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Herodoto, padre de la historia, sentenció en la antigua Grecia: “La paz es la época de bonanza donde los hijos entierran a sus padres; la guerra es el tiempo nefasto donde los padres entierran a sus hijos”.
En la noche del miércoles 2 de abril se produjo un enfrentamiento entre una patrulla de Fuerzas Militares e irregulares del Ejército del Pueblo Paraguayo.
Hugo Monges Ramírez, integrante de la Fuerza de Tarea Conjunta, recibió dos disparos en el rostro. Murió al instante teniendo apenas 21 años.
Claudelino Silva Cáceres, miembro del EPP, recibió tres disparos en la espalda, en momentos en que intentaba ganar el monte; quedó tendido en el lugar, a la edad de 22 años.
Ambos murieron con apenas minutos de diferencia, teniendo una edad prácticamente igual, compartiendo el mismo amor por su patria, pero alejados por la brecha de la ideología.
Hugo y Claudelino eran los novatos del grupo que integraban por separado; al momento de morir tenían solo el entrenamiento básico para manejar un arma.
Estaban lejos de ser expertos. De hecho, Hugo no pudo reaccionar cuando recibió la orden de disparar, quedó paralizado de la impresión de tener enfrente al enemigo.
Claudelino intentó huir de una refriega en la que el profesionalismo de tres militares amenazaba con causar estragos en las filas del EPP, por eso los tres disparos en la espalda, mientra corría.
Una patria en luto
Dos madres lloran sin consuelo la muerte de sus hijos: Porfiria Ramírez de Monges y Elisa Cáceres de Silva comparten la misma rabia y el mismo dolor.
Tienen en común el rencor, para ellas su hijo murió en la defensa de una causa que consideran justa. Se convirtieron en héroes al entregar la vida por el ideal de una patria mejor.
La patria también se encuentra de luto: dos de sus hijos murieron, se enfrentaron entre sí y el saldo trágico causa dolor.
Elisa Cáceres de Silva reconoció el orgullo que siente por su hijo, Claudelino, quién llegó al sacrificio supremo buscando un país más justo y solidario.
Porfiria Ramírez de Monges se expresó en términos similares: Hugo era soldado de una patria con una historia guerrera gloriosa.
El dolor de una madre
Para una madre poco importa el bando en que se encontraba su hijo, lo que cuenta es que lo llevaron de vuelta a su hogar envuelto en una mortaja. Nunca más podrá compartir momentos con quien era único en su amor de mujer. El hijo es fruto de sus entrañas.
Elisa y Porfiria no son las únicas madres que lloran a sus hijos muertos en enfrentamientos en nombre de una ideología. Ellas se suman a otras que en los últimos 10 años vienen buscando consuelo sin encontrar.
Nuestra nación corre el riesgo de llegar a un punto donde se olvide quién disparó el primer tiro o quién llora más muertos.
Ya estamos en un punto en que el rencor cierra el paso a la compasión: es probable que Elisa no perdone por la muerte de Claudelino.
Del mismo modo tendremos a Porfiria reclamando la sangre de aquellos que mataron a Hugo.
Levantamiento en armas
Levantarse en armas contra el Estado puede ser una tentación atractiva cuando observamos lo que sucede en el país. La corrupción de la clase política no tiene límites. Los dirigentes de nuestro país son capaces de sacar la comida a aquella persona que ya no tiene nada por masticar.
No pasa un día sin un nuevo escándalo por el robo de fondos públicos. El dinero de la nación se saquea en forma descarada y no hay forma de mejorar las condiciones de vida de una ciudadanía que solo puede mirar de lejos la repartija de su dinero.
Los liberales demostraron en nueve meses que son unos perfectos bandidos, ladrones igual que los colorados.
Esta podredumbre política se transfirió al garante de la vigencia del estado de derecho: el Poder Judicial. Los jueces sorprenden por su capacidad para rapiñar y en estas condiciones no existe justicia, ni para pobres ni para ricos.
El Ejército del Pueblo Paraguayo es resultado de la corrupción de la clase política, es el mejor ejemplo del camino al que nos conducen la ineptitud, mediocridad y venalidad de quienes conducen nuestra nación.
Levantarse en armas puede ser tentador, pero no es el camino: la violencia no tiene retorno; el costo es dolor, muerte y rencor.
Es hora de enjugar el llanto de las madres.