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En Europa y Oriente, la vid crecía en estado salvaje, y la idea de extraer de sus frutos una bebida fermentada se remonta a los tiempos más lejanos. Sus primeros cultivos se sitúan en el Cáucaso o la Mesopotamia, aproximadamente seis mil años antes de nuestra era. Tres mil años más tarde, el vino se encontró en el este del Mediterráneo, en Fenicia y Egipto, donde los ritos funerarios recurren a él. Llegó luego a Grecia, hacia el año 1000 a. C., y se difundió por Italia y África del Norte. Unos quinientos años más tarde, seguimos su rastro en el sur de Francia, en España y Portugal, y los romanos lo hicieron llegar hasta al norte de Europa.
De DionisIo a Carlomagno
La Grecia antigua, cuna de la viticultura en Europa, atribuye a Dionisio el divino arte de hacer vino. Pero cuando Hesíodo, en Los trabajos y los días, describe la plantación y el cuidado de las vides en su campo de Beocia habla de técnicas comprobadas de maduración, vendimia y prensado. Prácticamente, todos los vinos griegos eran tintos y dulces, picantes y con aportaciones de resina o agua de mar hervida y filtrada, y nunca se consumían puros, sino cortados con agua.
Gracias a De agricultura, de Catón, y luego a los cuentos de Plinio o Columela, sabemos con precisión cómo los romanos cultivaban, tallaban e injertaban la vid, cómo fabricaban sus vinos y cuáles eran sus gustos.
Los grandes viñedos famosos eran los de Capua, Napóles, Pompeya, Vesubio y Cumas, pero el vino más reputado era el de Falerno, blanco o tinto, largamente envejecido. Los vinos más corrientes se bebían generalmente jóvenes y cortados con agua.
Fueron los galos quienes, al inventar la barrica de roble con dos fondos llanos (tunna, en celta), hicieron del arte de producir el vino, conservarlo y transportarlo, un adelanto decisivo.
Aclimatadas en Burdeos, el valle del Ródano, Borgoña y el Mosela, las cepas italianas favorecieron la extensión de los viñedos y la competición entre los vinos romanos y los galos aumentó. En el año 92, el emperador Dioclesiano decidió arrancar la mitad del viñedo galo, orden que –sin duda– no llegó a ser totamente aplicada y fue revocada en el 280, seguida de una extensión todavía más grande de vides hasta España y Alemania. Esta cultura fue incentivada por Carlomagno, quien poseía sus propias viñas en Borgoña.
(*) Del libro Vinos de leyenda, de Barcel Baires América..