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En febrero de 1868, los buques brasileños, aprovechando la gran crecida del río, sobrepasaron el meandro y la poderosa batería “Londres”, con más de veinte bocas de fuego…
Llegaron hasta Asunción, la bombardearon, y casi a la par bombardearon terriblemente Humaitá, en una acción conjunta con el ejército, atacando varias posiciones paraguayas.
A raíz de esta situación, el mariscal Francisco Solano López dejó en Humaitá al grueso de su ejército y levantó su campamento, se retiró, pasando hacia el Chaco y estableciendo su campamento en San Fernando, aquende el Tebicuary.
Fueron varios meses de espera, con acciones de escasa importancia, pero muy desgastantes.
Los aliados –con alrededor de 40.000 efectivos– fueron cercando el cerco sobre unos 3.000 paraguayos sitiados en Humaitá, quienes recibían constantes invitaciones a claudicar honorablemente.
El coronel Paulino Alén rechazó todas estas invitaciones a capitular. La grave situación en Humaitá, el sitio, el hambre y otras situaciones de desventaja llevaron a Alén a intentar el suicidio, pero infructuosamente. Le sucedió el coronel Francisco Martínez, quien siguió bombardeando a las fuerzas aliadas en un desesperado intento por resistir.
Mientras tanto, aguas arriba de Humaitá se sucedían las escaramuzas entre aliados y paraguayos, quienes lograron matar al comandante Martínez de Hoz, un valiente oficial argentino, y tomar prisionero a su segundo, el teniente coronel Gaspar Campos.
La caída de la fortaleza
La situación en Humaitá era cada vez más desesperante. Ya casi no había comida. No había forma de proveerse, pues estaba totalmente rodeada por el cerco enemigo.
Seguir resistiendo era la consigna. Las instrucciones del comandante López eran, en caso necesario, evacuar los heridos y los no combatientes. No más. El resto, resistir.
Además del enclave sitiado, los paraguayos conservaban un pequeño reducto al otro lado del río, hasta donde, en horas nocturnas, muchos pasaban a nado o en canoa.
Los brasileños se dieron cuenta de que se estaba realizando una evacuación. Esto llevó a Caxias, generalísimo de los ejércitos aliados, a destruir la fortaleza, donde aún había unos 2.000 combatientes paraguayos.
Cuando se dieron cuenta de los preparativos del enemigo, el coronel Martínez ordenó el aprestamiento general, y cada quien tomó su lugar en los parapetos.
La movilización enemiga comenzó con el ataque del III Cuerpo brasileño, con 12.000 hombres. Avanzaron sin ninguna dificultad hasta que, en un momento, desde el recinto sitiado, andanadas de granadas y bombas cayeron sobre los atacantes, barriendo sus filas y produciendo una retirada desordenada de estos, que dejaron en el campo de batalla como 2.000 muertos y heridos.
La evacuación
La situación de los sitiados era desesperada. No podían darse un momento de descanso, por lo que el coronel Martínez ordenó la evacuación total del enclave de Humaitá.
En la noche del 24 de julio, usando una treintena de canoas disponibles, dispuso el traslado al Chaco de unos 1.200 combatientes, que cruzaron el río en ocho horas de trasporte.
Al amanecer del día siguiente, ordenó el disparo de 21 cañonazos, saludando el cumpleaños del mariscal y expresando con esto que la fortaleza estaba bajo control. Además, ordenó que la banda de música tocara recorriendo las trincheras.
Luego de inutilizar los cañones restantes, el último hombre abandonó Humaitá y se unió al resto de la guarnición, en Isla Po’i, un pequeño rincón boscoso frente a Humaitá.
Los combatientes paraguayos estaban en paupérrimas condiciones. Sin comida, habían consumido hasta los cueros de los correajes. Para empeorar las cosas había desembarcado en Humaitá un refuerzo de 10.000 hombres más.
Se sumaron varios buques artillados. Los paraguayos seguían resistiendo, y en algunos casos en lucha cuerpo a cuerpo. Aun así, los canoeros seguían heroicos en su empeño por llevar a los contingentes con miras a llegar a Timbó, una fortificación donde esperaba el general Caballero.
Varios días duró esta situación. El 28 de julio, los aliados atacaron al resto del ejército paraguayo que todavía quedaba en Isla Po’i.
Inevitable capitulación
La resistencia de los hombres de Martínez era obstinada y tenaz, a tal punto que desesperaba al enemigo. Solo la misión de un capellán enemigo que llegó como parlamentario consiguió del comandante Martínez la aceptación de dialogar con el representante de los aliados para concertar los términos de una rendición.
De esa manera, cayó la guarnición de Humaitá, unos 1.300 hombres, horriblemente consumidos por la inanición, lo que movió no solo la compasión, sino el respeto de los vencedores.
Este trágico hecho hoy es recordado allá en Humaitá, donde se realiza un solemne acto de conmemoración a la sombra de los muñones de las ruinas del derruido templo de San Carlos Borromeo.