra parte, en sintonía con la preocupación por el refinamiento que conoció esta época, en particular, en cuanto a la gastronomía y las artes de la mesa. Así, los notables girondinos, seguros del apoyo de los negociantes británicos, pudieron instaurar las primeras selecciones verdaderas de vinos finos, nacidos de terruños delimitados, envejecidos en barricas y conservados en botellas. Siglos de saber y de genio fueron acumulados, soberbias glorias inscritas en la pequeña y la gran historia.
Sin embargo, diez años más tarde, a partir de 1864, la catástrofe sobrevino: un minúsculo pulgón, la filoxera, un piojo ínfimo y tenebroso causó estragos sin precedentes en Europa y destruyó o provocó la tala de casi todas las vides de los países del antiguo continente. Pareció que este cataclismo iba a causar el fin del mundo del vino; pero entonces se descubrió que las raíces de las vides indígenas de América eran capaces de resistir la filoxera.
Hubo que arrancar las cepas e incorporar variedades de Vitis vinifera sobre cepas americanas, que resistían mejor esta plaga, ya que el piojo ataca esencialmente a las raíces. Francia fue particularmente golpeada y recuperó su producción recién en 1920.
(*) Del libro Vinos de leyenda, de Barcel Baires América.