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–A los 82 años, un libro sobre la Guerra de la Triple Alianza. ¿Todos son dibujos hechos por usted?
–Sí. El dibujo es un pasatiempo que mantengo desde que era muy chico. Mis pasiones son el campo, la literatura sobre las guerras y como no soy historiador y tampoco pintor ni dibujante profesional fui construyendo esta obra que llamamos “Pinceladas de la Guerra de la Triple Alianza y de la civilización del cuero”. Soy un apasionado de los temas bélicos. Tengo una profusa biblioteca de armas y de historia, especialmente historia latinoamericana. Con esta colaboración quiero mantener viva la memoria de nuestra historia que es bastante prolífica. Sin la ayuda de mi hijo Eduardo no me hubiera sido posible terminarla. También me ayudó bastante Eduardo Nakayama (abogado, historiador y político Liberal).
–¿Dónde se puede adquirir?
–En las librerías conocidas. Se lanzó el 22 de noviembre con una edición de 3.000 ejemplares. También está a la venta en Montevideo y Buenos Aires. Un banco nos seleccionó como regalo para sus clientes.
–¿Qué de diferente de lo que ya se conoce retrata usted en este libro?
–No es un libro político ni mucho menos. Lo que se trata es de mostrar cómo era la situación, las condiciones en que peleaban los soldados; lo que hizo cada actor sin calificarlos; comentar por ejemplo curiosidades y aspectos que son poco referidos por los historiadores: el día a día de los civiles y militares, sus penurias. Aclaro que no soy lopizta ni antilopizta.
–Le llama “la civilización del cuero”, ¿por qué?
–Eran los tiempos de la civilización del cuero. Se usó mucho el cuero vacuno en distintas formas. Al secarse se ponen como el acero casi. El cuero paraguayo estaba bien considerado. Los españoles, en vez de encontrar oro y plata, produjeron carne que después usaron como carne seca, usaron el cuero y las guampas para hacer botones.
–Los soldados se tenían que ingeniar para vestirse.
–Había una diferencia relativamente importante entre el personal de a caballo del Uruguay, de Río Grande do Sul y de Argentina con respecto al personal de a caballo paraguayo. En lo poco que hubo de fotografía no se observa uniformidad, salvo el regimiento escolta de López, o el de Mitre. Todo lo demás era una chaqueta azul o un chiripá a rayas. Botas no había. Cada uno se rebuscaba como podía. López, cuando fue a comprar material de guerra a Europa encargó armas bastante modernas para la época, pero no llegaron.
–Eso fue fundamental.
–La flota brasilera nunca podía haber cruzado los ríos interiores. Paraguay era una fortaleza. Si López hubiera contado con balas de punta aguzada otra podía haber sido la historia. Las balas eran redondas, incluso sin explosivo adentro.
–¿Qué pasaba?
–Le pegaba un cañonazo al barco brasilero pero como era bala redonda, el máximo daño era un abollón grande y nada más. Tenían que ser balas de punta. Esas balas no llegaron a venir. López tenía unos pocos cañones que no eran de muy alto calibre y que no alcanzaban a perforar los barcos.
–Cómo se alimentaban.
–No estaban bien alimentados ni mucho menos. Los soldados argentinos estaban acostumbrados a comer yegua. Estaban acostumbrados a comer carne de caballo. Era práctico. Se llevaban las yeguas al galope, con el resto del equipo. Una manada de yeguas iba tan rápido como el ejército, cosa que no se puede hacer con una vaca. Además, es más fácil manejar a las yeguas.
–¿Los paraguayos?
–Los paraguayos fueron más vegetarianos. Acá había menos ganado pero abundante maíz y mandioca. En Uruguay, lo que había era carne. En Paraguay, no es que a la gente no le gustaba la carne. Lo que pasa es que estaban acostumbrados a través de la civilización indígena a los vegetales. De casualidad se consumía la proteína animal que era más bien de la caza.
–¿Y la pesca?
–No era una costumbre. No se pescaba demasiado a pesar de que nuestros ríos estaban habitados por pescados gigantescos en esa época. Hasta hoy día no está en el plato diario de la población el pescado, hay que reconocerlo. “El pescado no forma grasa”, dice el personal de hacienda. Es diferente a un costillar (de carne vacuna), digamos. Ahí la grasa se transforma en energía. El pescado no da la cantidad que los soldados requerían. Además se pudre rápido.
–Usted habla también sobre la sanidad en la guerra. ¿Cómo era?
–Lo único que había era un médico que cortaba la pata a los heridos. Si la herida alcanzaba el cuerpo, la panza estaba frito. Tenía que darse por muerto. No había medios. Ahora, si tenía un muñón destrozado en la mano, lo cortaban. Si tenía la pata destrozada hasta la rodilla, lo cortaban. El soldado fuerte aguantaba.
–Dicen que se morían más por pestes que por la Guerra misma.
–La disentería mató más soldados que la guerra. Imagínese, no había antibióticos, ni agua oxigenada, ni remedios. La herida se infecta y había que cortar. Era lo más saludable.
–¿Cuál es su conclusión?
–La Guerra dejó un país casi despoblado, tanto de humanos como de animales. El consumo, el servicio y el trabajo quedaron reducidos a su mínima expresión. Hubo un gran desbalance entre la población masculina y femenina pero el país se recuperó rápidamente. Una importante migración correntina ocupó la zona sur ganadera. De ahí que muchísimas familias hoy tienen ese origen. La repoblación inmediata fue fundamental para que al tiempo de la Guerra del Chaco se contara con los soldados necesarios para hacer frente a la defensa en la guerra con Bolivia.
–¿Cuál fue el provecho que sacó Brasil?
–Brasil fue el que mayor provecho sacó de los cuatro países involucrados. Ocupó la capital durante más de cinco años. Influyó activamente en las decisiones de las autoridades paraguayas que no eran otras que acérrimos opositores del Mariscal López. Brasil dominó el comercio y la producción agropecuaria a lo largo de su extensa frontera seca y el tránsito fluvial del río Paraguay por encima del Apa, asegurando las fronteras actuales y el trozo del Chaco austral que había ocupado, unos 5.500 km².
–¿Y Argentina?
–Argentina anexó la franja de territorio entre los ríos Bermejo y Pilcomayo, hoy provincia de Formosa, y pretendió hacer valer sus derechos a lo largo del río Paraguay hasta un poco más al norte de Asunción, el margen opuesto: actual Villa Hayes.
–Que el presidente de Estados Unidos (Rutherford) Hayes confirmó como territorio paraguayo.
–Argentina manejó por mucho tiempo la única salida viable del Paraguay a través de los ríos Paraguay-Paraná y sus vías terrestres hasta que se produjo la apertura al este y al Atlántico a través de Brasil.
–¿Qué sacó Uruguay?
–Nada. Contribuyó con la sangre de sus soldados, aunque más que una contribución propiamente dicha fue un pago de cuentas contraídas por el caudillo Venancio Flores con el Imperio brasilero. Brasil buscaba cumplir con el viejo anhelo de extenderse hasta el Río de la Plata y así dominar el comercio del Alto Perú, que salía por Buenos Aires desde la colonia. Este afán dio origen a continuos intentos para asentarse en la Colonia Sacramento (hoy conocida como Colonia, frente a Buenos Aires) a lo largo de dos siglos. No lograron su objetivo. Para ser justo, Uruguay no obtuvo más beneficio que la preferencia de uso de sus puertos por parte del Paraguay como alternativa a Argentina, por razones económicas y de afinidad.
–¿Qué le deja tanta historia de sangre y tragedia?
–Los paraguayos deberían estar orgullosos de lo que construyeron después de tantas historias cruentas. Hoy día es el primero o segundo exportador de soja, tiene una producción agrícola importante de trigo, maíz, caña de azúcar, de carne. Ha desarrollado la industria dentro de sus posibilidades. Hoy estamos más de siete millones de habitantes y veo el futuro con mucho optimismo.
–Usted es argentino.
–Soy mitad uruguayo y mitad argentino. Mi apellido es Prayones Pastori Gómez Cibils. El coronel Leandro Gómez, que era justamente contrario a Venancio Flores (el que hizo plegar a Uruguay en la Guerra), fue mi bisabuelo. El fue fusilado en forma artera por orden de Flores. Lo degollaron. A López le conmovió el crimen. Es una historia muy conocida que se recuerda siempre con tristeza en el Uruguay.
–¿Hace cuánto que reside en el Paraguay?
–Tengo 45 años aquí, ocho nietos paraguayos. Vine en el 72. Me corrí de Perón. “No voy a aguantar de nuevo a Perón”, me dije.
–Fue después de su venida del exilio.
–Yo había peleado contra Perón en el 55. Acepté la invitación de un amigo para venir a trabajar aquí en el 72 en temas pastoriles. Oh casualidad, presencié la venida de Perón a Asunción en el 74. Hacía mucho frío. Stroessner lo llevaba a todas partes. Lo vi toser en televisión. “Ojalá se muera”, yo decía. Ya era un hombre mayor. Al volver a Buenos Aires, se enfermó. Se fue en picada y se murió. Tenía una amistad muy estrecha con Stroessner. Se salvó por un pelo que lo mandara matar (el almirante Isaac) Rojas en el 55.
–Se metió en la cañonera Paraguay que estaba anclada en el puerto de Buenos Aires.
–Rojas quería asaltar la cañonera pero fue el hidroavión, que mandó Stroessner para rescatarlo.
(holazar@abc.com.py)